Velázquez nunca anduvo por Breda pero eso no le impidió pintar su cuadro más político y que se conoce como el cuadro de Las lanzas. Con esta tela, Diego Velázquez reflejó uno de los capítulos épicos del imperio español, ese que tanto excita a los fachas y que, cada vez que es llevado a sus mentes calenturientas, provoca el mismo efecto que una publicación pornográfica.
Con todo, Velázquez nos muestra el paisaje humeante de la batalla al fondo del cuadro, evitando así la sangre y los desgarros, de tal forma que pone el realce de la acción al centro, donde Ambrosio Spínola, a la sazón jefe de las tropas españolas, recibe la llave de la ciudad de Breda, entregada por Justino de Nassau en señal de rendición. Diego Velázquez lo pinto de oídas, claro está, y con su visión pictórica puso al mundo en antecedentes de lo que siglos después sería la simulación diplomática en la prensa gráfica. Apretón de manos, palmadita en la espalda y buen rollito en apariencia entre dos contrarios que, aunque se sonrían, se están deseando lo peor.
Y todo esto viene a cuento porque, el otro día, Inés Arrimadas buscó protagonizar una foto que, en cierta medida, emulase el momento de Breda pero en Waterloo, ocupando ella el lugar de Ambrosio Spínola y Carles Puigdemont el de Justino de Nassau en el momento de entregar las llaves de Cataluña, evitando con ello la ruptura del imperio. Pero no pudo ser. Tanto la una como el otro, tanto Inés Spínola como Carles de Nassau no están por dar a la posteridad tal escena. Todo fue un paripé. Lo que sucedió ya lo vimos, puerta entreabierta en el domicilio de Carles y Arrimadas afuera, tras una pancarta que repetía la consigna que haría famosa uno de los soldados al servicio del Imperio. “¡La República no existe!”
Velázquez lo dejó claro, sólo hay que situarse frente al cuadro y observar la evidencia. Basta con reparar en el detalle de los caballos para darse cuenta de la trampa, pues, en realidad, no son dos caballos los que aparecen, sino las dos partes de un mismo caballo. Los cuartos traseros se muestran del lado de los españoles, mientras que la cabeza aparece del otro lado, del lado de los holandeses. El juego velazqueño es irónico y tiene esas cosas, sólo hay que ser sagaz para captarlo.
En buena medida, lo que nos viene a decir Velázquez es que ambos contrincantes, tanto uno como el otro, montan el mismo caballo porque defienden los mismos intereses. Los de la clase dominante. Igual que sucede ahora, pero en tiempos en los que la fotografía no había sido inventada.