El miedo colectivo, y el individual, está ahí. Es parte de la sobrecarga emocional que venimos arrastrando en estos últimos siete meses desde que tomamos conciencia, vía estado de alarma, de nuestras vidas por la letalidad y gravedad del Sars Cov 2. Con el desconfinamiento pensábamos que llegaría una normalidad nueva pero similar a la anterior y que el miedo se iría diluyendo. Sin embargo, no ha sido así. A las puertas del reconocimiento oficial de que estamos en una segunda ola de pandemia, ese miedo (que nunca se fue) rebrota como el virus y la pregunta es –ahora que vuelve a escucharse eso de que nos preparemos para semanas duras–saber cómo se van a hacer cargo los responsables públicos, políticos, representantes institucionales y organizaciones de la sociedad civil de esta emoción tabú a ser mencionada.
Pero lo cierto es que ante un escenario de más confinamientos (aunque sean selectivos) y agravamientos de los problemas sociales, económicos y vitales por esta segunda oleada y un contexto de bulos y auge de la extrema derecha es necesario que sindicatos, organizaciones del tercer sector, medios de comunicación, asociaciones vecinales, servicios públicos y básicos para la comunidad, organismos oficiales vinculados al empleo, las ayudas públicas y servicios sociales, la sanidad o la educación se planteen seriamente cómo se van a hacer cargo del miedo colectivo porque de lo contrario lo harán otros que no buscan, precisamente, que la sociedad conecte con su potencial de superación y apoyo mutuo, sino más bien todo lo contrario.
Hasta ahora, por lo que hemos visto, la oposición al Gobierno de Sánchez por parte del PP y de la extrema derecha de Vox han dejado clara su estrategia. Han usado y usan los bulos para conectar con ese miedo colectivo (e individual) y tratar de instalar en la población la sensación de inseguridad. El ejemplo más reciente de esa estrategia que antepone el control social a la inversión en medidas sanitarias y sociales lo vimos hace dos días, cuando Isabel Díaz Ayuso instrumentalizó ese miedo colectivo al mezclar las necesidades derivadas de la COVID-19 con la reclamación de más efectivos de Guardia Civil y Policía Nacional para “sortear” los problemas asociados a la delincuencia, la okupación y los menores extranjeros no acompañados.
Pocas cosas hay más peligrosas, en medio de una crisis sanitaria, social y económica, que el hecho de que alguien con responsabilidades de gobierno trate de instalar en la ciudadanía paranoias colectivas y fobias sociales indiscriminadas que provocan una desconfianza irracional en “el otro”, en el chivo expiatorio del que habrá que protegerse casi más que del propio virus.
Hacerse cargo del miedo de la ciudadanía no es apuntar a problemas sociales inexistentes (como el de la okupación), es atender a lo cotidiano y trabajar por coordinar de manera eficaz las respuestas a los problemas reales de las personas. Hacerse cargo del miedo de cada ciudadana y ciudadano es tener puestos los cinco sentidos en su estado de ánimo desde la empatía y comprender su miedo no para para manipularlo con delirios extremistas cargados de ficciones clasistas, racistas y de aporofobia.
Sabemos que el miedo es una de las emociones más contagiosas que existen, especialmente en circunstancias como las que estamos atravesando. Es responsabilidad individual de la clase política (gobierne o no) canalizarlo no para crear una alarma social mayor que justifique respuestas punitivas que se acercan más a sus idearios políticos de orden y moral que a los valores propios de un sistema democrático de convivencia y pluralidad. Byung Chul Han, hace unos meses en una entrevista, expresaba su preocupación “porque el coronavirus imponga regímenes de vigilancia y cuarentenas biopolíticas, pérdida de libertad, fin del buen vivir o una falta de humanidad generada por la histeria y el miedo colectivo”. Tras las declaraciones de Díaz Ayuso y su consejero de Sanidad estos días, las medidas que parecen proponer para la Comunidad de Madrid casarían perfectamente con la preocupación del filósofo coreano. Confirmarían que el proyecto político del Partido Popular de Pablo Casado se asemeja al de Vox: hacer del miedo colectivo –en medio de la incertidumbre que provoca una pandemia– un instrumento de autoridad política y control social.
Cuando el representante político en medio de una crisis social –máxime si tiene responsabilidades de gobierno y, por tanto, obligación de garantizar el respeto a los derechos humanos sin distinción ninguna– alivia el miedo colectivo con análisis falaces basados en tesis propias del racismo, la xenofobia o la aporofobia es que ha optado por vaciar de sentido ético su gestión para potenciar relaciones vecinales basadas en filias y fobias.
Usar la fragilidad y la vulnerabilidad que provoca el miedo colectivo en medio de una pandemia como excusa para profundizar en la desigualdad, el individualismo, el control policial y la deshumanización es una de las respuestas más peligrosas que puede ofrecer un gobernante (y me refiero a Díaz Ayuso) a una ciudadanía que necesita que se hagan cargo de su miedo y sus necesidades desde la humanidad y no desde el enfrentamiento. La salida a la crisis de la COVID-19 será colectiva o será otra crisis mucho peor y mayor. Esto lo sabe bien la extrema derecha.