Afortunadamente comenzamos a comprender que la llegada de población a Europa no es el resultado de un “efecto llamada”, sino de un “efecto huida”, al mismo tiempo que también empezamos a entender que no son inmigrantes en su inmensa mayoría, sino principalmente refugiados. Poco a poco, hemos ido cambiando la terminología y ahora es cuando empezamos a buscar explicación a las terribles imágenes de cadáveres que en los últimos meses están siendo reflejadas por los medios de comunicación y que es imposible que nos dejen indiferentes.
El impacto de la devastadora guerra en Siria, que entra ya en su quinto año, ha producido que en la actualidad más de la mitad de su población (22,4 millones) se encuentre refugiada en otros países, desplazada internamente, exiliada o incluso muerta. La población huye de la guerra, la inmensa mayoría quiere dejar el país y llegar a Europa o a cualquier otro destino que les permita salvar sus vidas.
En mi último viaje a Siria, el pasado mes de mayo, pude comprobar que el único objetivo de la casi totalidad de las personas que conocí era salir del país para llegar a Europa. Las conversaciones giraban todas en torno a ello. Muchas de las personas con las que me tope, no se separaban de su teléfono móvil pendientes de recibir la llamada que les confirmara que su familia se encontraban ya a salvo en alguna de las costas europeas. Otras, sin embargo, me contaron que tras meses de silencio ya habían perdido la esperanza de recibir esa llamada.
Hace poco alguien me comentó que “cruzan el Mediterráneo porque no saben el riesgo que corren”. Nada más lejos de la realidad. Cruzan el Mediterráneo asumiendo que ponen en riesgo su vida. Es más, los barcos que llevan a los refugiados con destino a Europa son conocidos en Siria como los “barcos de la muerte” debido a que muchos tienen alguno conocido o familiar que se dejó la vida intentando cruzar en uno de estos barcos. El motivo por el cual siguen embarcándose es sencillo: el riesgo de perder la vida es todavía mucho mayor en Siria que en el Mediterráneo.
Siria contaba con medio millón de refugiados de Palestina que llegaron al país tras la guerra árabe-israelí de 1948. Vivían en campos de refugiados que tras 67 años se habían convertido en barrios de las ciudades sirias más importantes. Muchos de estos campos hoy se encuentran destruidos o asediados y su población sometida a una muerte agónica por la falta de alimentos y agua. El campo de Yarmouk es el reflejo del uso del “asedio” como arma de guerra que ha causado que más de un centenar de personas, entre ellas muchos niños y ancianos han muerto ya de inanición. Por si esto no fuera bastante, la población del campo padece ataques aéreos del ejército sirio y combates en sus calles entre distintas facciones, incluido el temido Estado Islámico. Muchas de las personas que huyen de Siria provienen del campo de refugiados de Yarmouk, por lo que cruzar el Mediterráneo es la última oportunidad que tienen para salvar sus vidas.
Gaza es, aunque en menor medida, otra de las zonas desde las que se está intentando, en su mayoría por jóvenes varones, alcanzar el sueño europeo a través de los recorridos más arriesgados. No obstante, el bloqueo israelí y el cierre de la frontera egipcia, así como la eliminación de la práctica totalidad de los túneles con Egipto, hacen casi imposible su salida de la franja. Es por ello que la falta de esperanzas ante la dificilísima situación en la que viven tras los 8 años de bloqueo y tras la ofensiva israelí del pasado verano, se esta traduciendo en un aumento elevado de suicidios.
Mientras, miles de gazatíes se agolpan en la frontera egipcia los escasos días que el Gobierno egipcio la abre. Muchos la cruzan para buscar tratamiento médico, visitar familiares o ir a estudiar en el extranjero, otros sin embargo, para no volver y buscar un camino que les lleve a Europa. “Es la único que puedo hacer para salvarle la vida a mis hijos” me dice uno de los palestinos de Gaza llegados tras la ofensiva del pasado verano. “Cientos de niños y niñas de Gaza fueron asesinados por las bombas israelíes, afortunadamente mis dos hijos de 3 y 5 años sobrevivieron a la guerra. Pero si no lo intento, sino consigo el asilo y me quedo con mi familia en Gaza, es posible que la próxima vez les maten. No puedo quedarme cruzado de brazos” añade con firmeza.
Es necesario señalar que los que huyen son los que pueden pagar el viaje a las mafias. Un trayecto en barco o vía terrestre puede costar en torno a 5.000–10.000 dólares. Por lo que las familias que lo emprenden son aquellas que pueden afrontar los gastos, o bien vendiendo todas sus pertenencias o bien consiguiendo el dinero prestado de su red de familiares y amigos. Muchos sólo consiguen el dinero para poner a salvo a sus hijos o si el dinero no llega por lo menos a uno de sus hijos.
Sin embargo, la inmensa mayoría permanece y permanecerá bajo la sangrienta guerra Siria o bajo la agónico bloqueo y la violencia en Gaza. Es por ello que si bien es necesaria una respuesta humanitaria en Europa, así como la apertura de corredores humanitarios para que la población pueda llegar hasta nuestros países de forma segura, mucho más importante es que la comunidad internacional ponga las medidas necesarias para poner fin de una vez por todas a la guerra en Siria y a la situación de bloqueo y ocupación que padece la población de Palestina. Si no se pone fin a los conflictos en Oriente Medio, seguirán llegando a Europa o en el peor de los casos, nos llegarán sólo sus cadáveres.