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Todo lo que haremos en 2021

31 de diciembre de 2020 20:35 h

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“Todavía queda mucha pandemia, no esperemos gran cosa de 2021”. “No nos hagamos ilusiones, que lo de la vacuna está por ver”. “Cero optimismo, 2021 va a ser igual de malo que 2020, o tal vez peor”. “El año que viene será también una mierda, ya veremos si con suerte en 2022 o 2023...”. Da gusto cambiar de año con tanto mensaje motivador, ¿verdad? Dejamos atrás el peor año de nuestras vidas y saludamos un año que será más de lo mismo. No os veo muy contentos, no.

No hay mejor prueba de lo bajísimo que está nuestro ánimo tras 2020: preferimos hacernos a la idea de que el nuevo año será igual de malo, para así soportarlo mejor, no llevarnos un chasco y sí una sorpresa si luego mejora. Y lo mismo las autoridades, que insisten en infantilizarnos en su comunicación de la pandemia: “Digámosle a la gente que el año va a ser malo para que no se decepcionen, pobrecitos, y se sigan portando responsablemente”.

Allá cada uno cómo se gestione sus expectativas y decepciones. Yo por el contrario me levanto este primero de enero lleno de esperanza, deseos y propósitos para 2021. Optimista, sí, no os riais. Porque de lo contrario, si tengo que resignarme a que 2021 sea un 2020 bis, no llego a febrero, de verdad. Mis hijas se han pasado diez meses comenzando frases con la fórmula “cuando acabe el coronavirus…” (haremos tal cosa, iremos a tal sitio, celebraremos esto o lo otro), y no les voy a decir ahora que esperen un año más.

Ya sé que enero puede ser todavía una extensión trágica de 2020, los últimos datos son muy malos y por allí resopla la ballena de la tercera ola. También asumo que no conoceremos un día de “la guerra ha terminado”, en que salgamos a las calles a darnos abrazos y lanzar al aire las mascarillas. Pero a partir de ahí, y sin volverme loco ni dejar de ser tan responsable como hasta ahora, yo me quedo con los más optimistas de entre los epidemiólogos, microbiólogos y vacunólogos que estos días pronostican: en cuanto la población más vulnerable esté protegida con las vacunas, la pandemia irá aflojando. Ya sé que todo puede torcerse, y hay un elemento de incertidumbre que nadie puede despejar, pero yo este primero de enero echo mis cuentas, sean o no de la lechera.

Para empezar, la inmensa mayoría de fallecimientos hasta ahora pertenecen a los grupos de población que se van a vacunar de aquí a marzo. En cuanto estén protegidos mayores de residencias, sanitarios y gente con otras patologías y defensas bajas, la presión hospitalaria descenderá drásticamente, y también las muertes. Incluyan en la cuenta a los más de cinco millones de personas que, con o sin vacuna, no enfermarán porque ya se contagiaron en las dos o tres olas. Y sí, descuenten también a esas 50.000, o tal vez 70.000 personas que ya no morirán porque desgraciadamente se los llevó la pandemia en 2020.

Así nos plantamos en primavera, que es cuando puede empezar de verdad 2021. Seguirá habiendo contagios pero cada vez menos, y sobre todo menos graves. Seguiremos llevando mascarilla y usando gel o manteniendo aforos en algunos interiores, pero las restricciones irán relajándose hasta incluso desaparecer muchas de ellas según avance la vacunación y pierdan presión los hospitales. Y entonces sí, aunque sea con mascarilla y ciertas precauciones, nuestra vida se va a parecer mucho a la que dejamos aparcada en marzo de 2020. Venga, acompañadme en este paseo por el lado bueno de 2021.

No habrá fiestas de primavera, ferias ni procesiones, ya suspendidas la mayoría. Pero recuperaremos sociabilidad, reuniones, celebraciones y hasta conciertos y recintos deportivos con público (con mascarilla siempre). Yo pienso ver jugar a mi Betis de baloncesto antes de que acabe esta temporada, me apuesto las patillas. Más cosas: viajaremos sin salvoconducto, pasearemos sin toque de queda, y en verano disputaremos otra vez la primera línea de playa sin que nos marquen cuadrículas en la arena. Visitaremos todo lo que queramos a nuestros mayores ya vacunados, a los amigos diabéticos o inmunodeprimidos que ahora vemos por la ventana. Desinstalaremos Zoom, no volveremos a tomarnos un vermú virtual ni seguiremos eventos culturales que no sean en vivo. Regresaremos sin temor al cine y al teatro. En algún momento de 2021, ya avanzado el año, nos encontraremos por la calle a un amigo y, aunque se nos hará raro y bromearemos sobre ello, nos daremos un abrazo furtivo que nos hará llorar.

Una vez pasado este invierno y avanzada la vacunación, nadie nos pedirá que nos quedemos en casa. Al contrario: tendremos que salir más a la calle. Algunos para buscar trabajo, sí, porque la crisis económica y social que deja la pandemia va a apretar este año, y no hay escudo social que la tape, ni colchón familiar que dure tanto. Pero también saldremos para reconstruir y reorganizar nuestros propios escudos, recuperar espacios colectivos que en 2020 se apagaron o se virtualizaron hasta casi desaparecer, y que este año necesitaremos más. Y organizaremos nuevas formas de comunidad, autoayuda y cuidados colectivos que hemos improvisado o echado en falta en pandemia, y que nos levantarán la autoestima social.

Saldremos también a la calle a defender derechos y por un reparto justo de la factura que deja la pandemia. Nos manifestaremos, sí: en 2021 nos manifestaremos y no será en coche ni en performances de gente repartida por una plaza. Acompañaremos a las y los trabajadores de la sanidad pública, que seguramente tendrán más de un motivo para salir a la calle este año, tras la tensión soportada por el sistema sanitario y las grietas que quedan. Conseguiremos echar abajo la reforma laboral, ya veréis. Recuperaremos lo que teníamos en agenda hace diez meses y que suspendimos hasta mejor ocasión, desde el cambio climático hasta todo aquello que esperábamos del gobierno progresista y que no hemos olvidado.

Todo esto lo haremos en 2021, no vamos a esperar a 2022. Este año dejaremos de aplazar planes y de comenzar frases con la fórmula “cuando pase la pandemia…”

Venga, feliz año.