El Presidente del Gobierno ha salido razonablemente bien parado de lo que podríamos denominar el “incidente Iceta”. Desde la perspectiva de las elecciones del 26 de mayo sin duda. Desde la perspectiva de seguir manteniendo viva la estrategia que intentaba poner en marcha con la propuesta de Miquel Iceta como presidente del Senado, también. Manuel Cruz no es Miquel Iceta, pero su perfil es muy adecuado para que intente hacer lo que se esperaba que Miquel Iceta hiciera. Es una persona muy solvente profesionalmente y no se le conocen aristas que dificulten su interlocución con nadie que esté dispuesto a dialogar. Su trayectoria política representativa es breve y no hay en ella ningún error de bulto del que se le pueda hacer responsable. Va a dirigir la Cámara con mayoría absoluta del partido que le ha designado, lo que facilitará su gestión. En pocas palabras: el incidente Iceta se ha cerrado sin coste aparente para el Presidente del Gobierno y su partido. La recepción que ha tenido su propuesta de nombramiento de Manuel Cruz así parece acreditarlo.
Parecería, en consecuencia, que, en contra de lo que pareció en un primer momento, la negativa del Parlament a ratificar el nombramiento de Miquel Iceta como senador, quedará como una nota a pie de página de la crónica del comienzo de la legislatura que se acaba de abrir el 28-A. Lo que pudo parecer que iba a ser el origen de una crisis importante, que podía, además, prolongarse en el tiempo, se ha resuelto en un par de días. La víctima del incidente ha contribuido con su elegante aceptación de la propuesta de Manuel Cruz como Presidente del Senado, a que se pase página de manera serena.
Tengo la impresión, sin embargo, de que no ha sido el “incidente Iceta”, que se ha quedado en un mero incidente, sino la coalición negativa que lo hizo posible la que va a seguir presente y va a embarrar el terreno de juego político a lo largo de la legislatura de manera no fácilmente manejable. La coalición negativa del “incidente Iceta” es la misma coalición negativa del rechazo del Proyecto de Ley de Presupuestos Generales del Estado, que obligó a Pedro Sánchez a disolver las Cortes Generales y convocar las elecciones del 28-A. La nueva legislatura empieza, pues, exactamente igual que acabó la legislatura pasada. Y aunque la relación de fuerzas en el interior de las Cortes Generales no es la misma que la de la legislatura pasada, hay un punto en el que sí hay continuidad. La izquierda española no puede dirigir establemente el país sin el concurso de los nacionalismos y, singularmente, sin el concurso del nacionalismo catalán.
¿Puede entablar el Gobierno presidido por Pedro Sánchez una relación con el nacionalismo catalán similar a la que ha entablado con el nacionalismo vasco? O dicho a la inversa: ¿Puede el nacionalismo catalán entablar una relación con el Gobierno de España similar a la que ha entablado el PNV? El presidente Antoni Ortuzar ha dicho en estos días, que, aunque la relación del PNV con los partidos nacionalistas catalanes era excelente y que coincidían en muchas cosas, no entendía como habían podido vetar la designación de Miquel Iceta como senador.
La negativa de la ratificación de Miquel Iceta como senador es tan absurda, tan incomprensible, que el mero hecho de que se haya producido y que los partidos nacionalistas catalanes consideraran que no tenía otra alternativa, es un indicador de lo que puede pasar en cuanto la legislatura eche a andar. ¿Es imaginable que tras el No a Iceta, el nacionalismo catalán pueda decir Sí a algo? El nacionalismo catalán ha sido protagonista de un acto de una arbitrariedad objetiva e inapelable y, sin embargo, estoy convencido de que los parlamentarios que han tomado la decisión y los ciudadanos que los han votado no tienen conciencia de que haya sido así. En su opinión, el “incidente Iceta” es un acto de “legítima defensa”, de “dignidad”. Ahí está el problema.
Desde la aprobación de la moción de censura que puso fin al Gobierno del PP, no se ha ido a peor, pero tampoco se ha programado prácticamente nada en el encauzamiento del proceso de integración de Catalunya en el Estado. El “incidente Iceta” nos lo acaba de recordar.