No se nace mujer, se llega a serlo. Algo así dejó dicho Simone de Beauvoir, la mujer que revivió el pasado 8 de marzo en todas y en cada una de las mujeres que se pusieron a la labor de parar el mundo.
La huelga venía justificaba de tiempo atrás, es decir, desde el momento en que había que explicar las razones para hacer huelga. En este caso, también la existencia precedió a la esencia y es que esta huelga que han hecho las mujeres tiene mucho de existencialismo, aquella corriente que cristalizó en una esquina del Bulevar Saint-Germain.
Porque cuando el otro día, los compañeros de currelo llegaron al trabajo, lo primero que ellos vieron fue que ellas no estaban en sus puestos de siempre, es decir, lo que vieron fue su ausencia. A partir de este momento, hasta el fulano menos inclinado a la igualdad, se daría cuenta de que la naturaleza del hombre sólo es un prejuicio más que condiciona la esencia de un machismo dispuesto a ser enterrado. Por lo dicho, incluir al hombre en la existencia del feminismo ha sido el verdadero triunfo de esta huelga.
Luego viene lo otro, quiero decir la cobardía de algunas mujeres que, en un principio, no apoyaron la huelga, alegando que no es que estuviesen en contra del feminismo, sino que la citada huelga estaba politizada. Lo aseguraban como si la política fuera un elemento extraño a la mujer, eludiendo que el feminismo tiene su razón de ser en su propia raíz política. Al final, las que hicieron el juego al machismo tuvieron que cerrar la boca y secundar la huelga; sobre todo por no quedar mal con ellas mismas.
El ejemplo de esto último ha sido la periodista Ana Rosa Quintana que frente a M. Rajoy dijo que “no iba a hacer una huelga” y a última hora reculó para sumarse a ella. Es curioso lo de esta mujer que finge ser feminista de la misma manera que finge ser autora literaria.
Siempre quedará muy lejos de aquella otra, de Simone de Beauvoir que escribiría uno de los ensayos más importantes del siglo pasado, el que lleva por título “El segundo sexo” y donde denunciaba el papel de la mujer en la Historia, siempre relegada a ser objeto y excluyéndola de responsabilidades sobre su propia vida. Pero las comparaciones -y más en este caso- siempre resultan injustas.