Greta mal, las del museo mal, protestar contra el cambio climático siempre mal
“Atentan en el Prado contra Las Majas de Goya”, titulaba un diario español. Atentan. Atentado. La palabra no se ha caído ahí, está escogida con toda intención. Ya saben cómo se llama a quienes comenten atentados. No hace falta ni que lo escriban, nos sale sola en cuanto leemos “Atentado”: terroristas. Daba igual que la acción fuese más una performance que un atentado, sin intención de dañar, solo llamar la atención: un atentado.
Curiosamente, graciosamente, ese mismo periódico que tan bien escoge las palabras, se mofaba hace tres años de otra activista, la joven sueca Greta Thunberg, que no echaba puré sobre cristales protectores ni se pegaba al marco de un cuadro. “El show de Greta”, titulaba entonces al informar de la llegada de la activista a la cumbre de Madrid. Durante meses ese mismo periódico, y otros similares que también condenan hoy con dureza lo del Prado, pusieron la lupa sobre Thunberg para desvelarnos que en realidad no era tan ecologista como decía, que sus viajes también contaminaban, que era una niña consentida, que tenía problemas mentales, que acabaría siendo una muñeca rota, que su familia era esto o lo otro, mientras sus columnistas, tan graciosos siempre ellos, hacían juegos de palabras y rimas simpatiquísimas con la muchacha. “Ecolojeta”, la llamaba uno. “La profeta loca”, decía otro. “La niña de la curva ecológica”, remataba el más ocurrente.
Conclusión: si protestas como Greta, haciendo huelga frente a tu instituto los viernes, viajando en tren a una cumbre y pronunciando discursos, mal. Si protestas como las activistas del Prado, que no causaron ningún daño pero consiguieron sobresaltarnos, mal también. Niñata una, terroristas otras. Inofensiva una, peligrosas otras. Todas mal. Tampoco es que esos mismos periódicos aplaudan cuando las activistas cortan carreteras, irrumpen en actos públicos, arrojan pintura en la puerta de una empresa o señalan una industria contaminante. En el mejor de los casos las ignoran, las invisibilizan. Todo mal.
Conclusión: no protesten, niñas. O háganlo sin molestar, que nadie tiene la culpa del cambio climático: ni las Majas de Goya, ni los turistas interrumpidos en su disfrute del museo, ni los conductores atascados por su inoportuna sentada en mitad de la calle, ni los gobernantes que ya se reúnen en cumbres para arreglarlo, ni las empresas que mira tú cómo se comprometen con reducir emisiones, plantar árboles y usar correo electrónico en vez de cartas de papel. No protesten, no hagan el ridículo, no cometan atentados.
En el mismo periódico, en cualquiera de esos periódicos que llaman terroristas a unas y niñatas ecolojetas a otras, pasas la página y te encuentras con la noticia de que los últimos ocho años han sido los más cálidos de la historia, el aumento del nivel del mar se ha duplicado en treinta años, y las palabras del secretario general de la ONU avisando de que el cambio climático “a velocidad catastrófica está devastando vidas y formas de vida en todos los continentes”.
Y ahí, en ese pasar la página, a un lado lo del museo, al otro el último informe, en ese pasar una simple página es cuando algo nos hace clic, o quizás crac. Una de las dos cosas no puede ser verdad: o las activistas, lo mismo Greta que las del museo, se equivocan; o la ONU y los expertos se equivocan. Porque si el cada vez más amplio consenso científico está en lo cierto, y estamos entrando en una zona incierta e incontrolable, que va a tener (que ya está teniendo) consecuencias terribles sobre la parte más vulnerable de la humanidad y compromete nuestra vida futura en el planeta, entonces lo criticable no es que manchen el cristal protector o el marco de un cuadro, sino que no hagan algo más, mucho más que una pintadita en un museo. Que no hagamos algo más, mucho más, nosotros que nos indignamos tanto (yo el primero) al ver el arte, el Arte, amenazado y profanado, y lo rechazamos y nos burlamos y nos ponemos estupendos y les damos lecciones de activismo, como antes nos tomamos a coña (yo el primero) a la cría sueca; pero nos indignaremos un poquito menos (yo el primero) cuando dentro de diez días la cumbre de Egipto se cierre con otro fiasco.
¿Mi opinión sobre lo del museo? Muy mal, claro. Todo mal, siempre mal.
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