“Lo volveremos a hacer” es la frase más repetida estos días y quizás la que más veces oiremos en el debate sobre los indultos. Se trata de una de esas expresiones polisémicas que sirven lo mismo para un barrido que para un fregado.
Unos la pronuncian para dejar claro que no renuncian a la independencia de Catalunya ni a movilizarse para conseguirla. Un propósito amparado, no se olvide, por nuestra Constitución, que no es militante y que, en consecuencia, permite defender la independencia siempre que se promueva en el marco de las leyes.
Otros la utilizan como argumento para oponerse a los indultos. Y la blanden como muestra de la falta de arrepentimiento. Incluso algunos, en esa confusión entre religión, política y derecho, la identifican con la ausencia del propósito de enmienda.
Así las cosas, me parece políticamente relevante profundizar en el análisis de lo que hay detrás de esta frase que condensa tantas cosas. Aunque con el clima de crispación dominante y el debate frentista que se ha abierto, este intento pueda ser considerado una ingenuidad por mi parte.
“Ho tornarem a fer” no es solo ni principalmente una reafirmación política del independentismo. Se utiliza como una declaración placebo con la que ocultar que en realidad sí se ha renunciado a volver a hacerlo, a la vía unilateral.
Una renuncia que se ha expresado de la manera más nítida posible, con hechos, que es lo que en verdad importa.
Recuerden que la desobediencia de cartón piedra de las pancartas le ha costado al president Torra la inhabilitación, que ha sido asumida por el independentismo con bastante resignación. O que las crisis más importantes entre ERC y Junts se han producido por la negativa de Roger Torrent a desobedecer como president del Parlament las resoluciones de los Tribunales.
En resumen, sus actuaciones nos dicen que no lo han vuelto a hacer. A pesar de que sus declaraciones placebo digan lo contrario, en un intento de ocultar el fracaso de la estrategia de la DUI que está en el origen de las condenas.
La pugna insomne por la hegemonía en el independentismo les impide asumir la derrota política de la unilateralidad y los lleva a mantener -cada vez con más dificultades- la disonancia cognitiva, usando y abusando de expresiones que poco tienen que ver con la realidad.
Así, hablan de la República Catalana y del Gobierno de la Generalitat republicana mientras el nombramiento de Pere Aragonès lleva la firma de Felipe VI. Lo mismo sucede cuando alegan el “mandato democrático” del 1 de octubre mientras proponen un referéndum pactado que visten como autodeterminación. Todo ello adornado de juegos semánticos florales, como la confrontación inteligente, el “embate” democrático, o el “momentum” en el que todo ese mundo mágico se materializará. Son algunas de las muchas afirmaciones hechas durante estos tres largos años para ocultar la realidad. Es en esta lógica en la que se enmarca el “ho tornarem a fer”.
Esta actitud puede considerarse un error político, que dificulta la salida del conflicto, pero nunca puede ser un obstáculo jurídico para la concesión de los indultos. Hechos y no palabras son lo que cuenta.
Esta lógica de “a menor fuerza, más fuegos artificiales” es muy habitual en todo tipo de conflictos. La mejor expresión de ello la tenemos en la actuación de la CUP, cuyos dirigentes usan un lenguaje grandilocuente que hacen pasar como antisistema, al tiempo que se cuidan mucho de salir indemnes de todos los embates, como así ha sido hasta ahora.
Deberíamos estar preparados para estas trampas semánticas, porque cuanto más avance la vía del diálogo más necesidad tendrán algunos sectores independentistas de usar estas declaraciones placebo para negar la realidad, mantener la ficción y la disonancia cognitiva de la unilateralidad.
Esta actuación de algunos sectores del independentismo abona el terreno de la confrontación utilizado por las derechas políticas y mediáticas – que además compiten entre ellas- para desgastar al gobierno y erosionar sus apoyos sociales. Pueden ser un factor de desestabilización en el que los del “cuanto peor, mejor” de ambos lados se retroalimenten para hacer fracasar la vía del diálogo.
El “ho tornarem a fer”, en sus diferentes variantes, también será utilizado para argumentar el riesgo de reincidencia, aunque me parece muy poco probable que esta se produzca.
Una de las ingenuidades del independentismo, en el marco de la ficción procesista, ha sido ignorar la fuerza del Estado. Ha ninguneado desde el primer momento al Poder Judicial, el poder del Estado que más sentido de poder tiene y ejerce no siempre de manera equilibrada. En ocasiones los tribunales han hecho bueno el aforismo latino de “Summum ius, summa iniuria”. El coste personal y colectivo de este infantilismo político ha sido muy importante y no parece que se vaya a repetir.
Más que exigir el arrepentimiento o la garantía de no reincidencia, los indultos deberían perseguir un objetivo más laico, la búsqueda de la concordia, tanto en el seno de la sociedad catalana, como en la relación con la sociedad española. Es cierto que la concordia es un concepto inaprensible donde las haya, aunque se entiende mucho mejor cuando se contrasta con su antónimo, la discordia.
Se ha discutido mucho sobre si la sociedad catalana está fracturada o no. En lo que parece no haber dudas es que ha sufrido un fuerte desgarro a raíz del procés y especialmente a partir de los acontecimientos de setiembre y octubre del 2017.
Es en ese terreno en el que deberíamos explorar la contrapartida política, que no jurídica, a los indultos. Para que el uso del derecho de gracia tenga los efectos perseguidos, se requiere de un compromiso compartido con la concordia. Y para ello se precisa un reconocimiento del dolor causado, en y por todas las partes. Por supuesto no hablo de culpa ni de perdón, sino de empatía, de ponerse en el lugar de los otros.
Los independentistas suelen referirse al dolor sufrido por los hechos del 1 de octubre o por el encarcelamiento de sus dirigentes y tienen razones para ello. Pero, en general, suelen olvidarse del dolor causado a las personas que no comparten su objetivo de independencia.
El estado ejerció la violencia institucional en su sentido weberiano. Pero los dirigentes independentistas también ejercieron violencia institucional contra buena parte de la sociedad con la aprobación de las leyes de referéndum y desconexión. Y violencia emocional en aquellos sectores de la ciudadanía que no comparten sus objetivos. Muchas personas se han sentido violentadas en sus derechos y en sus sentimientos, especialmente en los momentos más conflictivos del procés. El dolor, vinculado a los miedos provocados por la unilateralidad y la desconexión anunciada, fue intenso y en algunas personas se mantiene muy profundo.
No deberíamos hurgar en el pasado, pero el reconocimiento del dolor sufrido resulta imprescindible para una concordia, que es el camino que explorar para buscar una salida al conflicto y la mejor justificación de los indultos. Por supuesto, nada nos garantiza que sea exitoso, pero vale la pena intentarlo, con todos sus riesgos, porque la alternativa de no hacer nada nos hunde en la discordia y en la cronificación del conflicto.