La herencia de Felipe de Borbón

En plena distopía hecha realidad, con la ciudadanía aguantando la respiración y obedeciendo con solidaridad y temor las órdenes gubernamentales, cuando los compatriotas y los vecinos y las compañeras enferman y mueren, cuando los seres queridos están separados, cuando hiela la sangre concebir el desierto económico que se ha cernido sobre la población, los despidos, los ertes, los proyectos cancelados, los planes anulados, los futuros truncados, cuando no podemos ni siquiera salir a las plazas a activar la protesta, ni apelar a las exiguas herramientas de las que este sucedáneo de democracia dota al sistema para intentar defenderse, cuando el Ejército ha tomado las calles y se cierran fronteras, cuando todos y todas y todes nos quedamos en casa, Felipe de Borbón lanza un comunicado que no avergüenza más porque no nos cabe más vergüenza en el cuerpo.

Se nos ha llenado el cuerpo de vergüenza porque Felipe de Borbón no ha salido a dar ánimos a la ciudadanía que sufre, al personal sanitario al borde de sus fuerzas, a las niñas encerradas que no tienen jardines, a los abuelos solos que no tienen personal de servicio, a tantas y tantas personas enfermas a las que no se ha hecho la prueba del coronavirus a la mínima sospecha de contagio porque no son reinas sino cajeras de supermercado, limpiadoras de los hospitales, personas sin hogar a quienes se ha precintado los parques donde dormían sobre cartones. No ha salido Felipe en la tele a desplegar calidez y transmitir seguridad, como salió aquel 3 de octubre de 2017 a abroncar a un país y a echar más leña al fuego político. No ha anunciado Felipe que comprará mascarillas y guantes de su propio rebosante bolsillo, que a fin de cuentas es un bolsillo que se llena con el dinero público, el mismo dinero que no da para comprar mascarillas y guantes. Ni siquiera ha salido a decir que renuncia a esa parte de la herencia corrupta de su padre. Lo sabemos a través de un comunicado de la Casa Real. Felipe de Borbón ni siquiera ha salido a dar la cara.

Dice el comunicado que el rey renuncia a esa parte de la herencia que procede de la vergüenza de los paraísos fiscales de su padre. Pero no dice nada de la herencia del trono, que ha heredado de su padre, que lo heredó de Franco, aunque la jefatura de un Estado democrático no pertenece a una familia sino al conjunto de un pueblo. Y menos ha de pertenecer a una familia que roba y que miente, que evade y despilfarra, que simula y dispara. Pongamos presuntamente donde corresponda. En las offshore, no. En las comisiones, no. En las amantes, no. En el cuerpo despatarrado del elefante, no, y no en el cuerpo acribillado del oso ni en el cuerpo decapitado del venado, no.

Esta vergüenza, que no ha hecho sino confirmarse, nos pilla con el cuerpo enfermo y confinado. Como sociedad, solo sanaremos si la dejamos en cuarentena pero no la olvidamos. No ocupa horas y horas en las teles y radios, y solo algunos medios no la arrumban detrás de una columna. Pero, aún debilitados, debemos mantener la dignidad de decir basta, y que esta inédita, extraña y difícil experiencia que estamos viviendo con el coronavirus, que ha cambiado rutinas, percepciones, formas, modos, estructuras, que cuestiona nuestro orden y nuestra manera de vivir e inevitablemente nos marcará para siempre y acaso suponga profundas transformaciones, sea también la oportunidad para decir basta al abuso de la monarquía, para exigir una consulta popular al respecto, para salir de ese atropello obsoleto y humillante que suponen los privilegios, la falsedad, el enriquecimiento ilegítimo de la Corona.

Ha dado verdadera vergüenza ver a Felipe de Borbón repudiar a su padre a la desesperada, solo para salvar sus propios intereses. Y que lo haga tarde y mal. Y tomándonos por idiotas. Nos pilla debilitados, qué duda cabe. Pero solo lo dejamos en cuarentena. Cuando esta distopía haya terminado y recuperemos la autonomía social y las libertades en este sucedáneo de democracia, no habrá la más mínima excusa para posponer más la revisión de nuestro modelo de Estado. Salud.