Habermas y Ana Rosa Quintana

10 de mayo de 2023 22:25 h

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El último informe Reuters, que analizó los consumos mediáticos del año 2022 por países, constata que en España la televisión ha bajado cinco puntos como referente informativo. El descenso es especialmente acusado entre los menores de 45 años. Aun así, mantiene la primacía puesto que más de la mitad de los encuestados la utilizan para informarse. En concreto, un 59%. Diez puntos menos que en el 2012, pero todavía un porcentaje que prueba la influencia de este medio de comunicación de masas. Lo es siempre y más cuando se acercan unas elecciones.

Por eso la sustitución de Jorge Javier Vázquez por Ana Rosa Quintana en las tardes de Telecinco es interesante también (o especialmente) desde el punto de vista político, más allá de la opinión que pueda tenerse sobre el formato de ‘Sálvame’. No es menos relevante la decisión de la periodista de seguir al frente de la tertulia política de las mañanas, la de mayor audiencia en los magacines matinales. La ven hasta los que la critican. Esa baza está al alcance de muy pocos y es la máxima aspiración de cualquier programa. 

Lo que se dice en esos debates, amplificado por las redes, y el enfoque que se hace de cuestiones como la seguridad o las medidas que aprueba el Gobierno son más importantes que las ruedas de prensa de cualquier partido. No haremos la prueba de preguntar cuántos españoles saben cómo se llama la ministra portavoz o si saben qué día se celebra el Consejo de Ministros. Pero sería difícil encontrar a alguien que no le ponga cara a Ana Rosa Quintana. 

El filósofo Jürgen Habermas (Düsseldorf, 1929) ha analizado cómo algunas de las fórmulas de comunicación influyen en la esfera pública, ese ámbito que hace ya seis décadas estudió y que a modo de resumen sería el espacio entre la sociedad civil y el sistema político y que contribuye a la integración política de los ciudadanos. Ahora ha actualizado sus reflexiones en un breve ensayo, ‘Un nuevo cambio estructural en la esfera pública y la política deliberativa’, que de momento aquí solo se ha publicado en catalán gracias a una nueva colección de filosofía que ha puesto en marcha Edicions 62.    

Habermas señala algo que puede parecer obvio pero que a veces se olvida y es que los medios, y en especial los de mayor audiencia, a los que ahora hay que sumar las redes, forjan una idea de la realidad. No necesariamente tiene que ser correcta. Puede estar distorsionada (mucho o poco) e incluso puede ser falsa (solo a veces o muy a menudo). 

“A través de su flujo de información y de interpretaciones renovadas diariamente, los medios confirman, corrigen y complementan constantemente la borrosa imagen diaria de un mundo que se presupone objetivo, y que más o menos todos los contemporáneos suponen que es aceptado como ‘normal’ o válido por todos los otros”, escribe el intelectual alemán. Sirve para los medios, las tertulias o las plataformas de Zuckerberg y Musk, en su contribución a la formación de opinión y, por lo tanto, a su influencia en la percepción que se acabe teniendo de la realidad.

En las democracias, los ciudadanos tomamos nuestras decisiones, también la del voto, buscando el equilibrio entre el interés personal y el bien común (no necesariamente en este orden). Si los debates que llenan horas de televisión nos presentan sociedades mucho más inseguras de lo que las estadísticas reflejan, si no existe un escrutinio respecto a opiniones que a veces están basadas en falsedades, y en algunos de esos espacios se prima siempre la misma percepción ideológica, los espectadores acabamos teniendo una imagen distorsionada de qué es lo que nos conviene en ambos ámbitos, en el personal y en el que conviene al bien común, cuando depositamos el voto.