Érase una vez un cineasta brillante que tuvo una buena idea en una noche de 2011 y que la ejecutó de forma nada brillante. Érase una vez un escritor que decidió solidarizarse con ese cineasta –atacado e insultado desde todos los frentes– de forma poco inteligente con ejemplos sobre los límites del humor, así a lo bruto. Érase una vez una ciudad que inició una nueva era política y alguien descubrió ese y otros tuits del escritor, ahora concejal, y los denunció como un escándalo. Cuatro años después.
Ya a las doce de la noche de este sábado Esperanza Aguirre se lanzó en Twitter a exigir la dimisión de ese concejal, Guillermo Zapata. No era suficiente y 15 minutos después llamó a la nueva alcaldesa, Manuela Carmena, “cómplice de esas barbaridades” a menos que forzara el cese de su edil. Aguirre no iba a soltar la presa fácilmente.
Ayudó bastante a esas reacciones que en algunos artículos (como en este de El País) no hubiera en la noche del sábado ninguna referencia a la polémica inicial protagonizada por el director de cine, Nacho Vigalondo.
Vigalondo lo explicó todo de forma extensa en su momento, curiosamente en la página web de El País que ese periodista no había sabido descubrir. Al llegar a 50.000 seguidores, decidió crear un gag de Twitter.
El gag no funcionó. Recibió una lluvia de insultos, él se encendió, abandonó el papel del villano de opereta, y respondió a los ataques esa noche con más tuits que podríamos definir como bastante salvajes (“El niño del pijama de rayas se va de marcha”).
Los medios se le echaron encima días después y las repercusiones laborales empezaron a ser muy reales. Es cierto que Vigalondo se había equivocado, no había sabido medir el impacto del gag truncado y luego no se explicó ni pidió disculpas al día siguiente, sino unos días más tarde. El factor tiempo es imprescindible en Twitter si se quiere apagar un fuego, y a veces es imposible.
La respuesta fue brutal. El error existía, pero llegó un momento en que el responsable podía ver su vida destrozada, simplemente por un ejercicio de humor negro mal medido. La palabra linchamiento suele venir a la cabeza en estos casos.
Vamos a decirlo de forma brutal. Si alguien hubiera agredido a Vigalondo como venganza, es seguro que los medios se habrían solidarizado con él (como hemos visto recientemente en el caso de Charlie Hebdo). Como afortunadamente nadie le mató, había barra libre con él.
Dos años después, en una muy interesante entrevista lo recordaba: “Durante una temporada estuve horrorizado porque no veía los límites de la onda expansiva que se había levantado. En los momentos más bajos, llegué a plantearme la posibilidad de irme de España”.
El autor de la entrevista, por cierto, era Guillermo Zapata.
El recién elegido concejal de Ahora Madrid había mostrado su apoyo a Vigalondo de forma indirecta, sin red de seguridad. El 31 de enero de 2011, dos días después del gag del cineasta, escribió en Twitter: “¿Cómo meterías a cinco millones de judíos en un 600? En el cenicero”.
Así sin más, es un chiste imposible de poner en ningún contexto favorable. Para mucha gente, será ofensivo o despreciable. Aun así, siempre importa quién hace un chiste así y con qué razones. No es lo mismo que lo haga alguien que quiere poner a prueba los límites del humor negro o un neonazi que niega la existencia del Holocausto. Eso es algo más que un par de matices, pero es imposible reflejarlos en un tuit.
Zapata pidió disculpas rápidamente en varios mensajes en la tarde del sábado. Los copio porque ha borrado su cuenta de Twitter. “Algunos chistes que he hecho en mi Timeline están produciendo enfado. Siento si es asi. El Holocausto me parece deplorable y terrible”. “No soy en absoluto antisemita, al contrario, siempre me ha interesado la cultura judia y no me ha gustado su criminalización jamás”. “Siempre me ha gustado el humor negro y cruel. Lo considero una expresion sana para reirnos de los horrores que hacemos los seres humanos”. “Entiendo que no es lo mismo un tuit realizado por una persona anónima que la expresión de un representante público. Disculpas en ese sentido”.
También había algún chiste sobre Irene Villa, pero de la reacción de la víctima de ETA se deduce que nadie debe escandalizarse.
Zapata también explicó que se trataba de tuits entrecomillados porque “el contexto era citar chistes en una conversación sobre límites del humor”.
Vigalondo entonces y ahora Zapata son víctimas, además de sus errores, de la intolerancia hacia los artistas y creadores cuando se atreven a cuestionar con el humor u otras armas las verdades asumidas por la mayoría. Sabemos que en otros muchos países del mundo acabarían en una celda o algo peor. En los nuestros, más civilizados, el castigo más habitual es el destierro social.
Lo que no hay que olvidar es que no es necesario apoyar esos mensajes ni considerarlos apropiados para rechazar los ajustes de cuentas en los que alguien quiere sacar un rédito político que las urnas le han negado.
En la actual política madrileña, Aguirre ha marcado el camino que seguirán su partido y varios medios. La intención será restar legitimidad al resultado de las elecciones (no olvidemos que Aguirre dijo que Ahora Madrid iba a poner en peligro la “civilización occidental”) o causar la primera víctima en las huestes del enemigo a la espera de buscar la siguiente. Porque es una guerra que tendrá muchas batallas.
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No olvidemos el tema del humor. Veamos lo que cuenta Sarah Silverman sobre el Holocausto (subtitulado).