Lo mejor que se puede decir de lo visto en el único cara a cara de esta campaña, emitido en exclusiva por un único grupo de comunicación, es que hubo efectivamente debate. Ambos candidatos se fajaron seguramente más de lo que esperaban y podían controlar. Tuvimos la oportunidad de verlos sin la protección de los habituales complejos sistemas de reglas y protocolos que convierten los debates en una sucesión de monólogos. Habrá gustado más o menos, habrá convencido a unos más que otros, pero ha sido todo menos una sucesión de monólogos. En un debate dicen tanto las intervenciones de los candidatos como la manera en la que se interrumpen o se escuchan, su capacidad para saltarse el guion o montar o evitar emboscadas dialécticas, su habilidad para atropellar o no dejarse atropellar o su rapidez para salir de los atolladeros en los que se puedan meter.
Pedro Sánchez fue de menos a más y Núñez Feijóo fue de más a menos. Sánchez necesitó unos cuantos minutos para entender que se estaba enfrentando a un rival que no se parecía al que se esperaba y seguramente le habían contado. Cuando lo consiguió, fue capaz de transmitir convicción y firmeza en la defensa de su mandato, estuvo contundente al hablar de políticas sociales y de igualdad y fue capaz de convertir el lema que tanto gusta corear entre la derecha y la ultraderecha -el infame “Que te vote Txapote”- en un problema del que Feijóo no supo salir.
El candidato popular demostró lo que ya sabíamos quienes le conocemos como presidente desde hace más de una década: sabe cómo fajarse y sabe parar golpes y devolverlos. Si los socialistas pensaban arrasar, se han topado con la realidad de un rival al que cuesta mucho trabajo doblegar en un cara a cara. Feijóo fue a presentarse como un hombre tranquilo, sosegado y moderado. Lo consiguió en lo formal. No tanto en el fondo. La veracidad de algunas de sus afirmaciones en el fragor del debate puede acabar convirtiéndose en un problema durante la campaña y el peso de sus pactos con Vox fue una losa demasiado pesada que tuvo que arrastrar como malamente pudo.
Los votantes socialistas se habrán sentido reforzados en su decisión de refrendar a Sánchez y los votantes populares en su opción de apoyar a Feijóo. Habrán convencido a los que ya estaban convencidos. La cuestión es a cuántos no convencidos o indecisos habrán llegado. Veremos si Sánchez ha conseguido conectar con esos votantes socialistas que no le perdonan sus pactos y hacerles ver que la salida lógica de ese descontento no debería ser votar a Feijóo para que pacte con la ultraderecha. Veremos si el llamamiento de Feijóo a concentrar el voto útil en el PP convence a esos electores de Vox que no se fían de la moderación que tanto se empeñó en encarnar toda la noche.