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Los ideólogos de los amos

De modo que el rescate de las cajas sí nos ha costado dinero después de todo. Según el Banco de España, no habrá manera de recuperar 60.600 millones de euros. Esto supone el 80% de la ayuda pública. Además, y por medio de un virtuoso juego de palabras, el Estado ha anunciado que rescatará el fondo de rescate, desembolsando así otros 3.000 millones.

Recordarán que el Gobierno nos dijo en su momento que el rescate “no costaría ni un euro” a los contribuyentes. Es una cita de Luis de Guindos quien, o bien no tenía la menor idea de lo que estaba diciendo o, más probablemente, la tenía y mintió. 

Hagamos memoria. Cuando se anunció el rescate de las cajas (porque no quedaba más remedio, porque, si caían ellas, caíamos todos), unos aplaudieron la medida y otros no tanto. La izquierda, como acostumbra, se dividió en un abanico de matices, pero, en términos generales, coincidió en un mismo pronóstico: si se producía el rescate, no volveríamos a ver ese dinero. Pronóstico que, como ahora sabemos, ha resultado correcto en un 80%.

También la derecha se dividió, pero, como acostumbra, la suya fue una división ordenada. Estaban, por una parte, quienes se oponían al rescate, postura abanderada por los liberales más puros, esos que reniegan del prefijo neo y confían ciegamente en el poder autoregulatorio del mercado. Para ellos nada es too big to fail, y el papel del Estado debería limitarse a poco más que las multas de tráfico.

Pero hubo otra corriente que, desde la derecha, sí apoyó el rescate (porque para eso precisamente está el Estado, para salvar cajas de ahorros cuando toca). Ellos, como Luis de Guindos, trataron de convencernos de que aquel dinero generosamente entregado acabaría recuperándose tarde o temprano. A este tipo de personas, guiadas por una combinación poco precisa de ingenuidad y mala fe, Noam Chomsky los denomina “ideólogos de los amos”.

Dirigen periódicos, radios y televisiones, son contertulios, economistas y politólogos. Se dedican a generar, sobre la marcha, un cuerpo teórico más o menos coherente que justifique los desmanes de nuestro sistema, simulando, al hacerlo, que no son tales. Disfrazan la injusticia de mal menor, de circunstancia inevitable, y cuando su argumentario es derrotado por la realidad, se fingen sorprendidos. ¿Cómo ha podido ocurrir, qué ha fallado? Y tratan culpar a sujetos particulares, a presiones externas, a anomalías imprevisibles.

Cada vez que uno de estos “ideólogos de los amos” publica un editorial, un artículo o un libro, ofrece una pátina de racionalidad académica a lo que simplemente es un abuso del sistema. Su misión es convencernos de que todo está en orden, vivimos en el mejor mundo de los posibles, o en el menos malo, y tu indignación no es más que la pataleta de un niño enfadado con lo ineludible. Hablan y escriben para hacer más ricos a los ricos y más pobres a los pobres. Hablan y escriben al dictado de sus dueños que son también los nuestros. No deberíamos reírles las gracias por ridículos que nos parezcan.