El Hamlet independentista

11 de septiembre de 2024 21:58 h

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Salvador Illa ha repetido tanto que su vocación es unir y servir que en una de las parodias radiofónicas le han añadido otro verbo: aburrir. Parecería que un político que no promete grandes reformas ni salvar la democracia sino que propone mejorar los servicios públicos y evitar las refriegas con la oposición está condenado al fracaso. O no, puesto que ganó las elecciones con esta estrategia y no tiene intención de cambiarla.

“Una nación próspera y justa para todos se construye de verdad en las aulas, en los centros de atención primaria, en las bibliotecas, en los casals de la personas mayores y en las calles y plazas de unos barrios seguros”, proclamó en el discurso de su primera Diada como president. A lo mejor resulta que la suya es una receta que puede ayudar a plantar cara a los discursos que poco a poco minan la democracia (sin necesidad de llegar a ser un Viktor Orbán) y que llevan años calando entre los colectivos más desfavorecidos en los barrios franceses.  

Catalunya no es una excepción y la extrema derecha avanza aquí como en el resto de Europa con el añadido de que a la de Vox hay que sumarle la de Aliança Catalana. Hay actores del independentismo que tienen claro que hay que combatir a toda la extrema derecha, sea cual sea su bandera (Òmnium Cultural y la CUP son los más firmes), pero otros titubean (la entrevista de Lluís Llach en RAC1 es el ejemplo más reciente) o incluso empiezan a comprar el argumento de que el discurso racista de la alcaldesa de Ripoll no es tan excluyente. También los hay dispuestos a repartir carnets de buenos y malos catalanes en función de la lengua o el origen, algo que no es nuevo, pero cada vez son más, tanto en las redes como fuera de ellas. 

El independentismo debe decidir si ataja o no el radicalismo de esos sectores y plantearse qué está haciendo mal para que cada vez menos ciudadanos se identifiquen con sus posiciones. Tendría que preocuparse especialmente por la falta de apoyo entre los jóvenes. Esta misma semana aparecían datos que lo demuestran. Según los diversos barómetros del Centro de Estudios de Opinión (CEO) entre 2014 y 2024, los que se sienten sólo catalanes han pasado del 29,1% al 18% y en el caso de los jóvenes de entre 18 y 24 años, el desplome ha sido aún mayor. Si hace una década tres de cada 10 se identificaban sólo como catalanes, ahora es uno de cada 10. Y eso teniendo en cuenta que un ciudadano puede sentirse sólo catalán y no necesariamente declararse independentista.  

Ante unas perspectivas adversas, este miércoles se ha escenificado una tregua en la división entre las entidades e incluso entre los partidos para demostrar que el movimiento aún tiene fuerza en la calle pese a que la exhibición no tenga nada que ver con las grandes concentraciones de los años del procés. En la más masiva, la de Barcelona, participaron 60.000 personas, la mitad que el año pasado. Esta vez se vincularon las cinco manifestaciones a problemas como la falta de vivienda o las infraestructuras para reivindicar que el objetivo de un Estado propio no es un anhelo esencialista (o no solo eso) y que hay que asociarlo a la búsqueda de soluciones a las dificultades del día a día que sufren muchos ciudadanos. 

Que el independentismo sobreviva en mejores o peores condiciones dependerá de que sus partidos sean capaces de reconstruir un proyecto que les permita recuperar apoyos. Rehacer la unidad que los manifestantes reclamaron este miércoles aunque a estas alturas ya saben que en el procés siempre fue impostada. Y hacerlo sin “vender humo”, como advirtió el presidente de Òmnium, Xavier Antich, ante dirigentes de la ANC y de Junts, ERC y la CUP. De momento en lo único en que parecen estar de acuerdo todos es en denunciar, con razón, que haya jueces como Pablo Llarena que se niegan a aplicar la ley y rechazan aplicar la amnistía. 

Por los cánticos, además de los habituales de ‘independència’ se evidenció que, al menos para la mayoría de los que participaron en la manifestación de Barcelona, el referente sigue siendo Carles Puigdemont. La desconexión de ERC o de su cúpula con una parte del movimiento, muy molesto por el apoyo de los republicanos a la investidura de Illa, explica que ni Oriol Junqueras ni Marta Rovira asistiesen a la concentración. Ya saben qué es que les abucheen en un acto como este y no hacía falta ser muy astuto para intuir que si este miércoles hubiesen aparecido por la manifestación tenían los silbidos asegurados. Porque una cosa es pedir unidad y otra es practicarla.