Liliana Segre. Jorge Semprún, Natalia Ginzburg, Giorgio Bassani, Angelika Schrobsdorff, Primo Levi, Agota Kristof y tantos otros escritores y escritoras a los que debemos recurrir para recordar el drama que vivió Europa el siglo XX. Revivir el humo. Ese “olor extraño, insólito, obsesivo” que ahuyentó a los pájaros. El olor de los hornos crematorios de Buchenwald que describe Semprún en las primeras páginas de La escritura o la vida. Esas primeras líneas estremecen una y otra vez. Dificultan la respiración. Vuelvo a pensar en ellas cuando leo que en Italia Liliana Segre, senadora vitalicia de 89 años, una de los 25 supervivientes a la masiva deportación de 776 menores de 14 años a Auschwitz en los cuarenta del siglo pasado, tiene que llevar escolta desde inicios de noviembre por las amenazas que recibe. 200 mensajes intimidatorios diarios que se intensificaron desde que se aprobó a iniciativa de Segre en el Senado italiano una comisión parlamentaria para combatir el odio, el racismo y el antisemitismo. La derecha se abstuvo. Los fantasmas del siglo XX vuelven a tomar cuerpo. Lentamente. Pero sin freno. Salvini ha sido apeado del poder, de momento. Pero el virus ya está inoculado y sigue avanzando. El desamparo de una parte cada vez mayor de la población, los miedos, el paro, las incertidumbres que provoca revolución tecnológica y la ausencia de esperanza de una parte de la población son aprovechados por la extrema derecha con discursos simples y emocionales de alta efectividad. La Lega acaba de arrasar en Umbría, feudo de la izquierda durante 50 años, con una victoria aplastante de 20 puntos por encima de la alianza entre 5 stelle y el PD. El escenario es terrible. Italia siempre marca el camino. Vuelve el odio.
Los 52. El resultado del 28 abril nos hizo pensar que España estaba a salvo. ¡Viva España! dijimos cuando constatamos que la extrema derecha de Vox sólo había recibido el 10% de los votos. 9 de cada diez votantes se oponían a la receta del odio, de machismo, de fascismo. Pero la negativa de Pedro Sánchez a pactar un gobierno de coalición con Pablo Iglesias, el veto al líder de Podemos, las temidas noches de insomnio del líder socialista nos llevaron al bloqueo y a la repetición electoral. Nos despertamos del sueño de abril con el fascismo como tercera fuerza política en España. Sánchez sacó a Franco del Valle de los Caídos, pero su profunda irresponsabilidad provocando la convocatoria electoral abrió de par en par las puertas del Congreso al fascismo. 52 diputados. Fue una temeridad permitir que hubiera elecciones justo después de la sentencia del procés, con una nueva recesión económica acechando y el hastío ciudadano con la clase política creciendo sin parar. El temblor ha sido tan profundo que Sánchez ha dado un giro de 180 grados y ha hecho posible lo que era imposible. Porque efectivamente, como dijo Pablo Iglesias durante la noche electoral, se duerme peor con 52 diputados de Vox que con ministros de Podemos. Así ha sido y finalmente ha habido entendimiento entre PSOE y Podemos. Allí donde había insomnio ahora hay un proyecto ilusionante. Sólo hizo falta una hora para apuntalar el acuerdo. Un acuerdo ahora pendiente de recabar suficientes apoyos en el Congreso para que sea una realidad.
La celebración. Si la victoria de Vox fue chocante, la alegría en los cuarteles de Junts per Catalunya por el resultado electoral fue impactante. Como si el auge de la extrema derecha no fuera con ellos, la candidata Laura Borrás y el president de la Generalitat, Quim Torra, se mostraron eufóricos por haber conseguido un diputado más (aun siendo tercera fuerza política). O es que quizás los 52 diputados ganados por la extrema derecha sí que son una buena noticia para aquellos que propugnan e incentivan el cuanto peor, mejor. La recuperación del autogobierno, la restitución de las libertades y la lengua costaron demasiado para que ahora una parte del independentismo sea, como mínimo, indiferente al crecimiento del fascismo. O creen que esa república catalana imaginaria con la que llenan sus discursos los hace inmunes a la amenaza de la extrema derecha. O su irresponsabilidad y cinismo es de tal magnitud que se atreverán a votar con la derecha y la extrema derecha contra el acuerdo de gobierno de Sánchez y Iglesias. Mientras tanto, los CDR, en la misma línea, amenazan con seguir bloqueando Catalunya si no se cumplen sus exigencias. “O independencia o barbarie”. De Junts per Catalunya y los tutelados por Waterloo poco se puede esperar. De la CUP, tampoco. Pero de ERC, sí. Ahora es el momento en el que sabremos en qué lado de la balanza se sitúan los republicanos. O apoyo a la investidura, exigiendo, por supuesto, el fin de la judicialización del conflicto catalán y la apuesta por el diálogo (incluido ya en el acuerdo PSOE-Podemos), o terceras elecciones. Demos por seguro que los de ERC sufrirán el acoso y derribo del independentismo fanático, que serán acusados de traidores por Elisenda Paluzie, presidenta de la ANC, y otros tantos que anhelan el caos. Pero Catalunya es mucho más que eso. Estoy segura de que los líderes de ERC no desaprovecharán la oportunidad para mostrar que su giro al pragmatismo y la renuncia al maximalismo es una realidad. Hacer lo contrario sería una temeridad.