Y, sin embargo, significativo. Por lo poco que significa lo que se exhibe, y por lo muy consistente, pétreo y duradero que es lo que oculta. Entre debates parlamentarios que son meras agarradas de moño, y ese hipócrita tertulianeo que ejerce lo mismo que aparenta rechazar –el demasiado ruido para no entrar a fondo en las muchas nueces que se nos atragantan–, la espuma de los días nos mantiene entretenidos coronando un oleaje barato, de bajo nivel político, metido como está cada partido en su propio estofado de deshechos, y nosotros entregados a la conservación de los resquicios de esperanza, o de dignidad, o de ambas cosas a la vez. Trabajo hercúleo y contra el viento que sopla en todas las direcciones, y la marea que arrastra hasta la playa toda clase de detritus: grandes ideas que se pudrieron bajo las algas, grandes promesas devenidas en calcáreas fortificaciones empeñadas en la conservación de lo que ya no puede mantenerse. Cascotes a la deriva.
Viejos aparatos de partido, comportamientos cancerígenos, burócratas con el culo-lapa apegado al asiento y sus privilegios. Excusas de malos pagadores, pufos al descubierto, un PP que da lecciones, un PSOE en estado de naufragio que no cesa, una IUCM que abochorna, candidatos elegidos en ilusionadas primarias obligados a la huida libre porque les hacen la vida imposible… Mientras, lo nuevo, que sin duda existe, exhibe también vicios antiguos –soy una víctima, la culpa es de los demás–, aunque personalmente no caeré en la trampa de creer que todos son igual de ladrones pero, a lo peor, sí todos, igualmente, nos creen tontos. Y de eso, nada.
Y precisamente porque no somos tontos, o no deberíamos, tenemos la enorme responsabilidad de recordar. Leyendo estos días un polar del escritor marsellés Maurice Gouiran, un hombre que tiene el vicio de escribir sin parar historias de crímenes entrelazados con los crímenes de la Historia, he tenido un retrato muy vívido de lo que nos corroe. En Franco est mort jeudi, Gouiran entreteje Memoria Histórica y memoria personal, desde el lado francés, de aquella España que cruzó derrotada la frontera, y desde el lado de la lucha incansable de los españoles que buscan justicia y reposo para los suyos, aquí, entre fosas comunes.
La España derrotada, decía. ¿Por el franquismo, por los rebeldes, los fascistas, los catolicones, los golpistas, los asesinos? Claro que sí. Pero sobre todo devastada, la España republicana, la de las izquierdas, por sus propias luchas intestinas.
Así que, por mucho que griten, sabemos la clase de nueces que su fanfarria esconde. La derecha: que todo lo ha hecho mal y en su provecho, que es corrupta, insensible y, sobre todo, heredera de aquella oligarquía que nos doblegó a sangre y fuego. Eso es lo que intenta esconder con su y tú más y la herencia recibida. La socialdemocracia: que ha metido el cazo en la caja y que no sabe cómo limpiarse sin explosionar; que se hundió en el pantano neoliberal. Y la izquierda más “pura”, dedicándose como siempre a la autocrítica para cargarse a continuación al vecino de asiento.
Qué asco si no fuera por la gente, si no fuera por quienes debemos tener el sentido de responsabilidad que a ellos les falta.
Vendrán tiempos más difíciles. Lo importante es que no nos hagan más imbéciles.