¿Hay que temer un auge de la ultraderecha en España?
La victoria de Donald Trump ha avivado el temor a que el protagonismo puntual que la ultraderecha está teniendo en los últimos tiempos en España se convierta en una tendencia imparable. La presencia cada vez mayor de ese mundo en los medios de comunicación, incluidos los convencionales y particularmente en algunos canales televisivos, y un mayor activismo de los simpatizantes ultras en los lugares de encuentro ciudadano, refuerzan esa preocupación.
Vox tiene 33 diputados en el Congreso, está presente en buena parte de los parlamentos autonómicos, forma parte del grupo ultraderechista Patriotas por Europa, en donde coincide con algunos de los partidos más fuertes de ese signo en el continente y, además, tiene una buena relación con sus homólogos trumpistas de Estados Unidos. No es poco, pero tampoco es tanto como para amenazar el futuro político español.
Es cierto también que el partido que preside Santiago Abascal no cae en las encuestas, para gran dolor del PP, que ha centrado buena parte de sus esfuerzos en reducir a Vox a la mínima expresión. Sólo Isabel Díaz Ayuso ha conseguido ese objetivo, orientando en Madrid su política prácticamente hasta hacerla coincidir con la ultraderecha.
Es muy posible, habrá que esperar a la próxima oleada de encuestas para saberlo, que el drama del País Valenciano y las actuaciones políticas que le han seguido, den un empujón demoscópico a Vox. Porque no ha tenido ninguna responsabilidad en la gestión del asunto y porque se ha permitido capitalizar buena parte de la enorme carga de críticas contra el gobierno autonómico y central que esa gestión y, sobre todo la ira natural contra el desastre, que la crisis ha provocado.
Pero, más allá de la presencia protagonista de unas cuantas decenas de seguidores de Vox en los disturbios de Paiporta, del creciente protagonismo de ese mundo y sus posiciones en el universo mediático y de una cierta mayor beligerancia de sus votantes en algunos ambientes ciudadanos, la fuerza política del partido de Abascal sigue siendo la misma que tenía hace un año. Es decir, no mucha.
Y, descartado, es de esperar, el recurso de la ultraderecha a la violencia armada, no hay ningún elemento en el aire que pueda hacer pensar que eso, salvo fenómenos imprevistos e impredecibles, vaya a cambiar a corto y medio plazo. Es decir, hasta que tengan lugar unas nuevas elecciones generales.
Lo único que podría ocurrir de aquí a entonces en el espectro político de la derecha es que aumentara la influencia de Vox en la orientación del PP. Eso sí que sería un resultado significativo de la influencia de los hechos anteriormente citados, desde la victoria de Trump a los hechos de Valencia.
Hay quien opina, y puede que tenga algo de razón, que los disturbios de Paiporta han afectado negativamente a la imagen de Pedro Sánchez. Pero está mucho más claro que la desastrosa gestión del presidente valenciano Carlos Mazón y las poco afortunadas intervenciones públicas de Alberto Núñez Feijóo en los primeros días tras la tragedia, han sido muy negativas, tal vez ya insuperables, para la imagen pública del PP y posiblemente también para su estabilidad interna.
Lo hecho por Mazón y por Feijóo en estos días han podido recordar a los ciudadanos los desastres de gestión y de comunicación que otros dirigentes del PP protagonizaron en anteriores y gravísimas crisis: la del petrolero Prestige, la de las vacas locas, la del Yak 42, la del metro de Valencia y la de los atentados del 11M. Habrá quien busque, y puede que encuentre, conexiones entre los motivos profundos de unas y otras actuaciones tan nefastas.
En todo caso, en estos momentos el PP está de capa caída mientras que Vox está radiante, dentro de sus limitaciones. ¿Provocará esa disparidad un acercamiento entre ambos partidos, con el de Abascal llevando la voz cantante en cuanto a las posiciones políticas, o, por el contrario, lo que producirá es una reflexión de Feijóo y los suyos que conduzca a una moderación y a una reducción del enfrentamiento sin cuartel con el gobierno y la izquierda?
Esperar para ver. Sin dejar de tener cuenta que abordar ese segundo camino puede ser interpretada por Vox como una victoria de su radicalismo. Y, además, por ahí sigue estando, aunque últimamente muy callada, Isabel Díaz Ayuso.
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