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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

¿Qué hará el PSOE con el Concordato?

12 de septiembre de 2021 20:57 h

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En Asturias de mis amores hay un prelado que no conoce el amor. Se llama Jesús Sanz Montes, es arzobispo de Oviedo y es tan ultra que el cardenal Rouco Varela siempre lo ha querido repatriar a Madrid. También parece que le echa el guante ese Ejército español tan, dicen, modernizado, aunque su capitán general siga siendo un rey y quieran de pater castrensis a este hombre de las cavernas. Aprovechando un acto en el Día de Asturias, patria querida, Sanz Montes tuvo el atrevimiento de meter en el mismo saco a los toros torturados, a las mujeres que interrumpen su embarazo y a las personas que optan por la eutanasia o reciben el alivio de ese derecho, de esa compasión. Llamó a los embriones “niños abortados” y dijo que se les da “la estocada en el seno materno”, que es como este presunto célibe denomina al cuerpo de una mujer. “En el dolor terminal se da la puntilla”, espetó acerca de la eutanasia. Mientras que a los toros “se les brinda una legislación protectora”. Menudo batiburrillo, arzobispo.

De esa manera enrevesada y perversa, dejó claro Sanz Montes que no le importa en absoluto el sufrimiento de los toros, al que se refirió no con el más mínimo atisbo de piedad, sino únicamente para hacer un mal símil con el que atacar el derecho al aborto y a la eutanasia. Se nota que él es más de números porque con la letra se hizo un lío y cayó en la contradicción, en el absurdo. Por supuesto, en estos tiempos en que arrecia la violencia contra la ciudadanía LGTBIQ+, no dijo ni mu sobre las agresiones homófobas. En estos tiempos en que arrecia la pobreza energética, no dijo ni mu sobre el precio criminal de una luz que tantas personas no pueden pagar. Por supuesto, en estos tiempos de crisis habitacional tampoco dijo ni mu sobre el derecho a una vivienda digna y las personas desahuciadas, habida cuenta de que él mismo ha intentado desalojar a unas cuantas monjas de un edificio de El Viso, la zona más cara de Madrid, para venderlo por un pastón libre de impuestos. En un edificio similar en Barcelona sigue en marcha el desalojo de unas monjas misioneras que llegaron a llevar a juicio a ese santo y fueron amenazadas con la excomunión (a fin de cuentas episcopales, hay monjas como kellys, porque entre las monjas también hay clases y, doy fe, tremendo clasismo). En fin, que el arzobispo de los niños abortados y los toros protegidos es, en realidad, un hombre de negocios procedente de la banca a quien se le da muy bien la especulación inmobiliaria, sobre todo con propiedades inmatriculadas por la Iglesia, es decir, registradas a su nombre por la cara. Por eso Jesús Sanz Montes gusta tanto a Rouco Varela y otros ultras.

Houston, seguimos teniendo un problema. El problema es que el señor Sanz Montes siga siendo invitado a celebrar el Día de Asturias (quién estuviera). El problema es que cualquier obispo siga siendo invitado a cualquier acto institucional. El problema es que con su presencia se legitime, en el Estado aconfesional que es el español, lo que promueven los señores de la Iglesia, aunque ello sea violencia de género, conculcación de derechos humanos y no humanos, patriarcado, injusticia, desigualdad, discursos y prácticas de odio. El problema es que esos mismos señores representen a una institución, la Iglesia católica, que debiera ser plenamente independiente del Estado, para lo cual habría de ser derogado, de una vez por todas, el Concordato con la Santa Sede, rémora de un pasado que ya no tiene sentido alguno ni, en sentido estricto, tiene cabida constitucional. El cómo y el cuándo se firmaron los cinco acuerdos que lo forman dan cuenta del apaño, preconstitucional, que se llevó a cabo. Que Juan Carlos de Borbón fuera nombrado entonces vicario general castrense añade la guinda, hoy más podrida que nunca, al pastelazo que entonces se cocinó. El pastelazo que permite que personas como Sanz Montes y sus medios afines se atrevan a promover lo que los tiempos ya no admiten.

¿Qué hará el PSOE al respecto? En su 40º Congreso, que se celebrará a mediados en octubre, ¿seguirá debatiendo para nada sobre la relación entre la Iglesia y el Estado y, por tanto, sobre la conveniencia de la derogación del Concordato? ¿O seguirá manteniendo esa indefinida actitud de “diálogo” y “consenso” con la Iglesia que no conlleva ningún cambio? Zapatero se comprometió a la derogación. Pérez Rubalcaba se comprometió a la derogación. Pedro Sánchez se comprometió a la derogación. Y aquí seguimos, pagando sus vicios a la Iglesia y soportando el empoderamiento de esos hombres de las cavernas a quienes avalan aquellos acuerdos, esos hombres, como Jesús Sanz Montes, que piden a la Virgen de Covadonga que “salve a España”. ¿Qué hará el PSOE con esos acuerdos y esos hombres? ¿Qué hará el PSOE con el Concordato?