Hablar con los muertos
En septiembre de 2022, elDiario.es publicó en papel, como regalo para sus suscriptores la revista “Diez relatos de una década”. Nos pidieron a diez personas que escribiéramos un relato y a cada uno de nosotros se nos adjudicó un tema amplio; el género quedaba a nuestra elección. Mi tema era “el mundo digital, las redes, la ética digital” y, como no podía ser de otra forma, dada mi trayectoria y mis gustos, elegí tratarlo desde el punto de vista de la ciencia ficción y, dentro de este enorme y ramificado género, del modo que más afín es a mi personalidad: colocando la historia en un futuro cercanísimo y tratando un tema que -estaba y sigo estando segura- nos iba a afectar dentro de nada. En lo único que me equivoqué fue en la velocidad con la que ha llegado mi “predicción”.
El relato se llama “Beyond. Más allá” y trata de una gran empresa que se dedica a crear y colocar un producto que al principio parece un poco curioso, pero que enseguida produce dependencia en la población. Se trata de una especie de aplicación con la que uno puede hablar por teléfono con sus seres queridos ya difuntos. Lógicamente, quienes compran esta aplicación son conscientes de que quien habla al otro lado no es su padre o su hija o su esposa muerta, pero la voz está tan bien conseguida... las formulaciones son tan auténticas... los detalles son tan reales... que poco a poco los compradores van cayendo bajo su embrujo y se van dejando aconsejar por esos “amados difuntos” para tomar decisiones económicas y de todo tipo.
Cuando, a través de Twitter, me he enterado de que el 31 de enero el programa de Antena 3 El Hormiguero lanzó precisamente esta idea que yo había publicado apenas año y medio antes, la noticia me ha sacudido porque ese dilema ético que yo planteaba en mi relato, al parecer ha quedado resuelto. Ya están tratando de convencernos de que siempre que los que participan en el “experimento” sean conscientes de que es una IA quien les habla, no hay ningún problema, no se engaña a nadie, pero leyendo la noticia en la página web, se dice “la experiencia más emotiva: Hablando con familiares fallecidos gracias a una IA.”
Ya empezamos mal. No es cierto que esas personas estén hablando con familiares fallecidos. Es un truco, un engaño, una ficción, un embeleco... como queramos llamarlo, pero en ningún caso está uno hablando con familiares fallecidos. Eso sí, la emoción que provoca esa voz fabricada a base de grabaciones auténticas de la persona difunta es real. No sé si quienes participaron en el programa eran actores o no, pero estoy segura de que a cualquier persona normal se le pone la carne de gallina y se le saltan las lágrimas al oír la voz de un ser querido ya muerto a quien extraña, porque en el devenir normal de las cosas, cuando muere una persona, su voz calla para siempre y, con mucha frecuencia, una de las penas más hondas al perder a alguien es precisamente que, con el tiempo, te vas olvidando de cómo sonaba su voz. Por eso afecta tanto volver a oírla. Y entonces te pregunta esa voz amada cómo estás, qué ha sido de tu vida, si piensas que quedó algo pendiente entre vosotros, algo que te habría gustado decirle y no llegaste a expresar. Es muy posible que resulte catártico, que a quien está conversando con la voz desencarnada de su hijo muerto le produzca un efecto maravilloso poder poner en palabras ciertas cosas que no hubo tiempo u ocasión de decir en vida, pero es fundamental que nos demos cuenta de que la situación abre miles de posibilidades a una feroz manipulación del usuario.
No es agradable hacer de Casandra. A nadie le gusta que le avisen de lo peor, mucho menos cuando uno -en el fondo- sabe que es más que posible que lo peor vaya a suceder, pero me parece muy importante llamar la atención sobre lo que ciertas grandes empresas pueden hacer con una idea así.
Primero tenemos simplemente el factor adicción: se empieza por usar ese servicio por curiosidad, gratis, y poco a poco van subiendo el precio; luego te ofrecen una suscripción, para que te salga más económico. Después vuelve a subir, pero te vale la pena. Te acostumbras a hablar con tu familiar todas la semanas, luego todos los días. Te escucha, le cuentas tus penas, le pides opinión a la hora de tomar decisiones...
Cuanta más información haya en la red sobre la persona fallecida, con más exactitud se pueden reproducir sus opiniones, su sentido del humor, su manera de animarte o de consolarte. Es posible que te pidan fotos, cartas, diarios... cualquier cosa para que la IA tenga material con el que trabajar.
Una vez enganchado a su uso, tu familiar difunto puede empezar a influir en tu comportamiento contestando a dudas como, por ejemplo, algo que parece tan inocente como: “¿crees que me convendría vender el piso y mudarme a las afueras?”. Si la empresa tiene contactos con grandes inmobiliarias o con firmas que medran alquilando pisos turísticos en el centro de una ciudad, la respuesta de tu amado difunto -siempre con su voz y con su estilo- será que claro que te conviene, que se vive mucho más tranquilo y feliz fuera del centro, tan ruidoso y contaminado. Y al cabo de un tiempo prudencial, aparecerá en tu buzón una buena oferta por ese piso que estás pensando en vender.
Y esto es solo el principio: conforme vaya progresando la tecnología necesaria, poco a poco, pagando un poco más, te ofrecerán ver a la persona con la que hablas; podrás mandarle fotos y esa persona te pondrá comentarios; podrás enseñarle al nuevo miembro de la familia, el bebé que la abuela no ha llegado a conocer. Podrás tener a esa persona en las celebraciones familiares a través del móvil, la tableta o la enorme tele del salón. Más adelante, con guantes y gafas especiales, quizá podrás incluso tocar a esa persona, acariciar su mano, sentir su abrazo. Un poco después, con trajes completos de realidad virtual se hará posible incluso tener una relación sexual con tu pareja muerta que, milagrosamente, vuelve a la vida cuando la necesitas, y puedes sentir de nuevo sus besos y su piel. Todo esto, evidentemente, está un poco más allá en el futuro, pero ya no es impensable, ya no es del todo imposible.
¿Queremos eso? ¿Nos vamos a meter por ese camino? ¿Vamos a dejar que alguien tenga ese poder sobre nosotros, que se enriquezca obscenamente explotando nuestro duelo, nuestra pena, nuestra necesidad de no perder del todo a la persona amada? Lamento tener que decirlo, pero yo creo que sí. Cuando veo lo que estamos permitiendo últimamente, la forma en que nos dejamos dirigir y manipular, la falta -cada vez más grande- de brújula moral que nos indique lo que es correcto, no tengo más remedio que pensar que vamos a acabar dejándonos estafar también en este campo, uno de los más íntimos y más humanos que nos quedan. Les estamos dando todo el poder no a las Inteligencias Artificiales -ellas aún no son nada más que un gran caleidoscopio que combina datos-, sino a los que están detrás de ellas, los que no tienen reparo en usar nuestra dignidad, autoestima, sentimientos y valores para enriquecerse a nuestra costa.
El futuro ya está aquí y, si no lo vivimos con los ojos muy abiertos y la mente muy crítica, nos destruirá sin que nos demos cuenta siquiera.
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