El tertuliano mejor informado de Al Rojo Vivo me ha dicho que hasta después de las Elecciones Europeas Illa no será President, así que voy a dedicar la tribuna a otra cosa.
Fisgoneaba la biblioteca de uno de mis hijos, antes de cruzar el `puente de todos de los puentes que cada año nos trae mayo, y me encontré con un antiguo amigo de papel, que son de los amigos que más tardan en defraudar: La noche que llegué al Café Gijón. Esta vez tampoco quise vencer la tentación: Umbral a la maleta. Entre el fango narrativo y las voces aflautadas y necias que nos agobian a veces, a días, a ratos, necesitaba sintaxis para el alma.
Uno aprende el negocio de la vida igual que aprende a saber poner bien la coma, que une tanto como separa. El aprendizaje vital no va de grandes descubrimientos y elaboradas verdades, sino de pequeños detalles; en realidad, se necesita poco avío, ir en corto y por derecho. Si se esmera, uno puede aspirar a asistir, entre lúcido e impotente, a su propia biografía. La experiencia cotidiana de la que está tejida nuestra realidad nos corrobora, al desmentir en parte lo que creíamos saber, porque la experiencia confirma la que ya se sabía, al comprobar que realmente no se sabía.
A la postre, la vida va de acabar plagiándose sólo a uno mismo, como los escritores de raza, ya que siempre se vuelve a todo, y todo vuelve, pero de modo inédito cada vez. La literatura de la vida, su escritura, conduce a la introspección, aunque no todo el mundo está dispuesto a ese acarreo; como en otras facetas de la realidad: hay que dedicarse.
Tras este preámbulo barroco, que me ha traído intencionadamente hasta las mujeres, me voy a lanzar a la piscina pacoumbraliana, en la que flotaban los libros despanzurrados.
“Había aprendido yo -Paco Umbral dixit, desde aquel Café Gijón- ya por entonces que la mujer es un problema de dedicación. No hay que ser guapo ni feo ni listo ni tonto ni rico ni pobre. Sencillamente hay que dedicarse… La mujer necesita tiempo, sólo se cobra en tiempo, sólo quiere tiempo… Un hombre al lado por mucho tiempo.
Y es lo que nadie les da. A las mujeres les damos amor, dinero, sexo, cosas, pero tiempo no les da nadie, salvo los cuatro desocupados que iban tras ellas en el Museo, en el café, en el Madrid turístico de julio. El desocupado es el que tiene mejor fortuna para gastar con las mujeres, porque la mujer, cuando anda el amor de por medio, no tiene nunca nada que hacer, lo olvida todo. La mujer es una altruista del tiempo, mientras que el hombre es un egoísta de su tiempo. Comprendí por qué triunfaba con toda clase de mujeres -viejas, jóvenes, bellas, infectas, ricas, pobres, yanquis, suecas- aquella avispada turba de ligones. Porque tenían tiempo, mucho tiempo, todo el tiempo por delante.
Parecía que las emborrachaban de sangría, pero sólo las emborrachaban de tiempo.“
Aunque resonaba lejanamente la primera lectura, para la que ya no hay una segunda oportunidad, el texto me volvió a embelesar. Era un alivio que la palabra empatía, tan sobada como vaciada, no compareciese. Aún a riesgo del ostracismo de los bienpensantes homologados, no me pude resistir a leerlo en un desayuno del puente de marras: las mujeres presentes prorrumpieron en una ovación al escritor en ciernes de Valladolid, en ellos no me fijé. He vuelto a repetir la prueba, tras vencer el mismo temor a la censura disfrazada, con alumnas de diversas edades en presencia de alumnos parejos; todas sin excepción corroboran con desigual entusiasmo la tesis antropológica del autor de Mortal y Rosa, ellos callados otorgan.
No me he resistido a preguntar al mismo público por qué los hijos de Eva (Umbral pronunciaría de Greta Garbo) cincuenta años después se hacen dignos acreedores del mismo reproche literario. Las respuestas femeninas brotan con desparpajo: “es que los hombres son de párrafos cortos”, “nosotras hablamos de muchas cosas porque las conectamos”, “no les gusta pedir consejo”; en la otra orilla, “yo apago la radio porque no suele interesarme”, “a la cuarta vez que me lo dice…”, “ahora dedicamos más tiempo”.
La italiana eurovisiva, que destacó en un paisaje lóbrego, La Cumbia de la Noia me lleva a pensar que también Angelina Mango sería de Umbral.