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El gobierno de la lista más votada: entre chapuza y cacicada

A lo largo de la legislatura han sido varias veces en las que el Partido Popular ha hablado de reformar la ley electoral para que gobierne la lista más votada. Que la última tenga lugar tras su conferencia política, nutrida de candidatos a alcaldías y presidencia más votados pero sin gobierno, tiene que ser simple casualidad. Salvo que, hayas perdido alcaldías como Madrid o Valencia y el gobierno de la Comunidad Valenciana y reproches a tu partido no haber legislado en favor de la lista más votada antes de las elecciones.

Esta feo eso de hacer leyes a medida, a la de tus amigotes pase (Reforma del sector energético, RD Autoconsumo, Reforma laboral, Ley de montes o de costas, etc.) pero las cacicadas son cosa de otro siglo. Salvo que, te llames Mª Dolores de Cospedal, o seas Ministro de Interior y creas que hay demasiadas libertades y derechos en este país como para que funcione decentemente.

La propuesta que ha trascendido a la prensa de que una lista con el 35% de los votos pase a gobernar automáticamente no hay por dónde cogerla. Salvo que, seas un partido que ronde ese porcentaje y que tengas al resto tan en contra que encuentren los suficientes puntos en común como para no dejarte seguir haciendo barbaridades.

Conceder el gobierno automáticamente a la lista más votada introduciría dos distorsiones en nuestro sistema político:

Por un lado, supondría modificar nuestro sistema parlamentario para que se pareciera a uno presidencialista, pero sin serlo. Esto es, tendríamos una presidencia del gobierno por decreto, pero no tendría el apoyo del parlamento para llevar a cabo su programa de gobierno. ¿Obligaría la ley a aprobar los presupuestos generales del estado en nombre de la estabilidad y la voluntad del 35% de los votantes?

Y por otro, le daría un carácter mayoritario a un sistema electoral proporcional, con ya de por sí con un fuerte sesgo que favorece a los partidos y listas mayoritarias. Es decir, que no importa por cuanto ganes: si ganas, tienes premio. ¿Se imaginan la legitimidad de un gobierno obtenido automáticamente con el 35,1% de los votos frente a otro partido que haya obtenido el 34,9%?

La manera en la que se distribuye el poder transformando los votos en representación es la clave de todo sistema político democrático. Nuestro sistema electoral diseñado en la transición tenía el objetivo de favorecer la estabilidad del sistema de partidos y evitar la atomización del mismo. Hoy está muy lejos de entroncar con la realidad política del país y las demandas de la ciudadanía del siglo XXI.

El “no nos representan” del 15M se puede aplicar perfectamente al sistema electoral español. Los cargos electos que salen de las elecciones no representan la pluralidad política y social que existe en nuestra sociedad. Se quedan con muy poca presencia en las instituciones, o simplemente fuera de ellas, opciones políticas que tienen un fuerte apoyo social, pero cuyo número de votos no pasa las barreras establecidas.

La reforma del Partido Popular contribuiría aún más a alejar a la ciudadanía de las instituciones. ¿De qué sirve votar si estás fuera de ese 35% de votantes ganadores? Siempre te queda la opción del famoso “voto útil” y votar al que ronda el 30% a ver si con un poco de suerte hay (re)cambio.

Esta ha sido la lógica mayoritaria en las pequeñas circunscripciones durante más de 30 años y es lo que ha consolidado el bipartidismo en nuestro sistema. Y si algo no quiere la ciudadanía es seguir consolidando la alternancia entre dos partidos similares que apuestan por el mismo modelo político, económico, social y ecológico que nos ha llevado a la crisis, que votan juntos a favor del TTIP en Europa y que se han limitado a apoyar la humillación a Grecia.

Legislar para favorecer a la lista más votada es un intento zafio y burdo de querer mantener un sistema político cuya crisis es reflejo de la crisis de sistema y de modelo que vivimos. Hay quien no se ha enterado de que el proceso de transformación que hemos puesto en marcha en todos los niveles, es imparable. Salvo que dejemos de creérnoslo.