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Así se gestó la noticia del rector plagiador

Fernando Suárez, rector, en su toma de posesión ante el expresidente Ignacio González

Raquel Ejerique

Hasta la semana pasada no sabía cómo se llamaba el rector de la universidad pública Rey Juan Carlos. Una pista o chivatazo –que se suele llamar fantásticamente en España periodismo de investigación– nos llevó al primer texto plagiado del rector. El programa comparador nos dijo que al menos el 70% del artículo era un copia-pega. Los documentos publicados demuestran a simple vista que la creación investigadora de Suárez tiene una fórmula: Control C + Control V.

Cuando vimos el porcentaje de copia sentí vergüenza ajena, empatizando con la que iba a sentir Suárez. Me equivoqué.

Cuando llamé a la centralita de la URJC para recabar su opinión, una voz me decía que no me iban a atender y que toda la información estaba en la web. La grabación me colgó. Fui a la web, como me había indicado la voz, pero no encontré allí las explicaciones que buscaba sobre el plagio, así que llamé a un departamento al azar y pregunté por el teléfono de prensa. Allí me informaron de que en ese departamento de comunicación no existe un telefóno, prefieren estar incomunicados. Esta universidad pública ha decidido unilateralmente que nadie de fuera hablará con nadie de dentro. Entonces pensé que sería más fácil contactar con los sindicatos, que estarían deseando informar y denunciar el comportamiento más indecoroso en el ámbito académico. No contactaron con nosotros ni mandaron comunicado. Seguimos intentando encontrarlos. Probamos con mails a algún vicerrector. Silencio.

Dos días después, supimos que había muchos más plagios y que, básicamente, el rector ha fantaseado con su actividad investigadora, inventando parte de su currículum a costa del trabajo de otros. Se nos acumulaban los plagios en la carpeta del ordenador. Publicamos que copió la tesis de una alumna, y entonces supe que acabarían devolviéndome una llamada o email. Me volví a equivocar. También estaba segura de que habría una comparecencia del rector, y ahí acerté. Tres días después pudimos ver en twitter a Fernando Suárez en el campus de Aranjuez, por sorpresa y sin periodistas porque su agenda es y ha sido siempre secreta, donde un guitarrista le tocaba unos acordes del maestro Rodrigo mientras él inauguraba, como caudillo, un nuevo edificio.

Con incredulidad y ya algo aburridos de escribir titulares tan parecidos, publicamos otro plagio con un nuevo enfoque. Ahí tuve la certeza de que sería el definitivo y finalmente el rector daría una explicación. Había copiado a un ilustre presidente de la Real Academia de la Historia, que a la par fue compañero de su padre. Volví a subestimar la capacidad de indolencia y desprecio democrático. Van siete plagios publicados, más de una decena de mails y cero respuestas –quitando un comunicado lleno de embustes– de un rector al que los ciudadanos le pagan 'su' universidad y su sueldo.

Cuando llamé al presidente de los rectores, Segundo Píriz, con la adrenalina y la vehemencia indignada de quien va a dar cuenta de un crimen que ha descubierto, me encontré que no le interesaba lo más mínimo. Se ha hecho un ‘Suárez’ y tampoco devuelve llamadas ni contesta emails. Cuando llamamos a los partidos, PSOE, Podemos y Ciudadanos dieron su opinión y una respuesta. El PP no nos responde, el ministro no conoce el tema y Cristina Cifuentes no encuentra la motivación ni el tiempo para hablar de una universidad que financia con 123 millones al año y que contrató irregularmente a su hermana.

El chubasquero de la autonomía universitaria, con la que estoy de acuerdo si fuera real, está resultando muy cómodo para algunos que, instrumentalizándola, quieren dejar el asunto pasar, que nos aburramos, que se acabe. Ahora los que se equivocan son ellos, porque este país ya no traga el caciquismo.

El silencio de Suárez es miserable pero humano. Así como el ladrón justifica sus robos y el corrupto su malversación, el plagiador se hace a medida un espejo adelgazante de sus deshonras. Es todavía peor ese atronador silencio que lo rodea. Esa callada complicidad de los que lo palmean o lo validan con su silencio programado, que están manchando con su indecencia viscosa la dignidad de todos.

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