Humanizar a los bancos o reivindicar a los poderes públicos
Sin duda, España es diferente, como afirmaba aquel lema castizo del régimen anterior en un intervalo lúcido de sinceridad. Al toque de las castañuelas, la lista de nuestras singularidades continúa hoy siendo incalculable. Nos seguimos empeñando en ser discordantes y, además, no nos importa que sea para peor. Uno de nuestras peculiaridades ha sido advertida con perplejidad por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, al constatar de manera reiterada la multitud de tratos privilegiados de nuestras leyes a favor de las entidades bancarias, en abierta contradicción con las normas europeas de protección de los consumidores.
Nuestras prácticas bancarias son poco seguidas más allá de los Pirineos. Con amparo legal, aquí las entidades financieras han podido desalojar de sus viviendas a miles de personas por el impago de una sola mensualidad del préstamo hipotecario. Han podido imponer todo tipo de comisiones enrevesadas sin ninguna justificación razonable. Han repercutido al consumidor en las hipotecas los costes del notario, del tasador, del registrador de la propiedad. Han reclamado a menudo más dinero en intereses por impago que el propio capital prestado. Los desequilibrios han sido tan escandalosos que la sobresaltada jurisdicción europea ha tomado cartas en el asunto para establecer numerosos frenos a las actuaciones abusivas.
Resulta necesario preguntarse por ese tratamiento jurídico tan favorable para la banca por parte de nuestras instituciones. Y la pertinencia del interrogante se acentúa ante próximas amenazas que empiezan a sobrevolar, como la sensible subida de los tipos de interés que ya está provocando alarmantes incrementos en las cuotas mensuales de los préstamos hipotecarios. Todo puede empeorar bastante a corto y medio plazo para los sectores más vulnerables. Se pueden adivinar calamidades sociales que hemos conocido y que no se han marchado del todo. Somos diferentes también en eso: a pesar de esos traumas recientes, seguimos sin garantizar el derecho a la vivienda de todas las personas, en contraste con otros países europeos.
La sensación incómoda que generan estos problemas nos golpea al ver la recomendable película En los márgenes. La incisiva mirada como director de Juan Diego Botto nos muestra esa realidad social perturbadora: la de quienes están a punto de ser expulsados de sus casas y de gran parte de su vida. Ante esa realidad tan inquietante, demasiada gente prefiere mirar hacia otro lado. Solo se ve aquello que se mira. Los movimientos de cámara de Botto nos sumergen con realismo honesto en el interior del drama de los desahucios, con ritmo agitado, absorbente y tenso. Nos interpelan con sutileza sobre nuestra responsabilidad ciudadana. En esas duras historias personales se puede detectar la perspectiva de la coguionista Olga Rodríguez, curtida en demasiadas tragedias, al relatar el dolor de quienes lo han perdido casi todo, pero se esfuerzan en mantener su dignidad.
Esos infortunios sociales pueden volver a extenderse. Y no disponemos de suficientes herramientas públicas de protección. Lo percibimos en los juzgados: servicios sociales precarios, ausencia de alternativas habitacionales, situaciones de marginalidad sin tratamiento. Sería absurdo intentar humanizar a los bancos para que se comporten como asociaciones filantrópicas. Son grandes empresas con ánimo de lucro y resulta comprensible que defiendan las atribuciones que les confiere el ordenamiento jurídico.
Sin embargo, los poderes públicos habrían de regular ese ordenamiento desde la orientación de un Estado Social bien implantado, como el que caracteriza a otros países europeos, pero que aquí se resiste a dar suficientes señales de vida, a pesar de algunos intentos positivos en los últimos años. Ese enfoque llevaría a impulsar en estos casos medidas limitativas de los desalojos de vivienda habitual. Y también implicaría corregir desigualdades, aplicar mecanismos redistributivos de salvaguarda social y actuar sobre los cuantiosos beneficios de un sistema bancario privado que ha disfrutado siempre de un desmesurado apoyo público.
Luis Tosar interpreta con notable verosimilitud en la película En los márgenes su papel como letrado. En el trasiego humano algo caótico de los palacios de justicia deambula con frecuencia ese mismo perfil generoso, vehemente, combativo y sólido jurídicamente de los abogados del turno de oficio. El personaje que protagoniza Penélope Cruz con rigor admirable también transmite credibilidad, al extraer fuerzas de su propia situación de fragilidad, siempre arropada por la solidaridad del activismo social. El altruismo comunitario es un valor moral necesario. Pero no puede suplir la labor que corresponde a las instituciones. Ante la realidad amarga de los desahucios, no debería repetirse que los poderes públicos intenten existir lo menos posible. No deberíamos tropezar de nuevo con la misma piedra. Eso significaría que no hemos querido aprender nada como sociedad.
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