Que nos gobierne un futbolista
“Actúa de modo y manera que la máxima de tu voluntad pueda ser elevada a ley de categoría universal”
Inmanuel Kant
Llevo toda la semana pensando en esos 15 elefantes errantes por China, siguiendo a su líder, arrasando sin que sea su voluntad, protegidos y temidos, y sin que ni un solo científico sepa aún qué extraño motivo les ha llevado a abandonar su hábitat natural para recorrer más de 500 kilómetros hacia el norte. No saben si huyen o si han perdido su sentido de especie. No saben si se han quedado sin recursos en la reserva que habitan por efecto de la deforestación o si al macho dirigente de la manada se le ha ido la pinza y el instinto y les ha metido en un atolladero sin precedentes ni lógica. Duermen agrupados, como una verdadera manada, y sus crías les siguen y hasta nacen durante tan inexplicable diáspora. A veces me da por pensar si no es una bonita alegoría para lo que sucede en nuestro país. Me confieso tan estupefacta ante algunas pulsiones comunes como los zoólogos ante la larga marcha del elefante asiático. No me ha sorprendido saber que, al poco tiempo de emprender esta errática aventura, dos de los elefantes se dieron la vuelta y se separaron de la manada volviendo a su lugar de origen. No desespero de que siempre queden algunos dispuestos a cambiar el rumbo y abandonar la manada. Es una gran esperanza.
La última aquiescencia rocambolesca y estrafalaria de la sociedad española es la de aceptar que se pase por encima de toda la estrategia de vacunación y los protocolos establecidos para vacunar ahora a los futbolistas de la selección nacional. Voy a entrar en el tema como elefante en cacharrería pero lo voy a hacer invocando las sagradas leyes de la lógica, esas que el jefe de la mastodóntica manada china ha desoído.
La norma vigente en materia de vacunación es pétrea: cero privilegios. Lo es hasta tal punto que el propio jefe del Estado ha acudido como un ciudadano más, cuando le ha tocado, a inoculársela. El Gobierno ha respetado su turno. Los diputados han respetado su turno. Ha habido ceses y hasta acusaciones de la Fiscalía por colarse. No hay ninguna duda, la norma básica consiste en vacunarnos todos cuando nos toque, según una ruta marcada. Esto no me lo puede discutir ni el míster de la Selección.
Héteme aquí que lo que ha sido inamovible hasta para las más altas instancias de la nación no lo es para unos jóvenes porque son futbolistas. Merece un análisis. En caso de privilegios, yo hubiera estudiado los de las personas cuya hospitalización o fallecimiento nos hubieran puesto como colectividad en un aprieto: el rey, el presidente del Gobierno y hasta el famoso JEMAD que tuvo que poner pies en polvorosa. No, ellos no. Los jóvenes futbolistas, sí. Lógica no tiene ninguna, ergo la razón ha de ser otra.
La norma de vacunación común para toda la población reflejaba tres pautas claras: la edad de mayor a menor, los grupos de riesgo y los trabajadores esenciales más expuestos. Nunca ha habido otros parámetros. Dado que ni la edad ni el ser grupo de riesgo afecta a los jugadores de la Selección ¿hemos de colegir que son trabajadores esenciales? O es eso o es que admitimos que la norma se puede saltar y si es así, tendremos que concluir quién puede saltársela y en qué circunstancias.
¿Son los futbolistas de la Selección trabajadores esenciales? Digamos que durante el confinamiento duro no lo fueron. No se consideró que su actividad era esencial. No trabajaron, de hecho, y aquí seguimos todos. No bromeemos con esto que les puedo asegurar que hay muchos abogados de turno de oficio entrando a asistir detenidos y visitando cárceles que no han sido vacunados aún. Lo mismo que los trabajadores de los supermercados, ahí siguen esperando su turno por edad, o los peluqueros que protestaban el otro día y tantos otros. No me vengan con la broma de que los esenciales para la sociedad son los futbolistas. Muchos podemos vivir sin ellos y hasta usted, que creía que no, sabe ahora que sí.
No siendo esenciales asistimos al ejercicio de una arbitrariedad por aclamación. Las autoridades van a permitirse designar con el dedo a un grupo de personas que se saltarán el turno, lo hacen a la luz del día, y con el beneplácito hasta de la oposición. ¿Ven por qué sugiero que nos gobierne un futbolista? A lo mejor es la única manera de conseguir estos consensos incluso absurdos. Están aplaudiendo, además, que esa decisión que supone un favoritismo evidente y un agravio comparativo para muchos -hay hasta gente con discapacidades esperando aún- la tome ni más ni menos que el Gobierno y hay gente de todo signo político dispuesta a aplaudirlo.
Pues, ¡óiganme bien! aquello que convengamos debe poder ser extrapolable. Recuerden la ética del imperativo categórico: actúa de forma que esa máxima de tu voluntad pueda ser elevada a ley de categoría universal. Ejercicio de ética. ¿Puede ser una ley universal que el Gobierno pueda decidir, basándose sólo en la opinión pública o publicada, establecer elecciones arbitrarias o preferencias o arbitrariedades con tal de que la mayoría lo aplauda? ¿Qué mayoría y con qué tipo de aplauso? ¿Podía el Gobierno haber salvado al JEMAD, dado que había parte de la población que pensaba que el jefe del Ejército tenía que estar a salvo? ¿Hicieron bien los alcaldes valencianos al considerar que eran imprescindibles para su pueblo? ¿Si eres muy relevante en lo tuyo, tienes prioridad? ¿Tendríamos que haber vacunado a los poetas y a los arquitectos famosos y a los literatos o directores de cine cuyo trabajo es parte de nuestra huella cultural? Un futbolista es un señor que le pega bonito a un balón; los encargados de investigar la vacuna española no fueron vacunados sino cuando alguien reclamó que estaban en el olvido, nadie se acordó de ellos al vacunar a los sanitarios.
Aún nos queda el recochineo de recorrer las razones que he oído alegar sobre esa priorización de la selección española de fútbol. He oído decir que la Selección “nos representa”. Eso lo ha dicho un señor que dicen que es ministro del Gobierno de España. No, lo siento, al pueblo español le representan los diputados nacionales, los senadores y los parlamentarios autonómicos que, por supuesto, no han entrado en ningún grupo de graciosa vacunación. He oído decir que “hacen felices a mucha gente” y este argumento me desborda la pluma, porque no voy a entrar en qué colectivos son los que más felicidad procuran ni a valorar que esa mal llamada felicidad, ¡con que poco se conforman algunos!, pueda ser materia para alterar las normas. Eximente de otorgamiento de felicidad, casi puedo verlo. El epidemiólogo en jefe lo ha denominado: “una excepción de interés” cuando de lo que se trata es de una excepción interesada, que es algo muy distinto.
Por último, el apartado de las torpezas. No se hizo de forma clara desde el principio. La excepción de estos deportistas de élite y de los atletas olímpicos debería haber aparecido, en todo caso, en la estrategia de vacunación inicial y haberse discutido en el mismo ámbito en que se discutió esta. La elección del momento y del tipo de vacuna es, perdonen, otra pifia. No les van a poner Janssen sino una de ARN mensajero y eso implica 33 días como poco para conseguir la inmunización más la posibilidad de que la segunda dosis, sobre todo, les pille en plena competición y les deje fuera de juego con los efectos secundarios. No puedo entender lo de este país con el fútbol. Hasta podría imaginar antes qué pasa por la cabeza del paquidermo que dirige la diáspora china. No comprendo como algo que tú no haces, en lo que no participas, que no varía tu vida, que no la mejora, de lo que no ganas un duro, aunque ellos se forren, puede poner de acuerdo a los parias y a los millonarios. Quizá, por eso, debería gobernarnos un equipo de fútbol. Tal vez el que ganara esa fantasma superliga.
La democracia, la razón y la ética son valores en magnífica decadencia. Acabaremos como los 15 elefantes.
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