Mis horas con Fidel
Sobre muy pocas personas podemos hacernos la pregunta de cómo hubiera sido el mundo si no hubieran existido. Una de ellas es Fidel Castro. Sin él, Cuba no hubiera vivido esa revolución que acabó con el prostíbulo sangriento en que los dictadores cubanos y el dinero estadounidense la habían convertido. Sin Fidel, el socialismo no hubiera sido una esperanza tangible en tantos hombres y mujeres de América, incluso cuando esa esperanza desapareció en Europa tras la caída de la URSS. Sin Fidel, y su inspiración a Hugo Chávez, América Latina no hubiera vivido esta última década de gobiernos progresistas que, por mucho que algunos se empeñen en criticar, han logrado recuperar la soberanía sobre los recursos naturales, aliviar la desigualdad social y garantizar el acceso a prestaciones sociales como educación o salud de los más pobres. Sin Fidel, millones de personas que sabían que otro mundo podía ser posible, porque lo veían cuando de verdad conocían Cuba, no lo hubieran imaginado.
Tuve la oportunidad de reunirme y hablar con Fidel una media docena de ocasiones, alguna durante varias horas. Ahora no faltarán buenos analistas que desarrollen y expliquen su pensamiento, su política y su revolución. Yo, por mi parte, creo que es el momento de limitarme a contar el hombre que yo vi.
Es demasiado frecuente que mucho tiempo ejerciendo el poder termine convirtiendo a las personas, en el mejor de los casos, en altivas y soberbias. También en eso Fidel era excepcional. Cuando entraba en una sala donde le esperaban los personajes más distinguidos e importantes, lo primero que hacía era saludar a los conserjes, camareros, traductores, escoltas... Algo que también practicaría Hugo Chávez. Ambos sabían que esa gente eran el pueblo, y a ellos se debían. Qué diferencia con el uso que se da ahora a la palabra populismo, como insulto, a pesar de derivar de pueblo.
La primera ocasión en que me reuní con Fidel, tras presentarnos, lo primero que le interesó fue dónde se encontraba mi hijo Camilo, de siete años, para conocerlo y de cuya presencia sabía en La Habana y en aquel acontecimiento. Desde entonces siempre preguntaba por él cada vez que nos reuníamos.
Nunca le oí molesto ni percibí formas autoritarias con nadie de alrededor. La única ocasión fue en tono de humor cuando, tras terminar una reunión, debíamos subir a un ascensor dos altos cargos ministeriales, Fidel y yo. Todos nosotros invitábamos educadamente al jefe del Estado a que entrara primero y éste, a su vez, a nosotros. El resultado es que nadie se movía. En ese momento Fidel dijo serio: “¿Ustedes no van a acatar una orden de su comandante? Suban al ascensor”.
No dejaba de sorprender la humildad en una persona que llevaba tantos años en el poder y conocía el apoyo que despertaba. Quizás es por eso que sus admiradores y gobernados le llamamos por su nombre de pila y sus enemigos por el apellido. Hace varios años Fidel compartía una mesa redonda ante multitudinario público con el fallecido líder del Partido Comunista de El Salvador y en alguna ocasión candidato presidencial por el FMLN, Shafick Handal. El salvadoreño alargaba indefinidamente su intervención ante la desesperación de los asistentes. Fidel, cariñosamente, le pasó el brazo por el hombro y le dijo: “Shafick, vamos a terminar ya de contar nosotros nuestras batallas que a estos compañeros los vamos a aburrir y nos van a echar de la sala, mejor nos vamos a almorzar todos”.
En otra ocasión, dos funcionarios cubanos me enseñaron unas páginas sin membrete donde se detallaban algunos hechos. Me preguntaron si creía que podía ser motivo de noticia periodística, les contesté que por supuesto, pero que se necesitaba redactar de otra forma, incorporar más antecedentes y contexto de la historia. Se trataba de la información sobre el soborno de grupos anticastristas de Florida a un presidente latinoamericano para que indultara y liberara a un terrorista de origen cubano que estaba encarcelado en su país con sentencia firme. Me pidieron que elaborara la noticia como considerara y que, por favor, la publicara en algún medio en los que yo colaboraba. El asunto era urgente, no había forma de contrastar por más fuentes la información, era cuestión de fiarse o no, de quien me la proporcionaba, y yo lo hice. Esa misma noche me encontraba con Fidel. Se dirigió a mí con estas palabras: “Lo primero que quiero que sepas que yo sé lo que más te preocupa: Lo que has escrito es verdad”. Días después se confirmaban todos los hechos.
Una noche me encontraba cenando con unos amigos en La Habana, entre los presentes había un ministro. Recibió a mitad de la cena una llamada. Era Fidel que le ordenaba que saliera hacia la provincia donde Guantánamo, donde ya le estaba esperando personalmente para organizar la evacuación de la gente ante la llegada de un ciclón. Siempre estaba en primera línea de las cuestiones que preocupaban a los cubanos, por nimias que pudiesen parecer. Para ayudar y, sobre todo, para aprender. Cuando un ciclón amenazaba a Cuba, Fidel se instalaba en el estudio de la televisión cubana junto al meteorólogo del país, José Rubiera, y lo interrogaba con todo tipo de detalle sobre el fenómeno. Ese año no apareció por la televisión mientras el ciclón actuaba y, desde Florida, comenzó a circular la información de que estaba muerto o muy grave y de ahí su ausencia. No se molestó en desmentirlo. Estaba en Guántanamo.
Coincidiendo en los que años en que yo viví en La Habana, los europeos se reían de un Fidel apareciendo en la televisión cubana durante la campaña de reparto de ollas arroceras (una especie de ollas exprés) a las familias. Lo explicó acertadamente el nicaragüense Augusto Zamora recordando que en media América los pobres seguían cocinando con leña. El reparto gratuito de unas ollas de cocción rápida para todas las familias, junto con el suministro de gas subvencionado era un gran avance de desarrollo, especialmente para las mujeres que soportaban la cocina y el trabajo doméstico.
La obsesión de Fidel por saber era constante. En numerosas ocasiones uno intentaba preguntarle algo o entrevistarle y terminaba ofreciéndole información a él. Durante una Feria del Libro en La Habana, medio centenar de escritores nos reunimos con él, se suponía que para preguntarle sobre lo que nos pareciese de Cuba o de geopolítica. Mi amigo Santiago Alba, residente en Túnez, tomó la palabra para hacerle una pregunta a Fidel, entonces ya alejado del poder. Eran las fechas de las crisis en los países árabes, especialmente en Túnez, y Fidel Castro aprovechó para preguntar a Santiago sobre sus impresiones y testimonio. Al terminar, Alba me confesaba: “Caramba, yo levanté la mano para hacerle una pregunta a Fidel y terminé siendo entrevistado por él”.
La desaparición física de pocas personas en el mundo habrá provocado el dolor que la muerte de Fidel ha despertado ahora en millones de personas. Quizás el tiempo demostrará que Occidente ha sido víctima de uno de los mayores engaños de la historia: el ocultamiento y la mentira sobre la trayectoria y figura de Fidel Castro. Con toda nuestra alharaca de supuestos medios de comunicación libres y libertad de expresión se nos ha ido ocultando durante décadas que en Pakistán hay niños que se llaman Fidel en agradecimiento de sus padres a la labor de los médicos cubanos tras el terremoto que sacudió en ese país, que más de un millón de personas pobres han recuperado la vista en todo el mundo gracias a un operativo médico diseñado por el presidente cubano, que el régimen de apartheid de Sudáfrica fue herido de muerte por las tropas de Fidel mientras era apoyado por lo que luego corrieron a homenajear a Nelson Mandela, o esa anécdota tan impresionante de que los mercenarios cubanos que intentaron invadir la isla por Playa Girón, una vez capturados por el ejército y las milicias del gobierno revolucionario, fueron canjeados al gobierno estadounidense sin un rasguño por... comida para los bebés cubanos. Miles de informaciones y acontecimientos sobre la grandeza de las iniciativas de Fidel Castro que nos han querido ocultar, pero que no han conseguido del todo porque somos muchos los que conocemos esas verdades y las hemos visto con nuestros ojos. Especialmente los pueblos más humildes.
Fidel admiraba la rebeldía y yo lo voy a ser hasta el punto de discrepar con una de sus frases más conocidas: “Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”. Sin duda se refería a que la necesidad de alimentar a los pueblos está por encima de las glorias personales. Eso es verdad, pero la gloria de Fidel Castro en el recuerdo y admiración de millones de personas no cabe ni en un gran de maíz, ni en toda la isla de Cuba. Por eso impregna la conciencia de tantas personas en tantos lugares del mundo.
No soy creyente, pero si San Pedro existe, en este momento Fidel le estará preguntando sobre el funcionamiento de las llaves del cielo y pidiendo explicaciones sobre el justo criterio de su uso. Y ay de San Pedro si no es así.