Este 23S, Día Internacional de la Bisexualidad, podemos celebrar que en los últimos años esta orientación se ha ido abriendo paso en la comunidad LGTBIQA+. Aun así, muchas personas siguen pensando en la bisexualidad como una mera preferencia sexual/afectiva y no como una identidad vinculada a una estructura de opresión: la bifobia.
Todas las personas disidentes de la heterosexualidad tenemos en común, por lo general, un recorrido complicado hasta aceptar nuestra forma de desear. Y ya sabemos qué paradas tocan: dudas, miedo, confusión, culpa, vergüenza. Sin embargo, una vez conseguida la aceptación de este deseo, no todas reconocemos lo que viene detrás: las violencias y vivencias estructurales que diferencian una preferencia del deseo (como tener un fetiche con los pies o que te gusten los arrumacos) de una identidad disidente y, por tanto, discriminada.
En el caso de las personas bisexuales, por lo general la primera parte - aceptar nuestro deseo hacia personas de más de un género - ya es difícil y en muchas ocasiones ocurre de forma tardía (muchas de nosotras salimos del armario pasados los 20). Pero la segunda es aún más difícil y aquí aparece una diferencia clave con las compañeras gays/maricas/lesbianas/bolleras: una vez aceptamos nuestro deseo no sentimos que por ello pertenezcamos a una comunidad, a una identidad colectiva y disidente. El síndrome de la impostora es el personaje estrella en la bifobia interiorizada, la vocecita que hace que nos cueste ocupar espacios LGTBIQA+ sin sentirnos culpables, visitantes, aliadas o, si es el caso, agradecidas porque se hayan acordado de incluirnos.
En todo esto las personas bis tenemos que asumir nuestra parte de responsabilidad. Cuando hablamos de la bisexualidad, ya sea en charlas o en conversaciones de bar, a menudo el discurso gira en torno al deseo -o los afectos-, y muchas veces ocurre que invertimos mucho tiempo en desgranarlo, en analizar cada detalle que diferencia tu deseo del mío o en derribar mitos sobre éste. Nos pasa a todes: ¿Te atraen más las personas de un género que de otros? ¿De qué manera? ¿Soy lo suficientemente bi si deseo de esta forma a Pepa o a Sam y no de esta otra a Paco? Y por supuesto que hablar de nuestro deseo y validarlo es una parte esencial de nuestra lucha. Pero es importante que esto venga acompañado de hablar de la violencia sexual, de la salud mental, del aislamiento social, de la falta de recursos y, en definitiva, de todo lo que constituye la bifobia. No podemos hablar de bisexualidad sin hablar de bifobia, y ésta no consiste únicamente en invalidar nuestro deseo, aunque empiece por ahí. Es importante ir más allá de sus causas, pues sus consecuencias ya las estamos viviendo en nuestras carnes, y de una forma desproporcional al tiempo que dedicamos a visibilizarlas.
Algunos ejemplos: las personas bisexuales tenemos “probabilidades significativamente más altas que otras orientaciones sexuales de ser diagnosticadas con una enfermedad mental, tener síntomas de depresión y ansiedad, autolesionarse y tener pensamientos suicidas” (Who I Am, Australia, 2017). La mayoría de los programas de prevención de VIH y ITS no abordan las necesidades sanitarias de las personas bisexuales (Bisexual Invisibility Report, EEUU, 2011). Las mujeres y personas no binarias encabezamos las listas de violencia sexual en comparación con las personas monosexuales (The National Intimate Partner and Sexual Violence Survey, EEUU, 2013). Y suma y sigue.
Si nos centramos en visibilizar el deseo, sólo rascamos la superficie del problema. La bisexualidad no va sólo de quién nos atrae - aunque de entrada parezca que sí - sino también de lo que esto conlleva. Lo vemos más claramente en las películas con un triángulo amoroso con una persona bi en el centro del conflicto y personas de distintos géneros en los vértices: no se trata de elegir entre dos personas, sino entre dos identidades, la heterosexualidad o la homosexualidad[1]. El dramón no es si te quedarás con Paco o Pepa (y de paso borramos a las personas no binarias de la ecuación), es a qué mundo pertenecerás a partir de ahora. Cuando Bella está decidiendo entre Jacob y Edward, su decisión transciende el deseo/amor y llega hasta el núcleo de su identidad, pues lo que está decidiendo realmente es si ella misma será humana o vampira. Amor verdadero igual a deseo verdadero, igual a identidad verdadera. Y aunque la respuesta lógica cuando se nos impone una identidad a partir de una elección sexoafectiva (¡en realidad eras lesbiana, en realidad eras hetero!) sea mostrar que nuestro deseo es válido en sí mismo y que no depende de la persona a la que va dirigido, ésta es la punta del iceberg.
Mientras el deseo y el amor tengan implicaciones opresivas, seguirá siendo necesario que hablemos de ellos. Pero quedarnos ahí sería dejar el cuento a medias. Visibilizar la bisexualidad también consiste en señalar y nombrar la bifobia con la que convivimos - y todos los recursos que ya estamos creando para hacerle frente.
¡Feliz y combativo 23S!
[1] Este tema lo aborda con un enfoque interesantísimo Maria San Filippo en su libro The B Word: Bisexuality in Contemporary Film and Television (2013)