Tenemos que hablar de sexo
Es difícil hablar de la violación de una niña de 11 años por otros niños y adolescentes, aunque las estadísticas nos digan que estas cosas suceden más de lo que creemos y deberíamos tolerar. Es difícil admitir que una cría cuya familia emigró para encontrar una vida mejor sufra la peor de las violencias posibles en nuestro país. Es difícil imaginar el progresivo desarrollo de la personalidad y del entorno y las amistades de uno de estos niños, desde que fue un bebé hasta que el momento en el que decide cometer una agresión sexual, antes de cumplir 14 años. Es difícil pensar que el vídeo de la agresión corría en chats y redes de otros niños sin que ninguno alertara a sus familias, al colegio o a la policía. Es difícil creer en el futuro de estos niños agresores, aunque también han sido rescatados por la sociedad para su vigilancia, su castigo y, fundamentalmente, para su curación.
La realidad es difícil. Lo es el abandono institucional de los barrios más pobres y marginales, de los pocos recursos que se dedican a las familias desestructuradas, de los tabúes e ideologías interesadas que impiden que se dé a todos los niños una formación sexoafectiva integral con perspectiva de género que frene las prácticas de riesgo y la violencia. También es difícil aceptar, porque es más fácil pensar que no nos puede pasar a nosotros, que este tipo de violencia no solo sucede en espacios de marginalidad acotados.
Badalona, antiguo territorio Albiol y laboratorio de una política xenófoba que contraponía la seguridad a la inclusión y ahora gobernada por el alcalde del PSC, Rubén Guijarro, es el escenario de este horror que tiene muchas causas y reúne todas las fallas del sistema. La Plataforma Sant Roc-Som Badalona avisa desde hace años de la situación de extrema vulnerabilidad de un distrito que ha acogido las sucesivas olas de inmigración y donde se concentran buena parte de los desahucios que sufre la ciudad. Hace algo más de un año, una trabajadora social de Badalona, Antonella Scano, miembro de Servicio Básico de Atención Social de distrito de Sant Roc, Artigas i El Remei, hizo pública una carta en la que denunciaba la situación crítica del servicio, asegurando que era la única empleada del mismo. Una sola persona en los servicios sociales del barrio con más necesidad de su labor. La dejadez institucional es una de las causas por las que Sant Roc está ahora en el ojo del huracán, pero su señalamiento ni es justo ni contribuye a solucionar el gravísimo problema social de las agresiones sexuales cometidas por menores.
La realidad es cruda. Los delitos sexuales múltiples se han incrementado un 56% entre 2016 y 2021 (han pasado de 371 a 573), según el Ministerio del Interior; una de cada cuatro agresiones de este tipo las ha cometido un menor de edad, según datos de feminicidios.net. Según los Mossos, el año pasado un total de 3.064 mujeres fueron víctimas de violencia sexual en Cataluña, de las cuales el 38% eran menores de edad, el 15% menores de 12 años. En cuanto a los agresores, el 13% eran menores. La violencia de género se ha incrementado entre las menores de 18 años, el grupo de edad donde más ha aumentado el maltrato, según datos del INE de 2021. Detrás de todas esas cifras hay decenas de niños y niñas, víctimas y agresores, que repiten una y otra vez el horror sucedido en el centro comercial de Badalona.
Las víctimas son cada vez más jóvenes, y por eso hay que enseñarles cuanto antes qué es la sexualidad, la violencia y el consentimiento. Hay que recordar que la última vez que se habló públicamente de consentimiento sexual de menores en España se acusó a la ministra Irene Montero de promover la pederastia. En momentos como ese es cuando la sociedad pierde foco en los derechos de los niños para usarlos como herramienta en la lucha política.
No hay que inventar una fórmula mágica. La educación sexual, dotar de recursos a los servicios sociales y acompañar a los menores, a las víctimas primero y a los agresores también en el camino a la reinserción, son las únicas soluciones. Hay que actuar con un protocolo integral de educación y acción social que aborde cada una de las causas: el temprano acceso a la pornografía, que ocurre antes de los 12 años, la simplificación de la sexualidad al sexo cuando también es autoconocimiento, consentimiento, métodos anticonceptivos, diversidad sexual o relaciones afectivas, las necesidades y derechos a la información de todos los niños. Un estudio de la Unesco analizó 22 programas de educación sexual en todo el mundo. Las conclusiones: los programas disminuyeron embarazos no deseados y enfermedades. Y lo más importante: disminuyeron el riesgo de ser maltratador y agresor en el caso de los chicos y de sufrir violencia en las chicas.
Los huecos que dejan las familias y las instituciones en la educación sexual de los niños no se quedan vacíos, se llenan con el maltrato, la pornografía, las actuaciones de los que lideran las violaciones en manada, la misoginia en redes o en grupos de amigos, la falta de atención, los traumas. Para revertir esto, tenemos que hablar, y mucho, de sexo.
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