Gobernantes o incendiarios

Imagine por un momento que todos nosotros reaccionásemos ante las prohibiciones impuestas por los gobiernos a causa de la pandemia como lo están haciendo algunos presidentes autonómicos. Imagine por un momento que, cuando un gobierno le deniegue su petición de salir a hacer deporte a la hora que le convenga, o de abrir su tienda o su empresa porque lleva meses sin ingresos, o de visitar su segunda residencia en otro comunidad autónoma porque teme por su estado, usted alegase, como Ximo Puig o Juanma Moreno, que los criterios no están claros, que falta transparencia y que se los manden por escrito porque usted tiene razón; o convocase una rueda de prensa, como Díaz Ayuso, para acusar al Gobierno de hacer política con su necesidad y condenarle a la desgracia porque usted lo ha hecho todo bien y solo buscan acabar con usted por militar en otra ideología y otro color partidista. No hace falta tener mucha imaginación para intuir cómo podrían acabar el cuento y cuál sería la moraleja.

Imagine ahora que, a esos mismos presidentes autonómicos, sus ciudadanos les aplicasen la misma presunción de arbitrariedad que ellos han despachado sin tasa ni medida contra otros ejecutivos; desde el ejecutivo central al patético intento de armar una teoría de la conspiración sobre un nuevo agravio a beneficio de los vascos. Pregúntense qué pasaría si esos ciudadanos también actuasen convencidos de que les gobiernan seres partidistas, arbitrarios y movidos únicamente por la inquina hacia quien no piense como ellos. Tampoco hay que ser alguien muy creativo para intuir cuál sería la respuesta y qué nos enseña.

En las situaciones de crisis los gobernantes responsables saben que su primer deber, antes incluso que tener o no la razón, consiste en proteger a las instituciones porque solo ellas pueden sacarnos del desastre sin acabar en el caos. Gobernantes como aquellos de Catalunya y Castilla y León, al frente de comunidades que en esta desescalada también sufren presiones al límite y ven cómo se pierden negocios, vidas y miles de millones, pero eligen gobernar en lugar de fabricar indignación.

Únicamente quienes no saben lo que hacen y desconocen qué significa gobernar o por qué importan las instituciones se dedican a incendiarlas para explicar asuntos tan perecederos como por qué no pasan una fase, que luego superan una semana después con restricciones, casualmente, en las mismas zonas antes denegadas; o por qué han tenido que hacer más contratos para un apartahotel mágico y una concesión que nunca existió que tribunales e informes necesitó recrear Cristina Cifuentes en su TFM para acabar de tertuliana.