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Toda la verdad sobre el Gran Reemplazo, confesada por un inmigrante

Una embarcación de Salvamento Marítimo rescata a 190 migrantes que llegaron en una patera en el puerto de la Restinga de El Hierro.
15 de junio de 2024 22:04 h

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Conseguí la confesión. Tras semanas de conversaciones, preguntas, divagaciones y otros métodos que aquí no puedo contar, un inmigrante me terminó desvelando, por primera vez y en exclusiva, cómo funciona el Gran Reemplazo desde dentro. Hasta la fecha ningún periodista lo había conseguido: la opacidad y el secretismo rodean un proceso del que muchos hablan pero nadie sabe cómo funciona. En una época de investigaciones prodigiosas sobre operaciones de evasión fiscal o sectas secretas, el funcionamiento del Gran Reemplazo se mantenía en la sombra. Hasta hoy. Es el momento de revelar todos sus secretos.

Cuando el inmigrante comenzó a confesar todo sobre este fenómeno no me lo creía. El secreto mejor guardado de nuestra época se deslizaba por su boca, palabra por palabra. El inmigrante nació en África, cuna del Gran Reemplazo. Tuvo una infancia como la de cualquier chaval, pero desde que tenía uso de razón aspiraba a cumplir un sueño. En Europa los jóvenes quieren ser tiktokers e influencers, pero en África el gran deseo es formar parte del Gran Reemplazo. No les culpo. Cuando el inmigrante me admitió las condiciones del puesto pensé que yo también tendría esa aspiración: una casa de lujo okupada sin pagar alquiler, hipoteca o gastos; un sueldo vitalicio ajustado a la inflación por no trabajar pagado por el Gobierno; un trabajo robado a una persona nacida en España y la garantía de obtener los papeles más rápido que un tomate español.

Con ese objetivo en mente, nuestro amigo inmigrante comenzó a prepararse para las oposiciones del Gran Reemplazo. Tirando del hilo de su relato, descubrí que no son nada fáciles, millones lo intentan cada año sin éxito. Me contó que las pruebas físicas incluyen un examen consistente en okupar un inmueble en menos de lo que una anciana española tarda en comprar una barra de pan. Las pruebas de lengua comprenden una redacción de argumentos para convencer a un español de que un inmigrante le ha robado un trabajo al que no se postulaba.

Pasó las pruebas a la primera, un hito si nos atenemos a las cifras que dicen que solo un 22% de los participantes consiguen superar el Gran Reemplazo en su primer intento. Nuestro amigo el inmigrante admitió que, cuando le dieron la noticia del aprobado, fue el mejor día de su vida. Cumplió su sueño: por fin podría reemplazar a un europeo. Se unía así a una cohorte de diez millones de africanos que cada año cumplen su sueño de sustituir étnicamente a los europeos.

Lo siguiente es la ceremonia del Gran Reemplazo, que no deja de ser una especie de graduación. Allí, nuestro protagonista explicó que había jóvenes de todos los colores, nacionalidades y etnias. Recordaba a un alumno aventajado, un muchacho sudanés que con 25 años recién cumplidos tenía ya siete hijos con los que viajar de golpe a Europa. Su memoria rescató la felicidad de un chaval cuyo cumpleaños coincidió con la ceremonia, así que tenía doble celebración. Entre risas, confesó que nunca olvidaría a un joven barbudo, de piel clara para ser oscura, acicalado con un pin de una ardilla en la solapa del traje y que, sin haber pisado Europa, ya gritaba “¡Viva España!”. Lo veía muy preparado.

Lo próximo en el proceso del Gran Reemplazo es el reparto, que según me reveló el inmigrante, es el momento en que se te asigna el territorio donde iniciarás tu reemplazo. La ceremonia la oficia el sacerdote mayor del Gran Reemplazo, un hombre de edad indefinida entre los 60 y los 110 años, muy honorable jefe de su tribu, encorvado pero sin una sola cana y que solo se comunica en proverbios africanos. Una vez convocados los elegidos para formar parte del Gran Reemplazo, él se encarga de darles la bendición. Cada año una oleada de africanos pasan por sus veteranas manos. 

Cuando comienza la ceremonia del reparto se impone el silencio. Es un momento majestuoso: el sacerdote mayor saca una escuadra y un cartabón que se utilizan al menos desde 1884 e inicia la liturgia matemática. Divide Europa en 55 pedazos bajo la norma de que no se repitan los patrones de años anteriores. Después, reparte a los diez millones de aspirantes a reemplazar a europeos en grupos iguales y los asigna aleatoriamente a uno de esos 55 territorios. A nuestro protagonista el inmigrante le tocó un nada habitual territorio que abarca Andalucía, Castilla-La Mancha, Murcia y la Comunitat Valenciana. Me compadecí de él, no tuvo mucha suerte.

Según pude saber, tras la fiesta de celebración comienza la aventura. Los diez millones de personas que forman parte de la misma quinta del Gran Reemplazo inician el viaje a Europa. Lo hacen a cuentagotas, sin llamar la atención para que no salten las alarmas. Para quienes aterrizan en España, los aeropuertos de Madrid y Barcelona suelen ser las puertas de entrada al país y de allí se mueven en Alsa a su territorio. Llevan el temario de las oposiciones aprendido y lo siguen al dedillo.

Una vez en el territorio, nuestro protagonista en España puso en práctica todo lo aprendido en la academia preparatoria de las oposiciones al Gran Reemplazo. Inició su proceso de okupar una casa, aplicar correctamente a la paguita, robar el trabajo a un español o conseguir los papeles más rápido que un tomate. El amigo inmigrante completó sin mucha complicación su cometido e incluso confesó que la realidad le pareció mucho más fácil que las oposiciones. En apenas un mes cumplió su sueño, oficialmente había conseguido reemplazar a un europeo. Cuatro semanas después, recibió por Telegram el diploma firmado por el sacerdote mayor que certificaba su logro. Ahí terminó la investigación por la que llevaba tanto tiempo suspirando.

Pero la confesión me supo agridulce. Tenía lo que quería, pero no me sentía satisfecho. Ahora que tenía toda la información, decenas de preguntas revoloteaban por mi cabeza. ¿Cuándo y con quién empezó el Gran Reemplazo? ¿Quién puede saber a ciencia cierta que nunca ha sido reemplazado en algún momento? ¿Vivimos en un Gran Reemplazo infinito sin principio ni final? Eran muchas las preguntas, pocas las respuestas y creciente la certeza de que la teoría del Gran Reemplazo es, en resumen, una mirada cobarde y parcial a la simple historia de la humanidad y sus migraciones.

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