De los muertos se habla bien, siempre que no se llamen Hugo Chávez. Intento recordar alguna muerte de las últimas décadas que haya merecido tanta mala baba como la que ayer chorreaba en la mayor parte de los medios españoles. Tirano, autócrata, caudillo, payaso, gorila, Hitler, Stalin, Kim Jong Il, demente, delincuente, zarrapastroso… Son términos leídos y oídos ayer para despedir al presidente venezolano.
Ni siquiera cuando murió Bin Laden hubo tanto ensañamiento. De verdad, repasen las hemerotecas y comprobarán cómo el líder de Al Qaeda mereció más respeto que Chávez por parte de la derecha mediática española.
Intento entender por qué odian tanto a Chávez, cómo han podido acumular todo ese odio. Qué había hecho Chávez que fuese tan imperdonable. Repaso todo lo dicho y escrito ayer, y junto al listado de insultos anoto también el listado de reproches: dio un golpe de Estado, era populista, se comportaba como un payaso, recortó las libertades, amordazó a la prensa, fue amigo de Cuba y de otros gobernantes “gamberros”, expropió empresas, dejó un país en crisis y no acabó con la pobreza y la corrupción.
Podría dedicarme a rebatir esos reproches, pero ya se han dedicado otros a hacerlo con buenos argumentos. Como mi propósito es averiguar por qué le odiaban tanto, voy a dar por buenas esas acusaciones: pongamos que todo ello fuese cierto (que no es el caso, pero déjenme que me haga el tonto un rato), y comprobemos si sería suficiente para explicar esa animadversión tan rabiosa. Venga, aceptamos pulpo como animal de compañía y Chávez como dictador: pongámonos en el lugar de sus detractores, a ver si así los entendemos.
Dar un golpe de Estado podría admitirse como motivo de odio, desde una defensa incondicional de la democracia. Pero sería válido si quienes nunca le han perdonado su golpismo hubiesen mostrado la misma inflexibilidad con los golpistas de 2002. Pero no ha sido así. Ni golpistas les llaman.
El golpismo sería aceptable como motivo de rechazo si se aplicase por igual a todos los golpistas que en el mundo hay. Pero no ocurre así con otros que no han ganado ni la mitad de elecciones que Chávez, y con los que no está mal visto firmar acuerdos, hacer negocios o compartir mesa. Lo mismo pasa con el populismo, el culto a la personalidad y las payasadas: podrían ser razón para rechazarlo si ese baremo de exquisitez se aplicase por igual a todos los gobernantes. Incluidos nuestros propios populismos y cultos personalistas.
El mismo razonamiento cabría hacer con el recorte a las libertades y la persecución de la prensa. Si damos por buenas ambas acusaciones (ven, pulpo, ven, bonito), el razonamiento se desmorona ante el silencio cómplice con que son tratados gobernantes que han practicado la guerra sucia, han ordenado asesinatos o han encarcelado periodistas. Nada de esto ha hecho Chávez, y sí otros dirigentes cuya muerte no merecería una mala palabra y sí más de un elogio.
Lo de que expropiaba empresas, casi mejor habría que preguntárselo a las propias empresas. Un caso claro de masoquismo, de maltratada que vuelve una y otra vez con su maltratador, pues pese a las expropiaciones las empresas seguían queriendo hacer negocios con Chávez. Muy buenos negocios, según reconocen. Lo mismo el gobierno español, que pese a quejarse de boquilla corría a venderle barcos con unos contratos históricos.
Lo de que deja un país en crisis, dicho desde un país quebrado e intervenido como el nuestro, casi mejor lo pasamos por alto. Y lo mismo con la corrupción, de la que pocas lecciones podemos dar desde lo alto de nuestra montaña de mierda. En cuanto a la pobreza, no llegó con Chávez, al contrario: bajo su mandato se redujo notablemente, algo que sus enemigos le reconocen aunque con la boca chica, como una minucia, nunca con la valoración que merece un éxito así.
¿Queda algo? Ah, sí: que era amigo de Castro y que se alió con los países más denostados. Nada, nada, calderilla comparado con todo lo anterior, no creo que unas buenas relaciones con Cuba (que son comunes a otros países), o una foto con el mismo Gadafi al que dimos la llave de oro de Madrid, justifiquen tanto rencor.
Entonces, si no parecen verosímiles todas esas razones para explicar el odio a Chávez, ¿por qué le odian tanto? Esperen, que devuelvo el pulpo al mar antes de contestar.
Le odian por todo aquello que no suelen nombrar, pero que se lee claramente subtitulado bajo las acusaciones de golpista, populista, liberticida o expropiador. Le odian porque con sus victorias electorales invalidó una y otra vez la etiqueta de dictador, y dio un mal ejemplo a otros pueblos: que la democracia podía ser una vía legitimadora de transformación social. Le odian porque no consiguieron derrotarlo en quince años, ni la oposición, ni los militares traidores, ni Estados Unidos, y ha tenido que ser un cáncer.
Le odian porque obligó a que respetasen el país quienes estaban acostumbrados a usarlo como un trapo. Le odian porque al hablar de tú a tú a Estados Unidos hizo más evidente la sumisión de otros. Le odian porque con su internacionalismo bolivariano sacudió una Latinoamérica que apenas se levantaba de décadas de dictaduras, CIA y neoliberalismo. Le odian, por último, por motivos ideológicos: porque hablaba de socialismo, con todas las letras, ese fantasma que algunos creían enterrado bajo los cascotes del muro de Berlín, y que Chávez ha mantenido como posibilidad durante una década, hasta llegar a este cambio de época en el que ya no vemos tan disparatado pensar en socialismo.
Otro día si quieren hablamos de sus errores, que no son pocos. Hoy no: yo sí respeto a los muertos, sobre todo cuando merecen tanto respeto como el que Chávez se ganó.