Se acercan las elecciones y algunos aspirantes comienzan a tirarse a la cabeza aquello que más les gusta arrojarse después de corruptos y recortes: las pensiones. Por razones misteriosas, en pleno agosto, a medios de comunicación y candidatos les ha entrado una preocupación incontenible por la pirámide demográfica y el volumen de pensionistas.
Se agita con alarma el llamado “problema de las pensiones” y nuestros pensionistas, escuchando y viendo cuánto se vocea sobre ellos, deben irse a la cama cada noche convencidos de tener la culpa por ser muchos y vivir demasiado. Al parecer ahora los viejos son, ante todo, otro gasto que no nos podemos permitir.
No supone nada nuevo. Hace tiempo que fue declarada la guerra a los sistemas públicos de pensiones. Ya en 1994, en su seminal informe sobre pensiones y envejecimiento, el Banco Mundial advertía que las pensiones públicas generaban estancamiento económico al aumentar los costes del empleo y obstaculizaban el desarrollo de los mercados de capital al competir con las pensiones privadas.
Desde entonces las pensiones públicas dejaron de concebirse como un mecanismo de solidaridad. Ahora son capital que conviene “liberar” para invertirlo en los mercados financieros. En esta guerra contra las pensiones públicas todo vale, casi todo es mentira y, al parecer, cuanto más grande la bola, mejor.
La primera gran mentira consiste en presentar nuestras pensiones como un pozo sin fondo. Nuestra inversión en pensiones se mantiene en el entorno de del 11% del PIB y tres puntos por debajo de la media de la UE-15. De acuerdo con las previsiones más alarmistas, llegaremos al 14% del PIB en 2050. Un porcentaje inferior a lo que hoy ya dedican a pensiones países como Italia o Francia y muy parejo al gasto alemán. De hecho, de acuerdo con los datos de la OCDE, el coste de las pensiones en España ha seguido una trayectoria similar a los países de nuestro entorno.
En España no está pasando nada muy diferente a cuánto acontece en los países con los que solemos compararnos. Nuestras pensiones no afrontan ninguna situación excepcional. De hecho, la única excepción consiste en que nuestra inversión en pensiones siempre ha sido considerablemente menor. El actual déficit de la Seguridad Social no responde principalmente al incremento de pensionistas. Se debe sobre todo al aumento del paro y la imparable precarización del empleo.
La segunda gran mentira se refiere a las apocalípticas proyecciones demográficas que nos alertan sobre la insostenibilidad de sistema. Para que se cumplan han de concurrir fenómenos tan paranormales como que la población española caiga por debajo de los 41 millones, la inmigración sea casi igual a cero y el ritmo de salida al extranjero de nuestros jóvenes no decaiga ni con la famosa recuperación.
La tercera mentira consiste en llamar “gasto” a las pensiones, cuando en realidad representan una inversión. Si no me creen, piensen en todas las familias que han podido y pueden aún capear estos años de crisis gracias a las pensiones que han ingresado los mayores de la familia o el ahorro que esos mismos pensionistas suponen al Estado en términos de servicios sociales. A ver si dejamos de aceptar sin más esa falacia según la cual todo lo público representa un gasto improductivo y todo lo privado supone una inversión productiva. El llamado “gasto” en pensiones también estimula la economía productiva en forma de consumo y demanda.
Si se trata de meter miedo para que vote van bien, aunque puede que acaben por matar a la abuela de un susto. Si se trata de tomar decisiones serias para asegurar uno de los mayores logros de nuestra democracia: nuestro primer sistema público de pensiones, vamos camino de que nos engañen, otra vez.