Recientes campañas publicitarias de empresas de alimentación como Central Lechera Asturiana y de grandes multinacionales como Carrefour bombardean, una vez más, a la población con mensajes quimiofóbicos, fomentando un miedo irracional a los productos químicos. Se suman así a una generalizada, rentable y mantenida estrategia de marketing desarrollada durante décadas por multitud de empresas para mejorar la imagen de sus marcas, ensalzar ciertos productos alimentarios como más “sanos” y distinguirse de los competidores. Se trata, en definitiva, de la demonización de lo “artificial” y la idealización de “lo natural” para vender más.
“Sin ingredientes artificiales” (Leche de Central lechera asturiana), “Menos aditivos, significa más seguridad, calidad y sabor” (Carrefour), “Con cera de abeja natural” (Limpiamuebles de Carrefour), “Sólo natural” (Atún en escabeche de la Piara) o el rotundo “Sin porquerías” (Alimentación infantil de Hero). Son sólo una pequeña y surrealista muestra de todos los eslóganes que nos llegan a través de la publicidad por parte de múltiples empresas, especialmente desde la industria alimentaria. Insinúan, dan a entender o directamente afirman que sus productos son mejores o más sanos por ser naturales o no tener aditivos, incluso aunque en la letra pequeña se compruebe que esto no es así.
Estos mensajes, directos o subliminales, van calando poco a poco en la percepción que los consumidores tienen sobre la seguridad de los aditivos alimentarios. No es, por tanto, ninguna sorpresa que una gran parte de la población española esté preocupada por ellos, según reflejan encuestas como el Eurobarómetro o a pie de calle. El marketing ha sembrado y hecho germinar el miedo irracional, allá donde deberían haberse asentado la cultura científica, los conceptos más básicos de la química... y el sentido común.
Los aditivos alimentarios no son más que sustancias que se añaden a los alimentos que cumplen un propósito concreto: conservar los alimentos durante más tiempo, mejorar su textura y aspecto... No sólo se añaden para que sean más apetitosos al paladar, se usan en muchos productos precisamente por seguridad alimentaria para prevenir su degradación y la contaminación con microorganismos. Además, los aditivos pueden ser tanto naturales como artificiales. Un ejemplo típico es el ácido cítrico, presente en frutas como las naranjas y los limones, que se usa ampliamente como conservante y antioxidante (es el E330).
La seguridad de los aditivos que se utilizan en alimentación viene avalada por multitud de estudios científicos que han evaluado su inocuidad de forma estricta, basándose en el principio de precaución. Además, varias agencias nacionales e internacionales se dedican en exclusiva a vigilar y revisar constantemente la seguridad de los productos alimentarios como la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA). Por otro lado, la toxicidad de una determinada sustancia no viene definida por su origen natural o artificial, sino por su composición química y la dosis (y también las características de la persona). De hecho, existen venenos potentes muy naturales y sustancias artificiales inocuas. Así, la distinción “natural” versus “artificial” que se hace en publicidad para promocionar ingredientes o satanizar aditivos carece de toda lógica. Por ejemplo, la leche con calcio natural o aquella con calcio añadido de forma “artificial” no tienen ni propiedades químicas diferentes ni tampoco suponen absolutamente ninguna diferencia para el cuerpo humano.
Paradójicamente, nunca ha existido tanta seguridad en la alimentación como ahora y, al mismo tiempo, nunca han existido tantas dudas irracionales sobre esta seguridad como en la actualidad. Es el resultado de los esquizofrénicos tiempos en los que vivimos donde la realidad es una cosa y la propaganda otra. Y ni siquiera nos ha hecho falta un Ministerio de la Verdad Orwelliano para llegar a ello.
Hasta cierto punto, los aditivos alimentarios son como las vacunas, víctimas de su propio éxito. Al igual que no vemos ya epidemias de viruela, polio ni otras enfermedades infecciosas graves masacrando a la población como antaño, tampoco vemos los grandes brotes de enfermedades e intoxicaciones alimentarias que ocurrían en el pasado por alimentos muy naturales que se echaban a perder o se contaminaban por diversos microorganismos, lo cual, todo sea dicho, era también un proceso muy natural. Debido a ello, muchos han olvidado la importancia real de las vacunas, así como también la importancia real de los aditivos.
¿Saben qué pasaría si en un futuro distópico el miedo irracional llevara a la prohibición total de los aditivos alimentarios? Que, tras los estragos causados, a los pocos años no tardarían en levantar esa prohibición y multitud de empresas resaltarían entonces lo siguiente en sus productos: “¡Con aditivos!”.
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