Hablando de federalismos, soberanías e interdependencias

12 de agosto de 2024 21:51 h

0

Muchas de las asignaturas pendientes que la Transición no quiso o no pudo abordar van reapareciendo. Dejando a un lado el tema judicial, que requeriría un tratamiento específico, siguen perviviendo los efectos generados por la ambivalencia constitucional que implicó la indefinición sobre nacionalidades y regiones, y sigue dando coletazos la existencia de unos territorios con cupo y otros a lo que diga Madrid. Este mes de agosto ha venido caluroso y cargado. La voluntad de recuperar tiempos, espacios y capacidad de gobierno en Cataluña ha obligado a afrontar cuestiones de mucho calado que refuerzan, si cabe, las tensiones que esos grandes temas siempre conllevan en un país complejo como es este. Es fácil establecer paralelismos con otros momentos históricos. Pero no deberíamos perder de vista el contexto en el que ahora abordamos estos grandes temas como son la plurinacionalidad, el federalismo o la tensión entre desigual generación de riqueza y la necesaria solidaridad interterritorial.  

Vivimos ahora atrapados entre la constante y densa interdependencia que genera la globalización financiera, tecnológica, ambiental y demás, y la resaca postpandemia que aconseja eso que en Europa se ha bautizado como “autonomía estratégica”, es decir, cuidemos nuestras capacidades propias en los temas de “comer” (salud, industria, energía,..) para no “interdepender” tanto. Lo que Jellinek definía como atributos del Estado (territorio, población y soberanía), son hoy espacios mixtos, híbridos, sometidos a lógicas de intercambio de todo tipo y de todo origen que les condicionan. A pesar de todo, cada día hay más países, regiones, espacios, personas, que siguen refiriéndose de manera engolada a “independencia” y “soberanía” como conceptos absolutos, plenamente alcanzables.

Así vamos alimentando la dimensión mágica de lo que lograríamos si un día fuésemos “realmente” independientes y soberanos. ¿Quién es hoy soberano?, ¿qué y quién constituye ese “nosotros” que fundamenta la lógica constitucional y democrática de la soberanía? Nos cuesta aceptar que el escenario en el que estamos (sobre todo en Europa) está repleto de poderes que se entrecruzan, y que generan todo tipo de interdependencias, tanto internas como externas a los Estados. Lo más evidente es la cesión de poderes a la Unión Europea sin que tengamos un “nosotros” europeo plenamente asumido ni podamos hablar realmente de constitución, de rendición de cuentas o de democracia plena en lo referente a las decisiones comunitarias, y, a pesar de todo esto, al menos el 70% de las decisiones que se toman por los gobiernos de todo calado en España están condicionadas por directivas y reglamentos europeos.

Entonces, ¿para que discutimos tanto de independencia, de federalismo, de autonomía? No hace falta insistir en que no es lo mismo tener un estado propio que no tenerlo. Y tampoco es lo mismo que ese Estado sea federal o unitario. Hablar de niveles de soberanía nos sirve para describir un conjunto de reglas que prescriben los formatos de acción, que los limitan y que de esta manera modulan lo que es o no posible. Por un lado están las ideas de cada quién sobre independencia, soberanía y lo que queramos, y luego uno ha de ver como concreta todo ello en mediaciones institucionales que ya no son meras declaraciones de principios.

Un estado unitario no tiene las mismas reglas que un estado federal. En España tenemos un alto nivel de lo que algunos llaman “federalismo fáctico”, pero muchas veces la ausencia de un reconocimiento formal de esas formas de articulación gubernamental, de unas reglas que ordenen el tema, que generen realmente una gobernanza compartida, acaban generando muchos equívocos y lo dejan todo al albur de quien corte el bacalao en cada momento. Tener soberanía, propia o derivada de un estado federal, no implica tener supremacía. Es disponer de un estatuto de autoridad legal que te da un plus de capacidad para negociar las condiciones y los impactos de la innegable interdependencia. Por otro lado, detrás de la fórmula federal se esconden todo tipo de situaciones. No es lo mismo ser “federal” en México o Brasil, que en Alemania o Canadá.

Todo ello viene a cuento ya que atravesamos un largo periodo de notable incertidumbre a escala global, y si nos detenemos en España, la cosa no pinta mejor. Reordenar la situación en Cataluña no está siendo fácil, ya que exige no solo encontrar los equilibrios necesarios allí, sino que además, inevitablemente requiere afrontar las ambigüedades y dilemas no resueltos en el debate constitucional y que también fueron cerrados en falso por la sentencia del Tribunal Constitucional sobre la reforma del Estatuto de Autonomía de Cataluña.

Los límites del formato “Estado de las Autonomías” son cada vez más visibles, y por ello no es extraño que haya reaparecido el debate sobre la alternativa federal. Un término que en España tiene ribetes decimonónicos y de radicalidad que explican que ni en la II República ni en la transición fuera una cuestión que se planteara abiertamente, a pesar de que está presente en medio mundo, con formatos y fórmulas muy variadas, ya que en cada caso se han querido resolver dilemas territoriales y políticos distintos. Si nos pudiéramos situar en una lógica más instrumental y menos esencialista, podríamos bajar el volumen y hablar de soberanías, competencias propias y compartidas, sistemas de financiación, índices de ordinalidad y todo lo que cuelga de manera constructiva. Nuestra historia pasada y reciente no ayuda a ello. Después de tantos conflictos históricos y de tantos debates esencialistas parece absurdo no reconocer que vivimos en un país plurinacional. Reconocerlo tampoco mejora nada, pero pone las bases para ver como organizamos la cosa para seguir juntos.

Al final hablando de las grandes soberanías, vamos dejando de lado otros temas que son menos glamurosos, pero que afectan mucho al día a día. Podríamos denominarlo como el debate sobre las soberanías de perfil bajo. Todo lo que nos pueda servir para reforzar las interdependencias sociales y comunitarias frente a la fuerte dinámica individualizadora e inequitativa del mercado. ¿Quién controla finalmente los recursos básicos y vitales como el agua, la energía, la información? ¿Mantenemos el control y la salvaguardia pública sobre los datos que generamos? ¿Para cuándo incrementar el papel de los gobiernos locales en el bienestar y el cuidado? ¿Podemos reforzar las redes de producción y distribución de alimentos desde la proximidad y la perspectiva ecológica? ¿Hay capacidad para incentivar dinámicas de economía colaborativa, social y solidaria?

Son simplemente algunos de los ejemplos que podríamos plantear sobre formas de ejercer microsoberanías. Buscando así reforzar la libertad social, las capacidades comunes y colectivas en escenarios tendentes a la individualización y mercantilización de trayectorias vitales y de control invisible sobre nuestras vidas. Los estados siguen siendo importantes, y no es lo mismo estar en uno que en otro, disponer de uno o depender de otro, que sea federal o que no lo sea. Pero, por debajo de la gran retórica estatal, lo que seguro que necesitamos son más soberanías de proximidad.