Los pueblos indígenas han tenido que luchar desde la colonización por su derecho a existir – y esto no es poca cosa-, pero además, a existir libres de pobreza, desigualdad, exclusión, abandono estatal, violencia institucional, racismo, etc. El 9 de agosto se conmemoró el día internacional de los pueblos indígenas, una fecha para insistir en sus derechos, para rechazar el despojo de sus tierras y el expolio de los recursos naturales que custodian, para recordarle al mundo que han sido parte de la población más afectada en medio de la pandemia y también de la menos atendida. En fin, para insistir en su ciudadanía.
Así que en el marco de esta fecha quiero hablarles de una colectividad ancestral poderosa, que se organiza para custodiar los pueblos y sus territorios: La Guardia Indígena. No es una colectividad militar, es la misma comunidad organizada para protegerse ante cualquier amenaza y para ejercer su autonomía como pueblo. Las comunidades indígenas y rurales en diversos países de América Latina tienen esta organización social, con más y menos matices cada una; así por ejemplo Ecuador, México y Perú – este último tiene las rondas campesinas, precisamente a una de ellas pertenecía el actual presidente del país, Pedro Castillo -.
Sin embargo, quiero hablarles de una Guardia Indígena a la que, por compartir origen, he visto luchar muchas causas a lo largo de mi vida: la Guardia Indígena colombiana. Para hablarles de ella debo ponerles brevemente en contexto. A partir de la constitución de 1991, a las comunidades indígenas se les reconoció jurisdicción y autonomía dentro de sus territorios. En Colombia –según la Organización Nacional Indígena- habitan 102 pueblos, que son el 3,4% de la población, aproximadamente 1.378.884 indígenas que se organizan a su vez en comités, asociaciones, etc. La Guardia nació en la región del Cauca en el año 2000 y está conformada por alrededor de 60.000 personas–según el Comité Regional Indígena del Cauca-. Les voy a decir que pocas cosas me hacen sentir tanta fuerza, admiración y respeto a la vez como ella. Está integrada por niños, niñas, mujeres y hombres de todas las edades, cuyo trabajo es voluntario.
Es un cuerpo de resistencia civil que protege y difunde su cultura ancestral. Lo único que portan para hacerlo es su “chonta” o bastón de mando, que está revestido de un enorme valor simbólico de autoridad, es la materialización del mandato que su comunidad les ha dado; pero también de un poder espiritual capaz de equilibrar a quien lo porta dotándole de las habilidades necesarias para ser guardia. Es una organización con funciones humanitarias y constructora de paz. Interviene en la liberación de personas secuestradas, participa en la búsqueda de desaparecidos en las masacres, previene el reclutamiento de niñas y niños en el conflicto armado, ofrece seguridad en las movilizaciones y eventos de sus pueblos, etc.
La Guardia también se moviliza frente a las causas colectivas que trascienden a su territorio y lo hace siguiendo las decisiones que se toman en la “Minga”. La palabra “Minga” alude a una forma de trabajo colaborativo, grupal, comunitario y que de hecho no es de uso exclusivo indígena sino también de la población rural. Recuerdo por ejemplo que en el pueblo de mis abuelos la comunidad convocaba a Mingas para arreglar las carreteras porque el Estado nunca lo hacía o para arreglarle la casa a algún vecino o vecina. Incluso en casa cuando era niña, mi madre para motivar el trabajo de limpieza a profundidad el fin de semana, me decía que íbamos a hacer una Minga para dejar la casa bonita y claro, eso me sonaba a trabajo en equipo así que yo me motivaba.
La Minga es entonces la comunidad indígena en pleno, cuyo trabajo asociativo trascendió a la incidencia social y política ante la urgencia de intervenir ante las vulneraciones de derechos humanos constantes y allí al interior de esa Minga está la Guardia. Su participación en las movilizaciones sociales de los últimos meses en Colombia ha sido determinante y por ello ha sido atacada con armas de fuego por grupos paramilitares, violentada por la policía y criminalizada por el Estado. Cuando la Minga aparece en las manifestaciones, la esperanza se reaviva es como un enorme chute de energía, pueden imaginar que es como en las películas cuando las batallas se van perdiendo y de la nada llegan los refuerzos y de pronto suena música con aires de triunfo. Por internet estuvo circulando un meme que ponía “Cada vez que veo que la Minga se une al paro (protesta), parece que se unieran los Avengers”. Pues eso, así mismo.
El día 9 escuché varias veces el Himno de la Guardia y lo compartí en mis redes, sí, tiene un himno, uno que es una verdadera declaración de intenciones y símbolo de la resistencia y la lucha por los derechos –el que me motivó a escribir esta columna-. Cada palabra que se dice allí tiene una potencia única y es que para los indígenas la palabra es una fuerza ancestral, la palabra se teje y la palabra se camina. Lo que quiere decir que es algo como dar valor a los acuerdos a través del diálogo y también reconocer al otro en su verdad. Así que hoy vine a tejer palabra con ustedes, a caminarla también, porque esta es también mi verdad, porque soy una mujer mestiza y amazónica que habla desde lo aprendido, a la que la sangre indígena le corre por las venas, será por eso que cada vez que lo escucho, -ya no sé ni cuántas veces lo he hecho-, no puedo evitar que se me agüen los ojos y recuerde cuánta historia, resistencia y ejemplo hay en ellas y yo, no podía quedarme con esta preciosidad para mí sola, que lejos de ser la típica marcha militar de tono solemne, es de música bailonga, disfrutona y una fuente de sabiduría enorme:
“La tierra sabe, la tierra piensa
Guardia, Guardia, fuerza, fuerza
guardianes de la vida, guardianes del planeta
de esta tierra herida, de esta tierra nuestra“
Así que con ustedes: el himno de la Guardia Indígena ¡Que lo disfruten!
“¡Guardia!, ¡fuerza! Por mi raza, por mi tierra”.