Aprender de los errores debería ser uno de los aprendizajes más efectivos, algo así como un tattoo de por vida, sin embargo, hay quien ni con esas.
Son muchas las voces que alertan de la necesidad de repensar las políticas económicas más allá del Producto Interior Bruto y dejar de usar el PIB como indicador de la riqueza y bienestar de una sociedad; además de estar obsesivamente vinculado al objetivo del crecimiento económico monetizado lleva implícito importantes sesgos de género, sociales y ecológicos en su elaboración y ello pone en cuestión su interpretación descriptiva. Sin embargo, nada de ello parece haber ser tomado en consideración por quienes están en posición de (des)gobierno, porque ahí siguen, erre que erre, a vueltas con el indicador de marras.
En 2014, el cambio de metodología del Sistema Europeo de Contabilidad permitió a los estados miembros arañar algunos puntos del PIB con la inclusión de la monetarización de actividades y servicios procedentes de la economía ilegal, como el contrabando, la producción y tráfico de drogas y la prostitución; también se cambió la forma de considerar los gastos militares y los de I+D+i que desde entonces se identifican como inversión en vez de consumo. Esta forma de cocinar los datos del PIB, junto a otros factores que incidieron en su evolución, contribuyeron a la declaración oficial del fin de la recesión y el inicio de la fase de recuperación que experimentaron mayormente el 10% de la población de acumula mayores niveles de renta y riqueza.
El estrabismo monetarista hizo caso omiso a lo que los informes sobre pobreza constataban: que sin igualdad no hay recuperación, que la desigualdad social y económica se estaba cronificando en España, y que lo hacía fuertemente atravesada por la dimensión de género. Desde que nos han vendido la trampa de ilusión monetaria de haber superado la crisis, prácticamente la tercera parte de la ciudadanía ha estado en riesgo de exclusión social ante la indiferencia gubernamental al respecto de las brechas de género existentes en los salarios, empleo, desempleo y, sobre todo, en los trabajos de cuidados no remunerados.
Las miradas de quienes nos han (des)gobernado siguen puestas en el PIB. Ahora los datos de los últimos dos trimestres muestran una desaceleración del crecimiento de dicho indicador por lo que se empieza a hacer explícito el mensaje de que se avecina una nueva crisis, que sera morrocotuda y que nos pillará con el paso cambiado porque casi ningún país se ha preparado para ello. Aunque ya sabíamos que ocurriría, porque la gestión austericida de las políticas económicas y sociales ha sido una barbarie que se ha ensañado en constreñir al máximo las condiciones materiales y humanas del bienestar de gran parte de la población. La explicación oficial de la situación actual desliza el argumento de que se ha reducido la capacidad de consumo de las personas, lo que ha hecho que el consumo de los hogares se haya estancado y todo ello unido al menor crecimiento del gasto público explica la desaceleración del PIB.
El descalabre predictivo parece ser que se debe a que no han funcionado los modelitos predictivos de la economía ortodoxa; eso del ciclo de la economía de que la creación de empleo genera rentas que activan el consumo y dinamizan la producción e intercambio monetizada y con ello el PIB. Se está generando empleo, dice la ministra, aunque omite mencionar las paupérrimas condiciones del mismo y la pobreza laboral que afecta ya a más de 2,6 millones de personas trabajadoras.
En esta etapa el reparto de culpas vuelve a dirigirse al comportamiento individual; han leído bien, sí. Los hogares, ¡ay! Qué irresponsabilidad la de los hogares que dejan de consumir.
Más de la tercera parte de los hogares en el Estado español no pueden permitirse tomarse unas vacaciones, ni siquiera una semana al año; para cuatro de cada diez resulta una pesadilla sin fin encontrarse con gastos imprevistos, por no poder encajarlos, y aproximadamente uno de cada diez hogares no llega a fin de mes. Estos son algunos de los datos que revela la Encuesta de Condiciones de Vida de 2018, elaborada por el Instituto Nacional de Estadística. Se dio a conocer a finales de junio, aunque ha sido escasa la atención prestada a lo que indican las estadísticas. Con el inicio del curso escolar, muchas personas descubren, en sus propias carnes, lo que quieren decir algunos de los datos que recoge dicha encuesta.
Hay quien ha de enfrentarse al pago de una matrícula o a la compra de libros con el inicio del curso escolar y descubre con espanto que, en algunos territorios, las escasas ayudas que existían se han reducido drásticamente o directamente han desaparecido. Hay quien tiene que volver a registrarse como demandante de empleo tras haber finalizado el contrato precario de la temporada de verano. Hay quien descubre que todas las horas de más que hizo en su empleo basurilla, aprovechando la reactivación del turismo de la época estival, ni computan para derechos económicos en futuras prestaciones o ni siquiera aparecen remuneradas en el finiquito que le han dado. Hay quien se encuentra sin hogar al que volver. Hay quien subsiste a dentelladas solo por el afán de volver algún día a su hogar lejano. Hay quien ha de abandonar la casa de acogida sin aún recomponerse de lo vivido y sin recursos para transitar a una vida autónoma y plena.
Hay quien empieza a reconocer que esa depresión anímica auto-negada, durante los últimos años, no se va a diluir por generación espontánea. Hay quien asume la afectación de problemas graves de salud y el torbellino drástico de sus prioridades de vida. Hay quien opta por el exilio económico ante la falta de oportunidades en su territorio. Hay quien vive con angustia extrema la imposibilidad de hacer frente al pago de las tarjetas de crédito con las que ha ido trampeando la situación. Hay quien no llegando a ser mileurista se autoidentifica como clase media. Hay quien sobrevive en el día a día, sin poder ver más allá del contexto de esclavitud laboral o de esclavitud sexual que le abduce. Hay quien encuentra en el autoempleo un equilibrio inestable en forma de aparente tranquilidad por no ser una mercancía obsoleta en el mercadeo.
Hay tantas y tantas historias de vida atravesadas por la precariedad, que cada vez resulta más difícil hacer como si no existieran, pretendiendo estigmatizar su situación exclusivamente por sus propias decisiones y/u obviando las consecuencias de las políticas públicas austericidas (reformas laborales y recortes e insuficiencia del sistema de dependencia incluidas).
El neoliberalismo nos gana la partida cada vez que alguien achaca las situaciones de vulnerabilidad extrema a las decisiones y comportamientos individuales; urgen políticas de justicia redistributiva y sin más demora.
Que no nos doren la píldora con el circo electoralista del 10N, ni con el baile de egos de los hiperliderazgos masculinos. La Política, ese arte de negociar, de tomar decisiones para el interés general de la sociedad, sigue a la espera; las condiciones de bienestar y de vida de millones de personas no pueden diluirse entre postureo y postureo político; eso nos jugamos también el 10-N.