Hipocresía, cinismo o tomarnos por tontos

Hace tiempo, quizá dos décadas, participaba en una tertulia radiofónica con un par de colegas, economistas liberales de pro. Uno de los primeros temas del debate se refería a la decisión que había tomado el Gobierno de liberalizar el precio del gasóleo de automoción, hasta entonces intervenido. Mis colegas cantaron las alabanzas de la decisión, de los beneficios de la libre competencia, del bienestar que tendría la ciudadanía gracias a esa decisión que implicaría más eficiencia y menores precios. Yo me limité a manifestar un cierto escepticismo respecto a sus optimistas previsiones. Mi experiencia, dije, es que cuando el mercado es oligopólico, como es el caso, los precios libres no tienden a bajar sino a subir porque las empresas no compiten en precios sino que, implícita o explícitamente, acuerdan aquellos que hacen más altos sus beneficios.

Naturalmente, mis contertulios saltaron sobre mí acusándome de trasnochado, demagogo e ignorante. Ya está bien, decían, de estos prejuicios socializantes que desconfían del mercado y creen en el Estado como la solución de todo. No pude responder porque llegó la pausa para la publicidad. A micrófono cerrado, cuando yo iba a comentarles mis argumentos, uno de ellos se vuelve al otro y le dice: “La faena es que yo acabo de comprarme un diésel y ahora el gasóleo se me va a poner por las nubes”.

Reconozco que tamaño acto de cinismo e hipocresía me dejó tan descolocado que no fui capaz de articular palabra alguna en relación con el tema, ni entonces, ni cuando salimos de nuevo al aire y cambiamos de materia de debate.

Tiendo siempre a creer en la honestidad de los planteamientos teóricos de quienes defienden posiciones divergentes a las mías e intento escuchar por lo que puedan aportarme. Pero, reconozco, desde entonces se me hace mucho más difícil mantener tal actitud con los defensores de las virtudes del libre mercado y la competencia.

Soy de los que piensan que el juego libre del mercado tiene indudables ventajas. El problema es que los hechos demuestran una y otra vez que, si dejamos que funcione sin ningún tipo de contrapesos, su tendencia natural es hacia la concentración de poder monopolístico y la desigualdad creciente.

Sinrazones evidentes

Como en aquella tertulia radiofónica, uno sigue quedándose sorprendido de la capacidad de cinismo de colegas y gobernantes que afirman una y otra vez presuntos dogmas que los hechos refutan de forma tozuda. Como señaló Paul Krugman en cierta ocasión, solo la ideología puede explicar sinrazones evidentes.

Se nos viene vendiendo desde hace décadas que bajar impuestos hace crecer la economía y aumentar la recaudación. Fue en la época del presidente Reagan cuando se comenzó a extender esa idea “lafferiana” y a aplicar la política coherente con tal creencia. El resultado de aquello fue, por un lado, que las reducciones de impuestos afectaban fundamentalmente a las rentas altas y al capital financiero. Por otro, que se generó uno de los déficits más altos de la historia de Estados Unidos.

A pesar del fracaso, los liberales siguen repitiendo la idea y las políticas. Si la realidad no confirma las teorías, peor para la realidad.

Las medidas de austeridad recetadas para solventar la presente crisis van en la misma línea. Reduzcamos el peso del sector público y veremos cómo crece la economía, se recauda más y se soluciona el problema del déficit y la deuda.

Los resultados ya los conocemos en Grecia, en España… La reducción del sector público supone de hecho la venta al sector privado (y no precisamente en condiciones de transparencia y competencia), a precios de saldo, de activos y actividades presuntamente ruinosas, con sospechosas plusvalías en plazos inmediatos. ¿Recuerdan, por ejemplo, el caso de la funeraria madrileña? ¿O las privatizaciones de la gestión de servicios públicos?

Supone también la reducción de los programas de gasto social, pero no de los dedicados a sostener a la banca o a salvar a las empresas que quiebran. Y, mientras, las cifras de paro se mantienen en niveles récord, las desigualdades aumentan, el déficit apenas se reduce y la deuda sigue creciendo.

El mismo FMI reconoce que sus previsiones eran erróneas, que minusvaloraron el efecto multiplicador recesivo de las políticas de austeridad, que las desigualdades crecientes están afectando negativamente al crecimiento… Pero el discurso no varía: felicitaciones al gobierno español por las políticas seguidas y los buenos efectos conseguidos. Pura ideología cargada de cinismo. ¿Nos toman por tontos?

Ahora, en año electoral, se presentan unos Presupuestos Generales del Estado que sabemos que no aplicarán, para decir en ellos que se van a tomar medidas opuestas a las que han venido aplicando en los cuatro años de gobierno. Se presentan como avances correcciones que suponen un paso adelante para compensar diez pasos atrás dados antes.

Sí. Nos toman por tontos. 

El artículo refleja la opinión del autor. Economistas sin fronteras no coincide necesariamente con su contenido.