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Después

Maruja Torres

Los avatares de la campaña han conducido al avatar de Mariano Rajoy a hablar en tono más pausado que de costumbre, utilizando una voz de víctima, y un tono muy bajo, monocorde, herido, de hombre noble que asiste, atónito, al linchamiento de su honor y el vilipendio de su fama. Este presidente indecentado que hallé el miércoles, al sintonizar a Pepa Bueno, me despistó tremendamente, lo cual que seguí escuchándole durante un par de minutos, hasta que, aunque mucho más cansinamente, se produjeron las ocurrencias de esto sí pero a lo mejor no pero si tampoco mire usted, que fueron cayendo, vacías, como pieles de gamba del mostrador a las baldosas. Era él, aunque en su nueva versión de llaga en el costado y corona de espinas, y me precipité a extinguir la radio porque, gente de mi vida, pese a todo reptileaba Rajoy como de costumbre en la pureza de la mañana, y yo tengo ya decididas mis aversiones.

Lo único que sé, por si os interesa, es que el país que deja, y que a lo peor recoge de nuevo -aunque con menos zarpas, o id a saber-, es infinitamente inferior, cualitativamente, al que recibió. Y que la gente que se ha quedado en la cuneta puede que él no la cuente, que ni siquiera la sienta, pero está aquí, más punzante su realidad que nunca en esta Navidad en la que quienes tenemos algo todavía pasamos lista una y otra vez para establecer las prioridades de nuestra solidaridad. Las penurias han alumbrado comportamientos fraternos pero también han dejado establecida a una nueva casta mezquina, de gente joven que explota a otra gente joven y se escuda en la crisis para cobrar comisiones por ayudarla a malvivir. Y ha dejado a personas que no quieren castigar la maldad perpetrada, ni que los mandamientos de la economía dominante hayan sido aplicados por abajo y con saña por quienes, gobernando, han visto en la crisis su oportunidad de revancha de clase.

Nos deja un país encanallado por la permanente exhibición de impunidad de los ladrones de alto copete y nos deja una legislación pervertida que multa a la viuda y encarcela al huérfano, y persigue al desposeído y se ensaña con quien protesta. Nos deja una Canción de Navidad en donde ni siquiera hay Scrooges, ni fantasmas, sino ventanillas de no vuelva usted ni mañana ni nunca, y esqueletos de una vida anterior en la que los trabajadores, al menos, sabían que la esclavitud que habían dejado atrás al menos, con la unión de todos, podría ser mantenida a raya. Nos deja el vacío de los hijos que emigraron para ganarse el pan fregando platos, o no, con sus títulos bajo el brazo.

Nos deja, a muchos, este Don Pantuflo de la Lanza en el Pecho, las ganas de largarnos para no volverle a escuchar, ni volver a escribir sobre él y nuestra circunstancia.

Dentro de una semana nos encontraremos aquí. Ojalá el domingo no sea uno de esos días que da ganas de arrancar del calendario. Bastante se han robado, solo quedan los días.

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