El gran cambio que se ha producido en estas elecciones es que el grito de la calle ha llegado a las urnas. El gran cambio no es el número de votos contrarios al antiguo régimen que aún está muy lejos del bipartidismo, es lo que esos votos representan. Es el paso de la manifestación a la institución, eso que tanto temía el 15M pero que ahora parece la estrategia correcta. La calle ha entrado en el sistema para intentar cambiarlo. Hemos saltado la valla que rodea al Parlamento (el europeo, de momento). Ya no hace falta rodear el Congreso, la protesta está dentro. Hemos pasado de tomar la plaza a tomar el escaño. Es un cambio brutal.
Hasta ahora tenían a la calle allí lejos, donde no les molesta, donde el problema no era suyo, era de la policía. Pero ahora el descontento social ha metido el pie en el territorio que ellos reconocen y tienen que respetar. En su terreno. Ahora la calle tiene la misma autoridad legal que ellos y no pueden obviarla. No pueden negar a un diputado como niegas la protesta porque se estarían negando a sí mismos y sus normas. Ahora la calle juega en el mismo campo, al mismo juego y con las mismas reglas. Fair play.
Como era de esperar, a los reyes de la jungla y del mambo les parece una intrusión que el pueblo llano se meta en su pista de baile. Por eso han reaccionado dando zarpazos. Como leones heridos en su orgullo. Prueba de ello es la inquina del PP (y de las viejas momias del PSOE como Felipe) contra Podemos, un partido al que los populares casi han cuadriplicado en votos. Pero más que el número, lo que les molesta es que ahora los perroflautas son iguales a ellos. Qué desfachatez. ¡Los pies negros les están ensuciando las alfombras de palacio!
¿Qué será lo siguiente, que la chusma nos quiera echar del palacete? Pues eso parece. Y eso es lo que ellos temen que haya empezado a ocurrir. La calle avanza y ellos están en retirada. Aún estamos muy lejos y no es ni mucho menos seguro que lleguemos, pero este primer avance electoral puede arrastrar a otros indecisos y es muy buena señal que los grandes retrocedan. Y mejor señal aún cómo lo hacen. Sin quererlo, están fortaleciendo lo que quieren destruir. Su pánico da alas, sus ataques, vigor y sus descalificaciones generan adhesiones en contra.
En su retirada, además han tomado un callejón sin salida. Ahora resulta que los que siempre han defendido las urnas como única expresión democrática legítima, deslegitiman y desprecian el resultado. Se han cerrado la vía de escape. Si niegas una cosa y la contraria, te quedas sin argumento. En una posición indefendible. Ellos solitos se están acorralando. Ahora sí que están rodeados dentro de su campo, no fuera. La calle no solo ha tomado el escaño, ha tomado el debate y lo va ganando de calle. Otro cambio sustancial.
Lo saben. Y se les nota. Se les huele el miedo a distancia. Se percibe en las tertulias y en las redacciones de los medios convencionales. La mayoría ha perdido pie. También los guardianes de las esencias ideológicas de la izquierda que menosprecian a los recién llegados con la misma saña que critican en el bipartidismo. Puedo compartir dudas sobre los métodos de Podemos y Pablo Iglesias, pero están tirando piedras sobre un tejado que la propia izquierda tradicional ayudó a levantar. Ay amigo, cuesta aceptar que es otro el que cosecha lo que sembraste. Eso requiere generosidad y valentía.
Estas elecciones han enfrentado consigo mismos a los más acomodados y ha hecho tambalear muchas poltronas. El voto de las europeas ha caído como un puñetazo sobre el tablero de ajedrez y ha cambiado una partida que las blancas tenían ganada. De pronto los peones negros tienen en jaque al rey. De pronto el rey ha perdido la última carta que le quedaba: las elecciones. Se han dado cuenta de que se les acabaron las excusas. Y por eso han pasado al insulto y la descalificación que es la respuesta del que se ha quedado sin razones. Después solo les queda huir. A enemigo que huye, puente de plata.