Hablando de salud mental en el ascensor
Abrí el ascensor y me encontré a una vecina que también bajaba. Nos dimos los buenos días y, tras unos segundos de silencio incómodo, saqué tema de conversación para rellenar el ratito hasta la planta baja. Como apenas nos conocemos, probé con el típico tema de ascensor, cuando no sabes de qué hablar:
“Vaya cómo está últimamente la salud mental, ¿eh?”. A lo que ella respondió con otra frase hecha: “Fatal, sí, y dicen que va a ir a peor”.
“Vaya, vaya”, continué, y añadí unos pocos comentarios superficiales sobre el aumento del consumo de ansiolíticos y antidepresivos, que somos el segundo país europeo con más población afectada, cómo se han disparado las consultas de niños y adolescentes... “Precisamente este lunes es el día mundial de la salud mental”, rematé.
“Sí, ya sé”, respondió mi vecina, y me sonrió en el espejo: “Hoy escribirás un articulito sobre el tema, ¿no?”
Articulito, dijo, y como vio mi cara de sorpresa, suavizó un poco: “Perdona, es que estoy hasta el gorro del temita. Artículos, reportajes, entrevistas a expertos, declaraciones políticas, hashtags en redes, famosos que comparten sus problemas de salud mental, campañas institucionales, palabras de la reina, lacitos de colores. Y libros, muchos libros, no solo ensayos, también novelas, y películas y series, que a veces no tienen nada que ver con la salud mental pero les buscan alguna relación para vincularlas al tema del momento.”
“Bueno”, protesté yo, “mejor eso que no hablar, como ocurría hasta hace poco. Hoy la salud mental está en la agenda, es importante”.
“Que sí, que sí”, concedió mi vecina, “que yo estoy a favor de que se hable de salud mental, claro que sí. Sobre todo de que puedan hablar las personas afectadas, que les quitemos estigmas y miedos, y que veamos la dimensión colectiva del problema. Hay que hablar de salud mental, sí, pero el problema es cuando solo hablamos. No se corresponde la enorme presencia pública del tema con las escasas medidas tomadas. Y puede pasar que, de tanto oír hablar, de tantas buenas palabras, lo consideremos ya en vías de solución y nos desentendamos. Ya está en agenda, venga, pasemos a otra cosa. Mira lo que ha ocurrido con los cuidados. Hace unos años eran también el tema. Artículos, reportajes, entrevistas, declaraciones, campañas, famosos, reina, libros, novelas, películas. Los cuidados, la importancia de cuidar, poner los cuidados en el centro, la sociedad de los cuidados… ¿Y qué ha cambiado desde entonces? Se lo leí a Arlie Russell Hochschild, en La mercantilización de la vida íntima: hablaba de cómo se había producido una escalada en la retórica pública del cuidado, apuntando a conseguir una sociedad más cálida y gentil, más cuidadosa, pero eso no había tenido efectos en una realidad cada vez más angustiosa: ”El cuidado se ha ido al cielo en el terreno ideológico, pero en la práctica se ha ido al infierno“, decía la socióloga norteamericana. Y quizás estamos ahí con la salud mental: llevarla al cielo del discurso, mientras dejamos en el infierno del día a día a quienes viven con cada vez más malestar. O dicho en palabras de Javier Padilla y Marta Carmona en su imprescindible ensayo 'Malestamos': ”La salud mental es el nuevo hablar-de-qué-tiempo-hace“. Conversación de ascensor, vaya. Hablamos, hablamos, hablamos, ¿y qué hacemos?”.
Ahí estuve rápido y, a punto de alcanzar la planta baja, repliqué con algunas medidas recientemente anunciadas, aumentos en presupuestos y recursos públicos, el Plan de Acción de Salud Mental aprobado por el gobierno…
“¿El gobierno?”, me interrumpió mi vecina. “¿Sabes cuál es la principal medida que ha aprobado este gobierno para mejorar la salud mental, sin saberlo? La reforma laboral. Y se les ha quedado corta, cortísima. Pero por ahí deberían empezar: el trabajo, fuente de buena parte de la mala salud mental. Claro que hacen falta más profesionales, más recursos en la sanidad pública. Pero el fondo del problema es estructural, es político: la vida que llevamos.”
Me salió canturrear a Battiato, que siempre viene al pelo:
“Por la tarde vuelvo a casa con un malestar especial
No sirven tranquilizantes o terapias
Se quiere otra vida…“
Pero mi vecina no estaba para cantar: “Precariedad, incertidumbre, vivir en el alambre, falta de perspectivas, derrumbe de expectativas, miedo al futuro... El trabajo, pero no solo el trabajo. Que nos creemos que el problema de salud mental es por la pandemia, y viene de lejos. Sin descuidar la atención médica necesaria, hay que resolver las causas de fondo, que para la mayoría de gente son sociales, económicas, laborales…”
“Ya”, dije empujando la puerta para salir, “ya me lo sé: tú lo que necesitas no es un psicólogo sino un sindicato”.
“Pues no”, negó mi vecina, sujetándome el brazo. “Necesitamos las dos cosas. Y además, que el psicólogo sea de la sanidad pública. Toma, anda, léete esto”, y sacó de la mochila un ejemplar de Malestamos.
Ahí nos despedimos. Me dejó chafado, la verdad. A ver cómo escribía yo ahora mi articulito. La próxima vez que coincida con un vecino en el ascensor, hablo del tiempo o del fútbol.
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