Es posible que el mero enunciado: huelga de mujeres, sea en sí mismo ya todo un éxito; un éxito de crítica y público. Revolucionario.
Si lo que no se nombra no existe, como deberíamos haber dejado establecido en capítulos anteriores, nombrar algo que hasta ahora no había existido es una forma de crear una nueva realidad. La de la urgente igualdad.
Sean pocas o muchas las mujeres que secunden la convocatoria, el terrible y estructural problema de la desigualdad ya es percibido de forma distinta, creo que incluso por los que la defienden como si se tratara de una fatalidad biológica.
Los partidarios del ancestral: la mujer, la pata quebrada y en casa, que veíamos sin entender del todo en los azulejos de colorines de nuestra infancia, lo tienen a partir de ahora más complicado para defender sus ideas grasientas.
Esto no se puede empatar con una innombrable huelga contra el cáncer de próstata, o así, que alegó un sujeto en noviembre de 2016, cuando miles de mujeres se manifestaron entre asesinato machista y asesinato machista. Tomando también la iniciativa y marcando la agenda.
La convocatoria de huelga de mujeres, palabras nunca escuchada como unidas hasta ahora, ha marcado la agenda política y la agenda periodística, que suelen coincidir, y que nunca habían asistido a un acontecimiento de semejante sincronización.
Semanas de debate, de controversia, de publicación de encuestas que reflejan estados de opinión que certifican que la mujer, ¡¡la muy joven también!!, es acosada, discriminada o sometida a preguntas que jamás se le harían a un varón; por ejemplo, a la hora de buscar un trabajo, por precario que sea.
En un excelente artículo de Máriam Martinez-Bascuñán, publicado en El País el pasado lunes 5, se hace un repaso de los diferentes hitos intelectuales en la lucha por la igualdad, como una forma de evocar un reconocimiento e, incluso, una forma de placer que siempre debió estar ahí (Iris Young).
La idea es que siempre se concluía que la mujer era el objeto, el hombre el sujeto y la desigualdad estructural era ley de vida.
Volvemos a la idea, asaz demostrada, que diría Forges, según la cual la explicación de lo obvio es la tarea más ardua de la historia.
En un bar de Madrid hoy se pueden escuchar expresiones de este jaez: “qué son mil mujeres maltratadas”, y el propio idiota que hace el enunciado se contesta a sí mismo, en su lógica homínida: “pocas”. Esto sigue ahí.
Duele ver a alumnas jóvenes, educadas en libertad, pero con serias dudas de sí han sido socializadas en igualdad, hablar de amigas que aguantan relaciones tóxicas, violencia de control, maltrato psicológico y celos brutales como forma de posesión, vendida como amor.
En estas, va José Ignacio Munilla, el obispo de la cosa guipuzcoana, y se hace una tautología al decir que el feminismo va contra la mujer y que el diablo es el autor que lo ha conseguido. Yo, que pensaba que el diablo había desaparecido en primero de razón, compruebo como, tarde o temprano, aquí siempre aparece un cura para tratar de explicar a las mujeres, y a los hombres, lo que tienen que hacer. Bien es verdad que en esta ocasión otro cura, no sé si de menor jerarquía, ha dicho que hasta la misma virgen María hubiera hecho huelga de mujeres.
El caso es que estas dos palabras juntas, mujer y huelga, hasta ahora inéditas en esta concatenación, han creado ya una nueva realidad que es más igualitaria que antes del 8 M.