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La herencia universal de nuestros padres

Bloques de viviendas y construcción de nuevas torres en Bilbao. EFE/Miguel Toña
24 de mayo de 2024 22:17 h

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En las últimas elecciones generales, Sumar propuso implementar una herencia universal. La idea no era nueva. Es una propuesta de Thomas Piketty que plantea distribuir las herencias para acabar con la reproducción de las rentas del capital, que están creciendo mucho más deprisa que las rentas del trabajo. De esta manera todos heredaríamos una parte de la riqueza, y no solo los que tienen padres con patrimonio.

Para que tenga un efecto sobre la desigualdad, esa redistribución se tiene que hacer al inicio de la vida. Sin ese impulso, cuando los jóvenes llegan a la edad en la que heredan, la desigualdad es tan grande que ya no se puede arreglar.

La propuesta de Sumar descafeinaba bastante la original de Piketty -que propone una herencia de 120.000 euros por persona-, pero dio igual.

Se lio parda.

En las redes y en los medios, miles de personas -que sospecho que no se encontraban entre los beneficiaros de la medida- parecieron enfurecer ante la idea de dar 20.000 euros a cada persona a los 18 años. Por su parte, el statu quo se hizo el indignado: Feijóo calificó la medida de “broma” y el jefe de la patronal pidió “seriedad” en las propuestas.

¿Era una medida disparatada la herencia universal? Yo creo que no. No solo eso: si existe hoy una clase media en España -y gran parte de Europa- es porque la generación de nuestros padres recibió una herencia universal en los primeros años de su vida adulta con la que los crecidos después de 2000 no podemos ni atrevernos a soñar.

Claro que no fue una transferencia monetaria en un pago único, como proponía Piketty, pero eso no quiere decir que no existiera. Ocurrió de la siguiente manera:

Para empezar, entre 1960 y 1990 se construyó en Europa aproximadamente el 50% de todo el stock actual de vivienda. En España, el II Plan Nacional de la Vivienda del regimen franquista construyó 4 millones de casas entre 1961 y 1975 y 3 millones más hasta 1980 duplicando el tamaño del parque, que pasó de 7 a 14 millones de viviendas en esos 20 años.

Hasta el 70% de estas viviendas se hicieron en suelo público, promovidas por el Estado y por los ayuntamientos, catalogadas como viviendas de protección oficial (aunque después se pudieron vender en el mercado libre) y a precio de saldo. Así se dio casa al aluvión de trabajadores que iban a componer esa incipiente clase media.

Viviendas en España por año de construcción

Es por esto que, en 1992, en España se pagaba una vivienda con los ingresos de 3 años de una familia (cuando muchas veces solo había un salario por hogar). Hoy hay que invertir 8 años (con dos salarios) y a eso hay que sumar todos los años que pasamos pagando alquiler porque es imposible comprar sin un trabajo estable y muchos ahorros.

A partir de 1980 la iniciativa pública empieza a dejar de construir y toma la delantera la iniciativa privada, que hasta 2000 construiría casi 7 millones de viviendas más. Se siguió vendiendo suelo público y construyendo hasta que en 2008 explotó la burbuja y la construcción cayó en picado.

Viviendas libres y protegidas 1980 - 2020

Como consecuencia, en España pasamos de un 30% de población viviendo de alquiler en 1970, a un 11% en 2000 y ahora estamos volviendo al 30% de alquiler.

Todo ese suelo cedido, todo ese esfuerzo de construcción de un parque nuevo de viviendas, no fue sino una gigantesca herencia universal que un país dio a una generación. Un acuerdo para hacer un inmenso esfuerzo como país para construir una clase media. No volvió a suceder.

No solo esto. Desde 1979 hasta 2011 estuvieron vigentes en España unas ayudas a la compra de vivienda que permitían desgravar del IRPF entre el 15% y el 25% del coste de la adquisición. Estas ayudas han costado algo así como 100.000 millones de euros hasta hoy.

No me malinterpreten. Esta herencia universal que recibieron nuestros padres fue el impulso democratizador más importante que ha acometido la sociedad europea en toda su historia. Sin ella yo, que soy nieta de una jornalera y de un albañil, no estaría escribiendo estas líneas.

Y todos conocemos las historias de progreso que trajo esta herencia. Gente que vino del pueblo cuyas hijas son ministras. Gente que había crecido en chabolas y se jubiló con casa, coche y piso en la playa. Una transformación total de la vida y de la sociedad. Pequeñas fortunas amasadas a base de ahorro. Una nueva clase media, un nuevo país.

Pero si hay una brecha generacional que es innegable es la brecha imaginaria. Esa que dice que la generación que hizo la Transición fue una cohorte de sacrificados trabajadores que levantaron el país con el sudor de su frente -y nada más- mientras los crecidos más allá de 2000 somos una panda de lloricas que solo queremos paguitas para gastarlas en cañas.

Y con esta brecha sí que hay que acabar, porque es injusta y falsa. No hubiera habido un milagro español, ni una generación de la Transición que levantara el país, sin esa gigantesca herencia universal que tuvieron a bien darse, colectivamente, nuestros padres. Es más, es que las ayudas a la compra de vivienda todavía no se han terminado de pagar. Quien tiene una hipoteca firmada antes de 2011 seguirá disfrutando de esta deducción hasta que termine de pagarla. Así que la herencia universal de nuestros padres la estamos pagando, todavía, los hijos. También los que no tienen casa en propiedad.

Ninguna generación se esfuerza más que otra. Todas hacen lo mejor que pueden con los tiempos que les toca vivir y los mayores llevan quejándose de los jóvenes desde Sócrates. Si la generación que se hizo mayor en los 70 tiene la posición económica que tiene es por su esfuerzo, sí, pero también porque se repartieron el suelo urbano entre los que estaban. Si todo esto no fue una pantagruélica herencia universal, que venga Dios y lo vea.

Y ahora están ocurriendo dos cosas. Una, que tenemos una situación insoportable en la sociedad, donde unos tuvieron herencia universal y esperan de otros que hagan lo mismo, sin ella. Por eso tenemos la percepción de que los jóvenes no se esfuerzan. Pero imagínense las cosas que podría hacer la generación de jóvenes de hoy, si no tuvieran que trabajar como mulas para pagar un alquiler perenne.

Y la otra, más grave, es que las rentas del capital de esa primera generación se están reproduciendo, como explica Piketty, a una velocidad que multiplica la capacidad que tienen los trabajadores de generar riqueza. Y cuanto más tiempo pase, más desigualdad habrá, hasta que acabemos con una sociedad partida por la mitad entre quienes pudieron heredar al principio de su vida, y quienes no.

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