La idea de Trump era “Hacer América grande otra vez” y así logró convencer a millones de estadounidenses para que le votaran. Los meses transcurridos desde que el multimillonario accedió a la Casa Blanca demuestran que está logrando todo lo contrario. Es inaudito ver lo que el mandatario hace sin que nadie reaccione de una forma efectiva. Sus niveles de popularidad son inusualmente bajos para el poco tiempo que lleva en el cargo, ocho meses, pero en el Partido Republicano cuenta con un 80% de apoyo. El presidente espectáculo debe brindarles algunos réditos inmediatos, otra cosa será lo que ocurra después. Llama la atención que gente de peso calle ante las hazañas de Trump.
En Hamburgo llegó a su límite máximo por el momento. No se le ocurrió otra cosa que enviar a su hija Ivanka a reuniones del G20 a las que él no acudió, sin dar explicaciones. Y allí se plantó la plastificada “Primera hija” a calentar la silla de papá y tratar de ocuparse de los intereses de papá, que ha confundido con los intereses de América, más grande o más pequeña. Probablemente Donald prepara a Ivanka para el futuro -parece claro que es la lista de la familia-, pero Trump ha demostrado de qué manera desprecia el papel de la presidencia de un país de la entidad de Estados Unidos. De estar indispuesto, inapetente o dedicado a sus distracciones, quien debe representarle es el vicepresidente, no la hija.
El resto de los mandatarios se la tragaron. Con leves y educadas protestas porque no debe ser políticamente correcto hacer escenas. Algunas marcadas, para que las recojan los medios: el ligero desplante de Macron en el saludo o que Merkel lo colocara en la foto de familia en un extremo, aunque en primera fila. Parece que no rige en esos ambientes que el respeto se le otorga a quien lo merece.
Los norteamericanos se han encontrado con una monarquía económica hereditaria, con una familia muy centrada en su promoción y negocios, en lugar de con un presidente que es lo que siempre habían elegido en los más de doscientos años de historia del país. El encumbramiento de Ivanka ha sido lo más simbólico pero las gestiones del Primer hijo y del yerno han entrado de lleno en el terreno de la gravedad. Mientras Trump sigue insistiendo en la injerencia rusa a favor de Hillary Clinton, el escándalo que acaba de destapar The New York Times habla de relaciones seriamente peligrosas entre los hombres Trump y Rusia para perjudicar a la candidata demócrata y obrar en favor del hoy presidente. Es insólito que tal revelación no tenga consecuencias jurídicas drásticas.
Si el contenido es un puro escándalo, los extremos del incidente lo sitúan en una mascarada difícil de igualar, ni en el más burdo guion cinematográfico. Una abogada rusa contacta, por correo electrónico, con Donald Trump Jr. y le dice que dispone de información tóxica sobre Hillary Clinton. Aclara que la información procede del Kremlin y que forma parte del apoyo que Rusia quiere dar a Trump. El Primer hijo, que evidencia tener las mismas luces que su progenitor, responde “Me encanta”, no se corta y acepta la ayuda de una potencia extranjera. Nada menos que de Rusia, el ogro con el que han atemorizado a los norteamericanos durante décadas. Donald Trump Jr. ha confirmado la autenticidad de los emails. Además de tres fuentes distintas del periódico.
La reunión se celebra cinco meses antes de las elecciones en la propia Torre Trump. Acuden, Donald Jr., el yerno Jared Kushner –conocido por su escasa locuacidad–, y el entonces jefe de campaña, Paul Manafort. La cita la organiza un agente musical británico llamado Rob Goldstone. Trump Jr. le conoce del concurso de Miss Universo de 2013 que organizaba su padre. Hay otro cantante de por medio, con un padre que patrocinaba esos concursos de belleza, el constructor Aras Agalarov. Y que casualmente forma parte del círculo de Vladimir Putin.
El encuentro duró unos 30 minutos. Los Trump dicen que hablaron de niños rusos y que la lobista no le ofreció nada relevante. A estas alturas del vodevil sería ya lo de menos. El presidente ya ha soltado sus tuits exculpatorios, el niño lo ha hecho todo bien y él “no es la primera persona en recibir información de un oponente”. De Rusia, del Kremlin, en reunión secreta, mandando a los chicos Trump. Un puro dislate.
Sí, los líderes occidentales le están haciendo un cierto boicot a Trump, y por tanto a su gobierno en EEUU. El periodista Pascual Serrano daba exhaustivos detalles en eldiario.es. Con evidentes consecuencias sobre la “grandeza” a recuperar. Ocurre también que el propio Trump aparta a Estados Unidos de los que fueron sus aliados y sus objetivos por sus planteamientos. Encuentra entusiasta partidarios, sin embargo, que satisfagan su ego. Los dirigentes ultras de Polonia le dieron un apasionado recibimiento por ser el país elegido para desembarcar en Europa. La mujer del presidente hizo otro leve desplante, postergó darle la mano. El recibimiento de Trump en Varsovia hay que verlo, hiela la sangre por la forma en la que evoca tiempos pasados. Por un momento fue como ver el 'Tomorrow belongs to me' de Cabaret (Bob Fosse, 1972).
A este escenario se llega tras mucho trabajo para labrarlo. La deseducación prolongada, la frivolidad inducida y el abandono real de grandes capas de la sociedad norteamericana han terminado por encumbrar a la presidencia al héroe que pueden admirar o envidiar. Por su dinero y por su falta de escrúpulos y arrogancia. La dinastía Trump es una pesadilla pero ahí está. Haciendo cada vez más mínima América, más aislada y grotesca. Algo que no tendría por qué ser negativo salvo por sus repercusiones en el mundo global.
Muchos se preguntan qué habrá después de Trump, si aún puede hablarse entonces de un después más o menos entero. La salud del planeta y de los ciudadanos, y hasta la lucidez, la verdad y la ética se están viendo seriamente afectados ya. La respuesta es desoladora. Lo peor es que gran parte del mundo se afana en la misma dirección –la banalidad, el embrutecimiento, la ignorancia, el abandono– y las pruebas son clamorosas. No hace falta subir a lejanas montañas para verlo.