A estas alturas, llámenme prejuiciosa, pero creo que no han conocido de verdad a una mujer trans en su vida. Estoy casi segura de que no han comido nada que saliera de sus manos, ni se han sentado a la mesa, ni conversado durante horas mirándola a los ojos. Me juego un brazo que no han besado a ninguna persona trans, mucho menos han hecho el amor con una. Ni han bailado con ellas, ni cantado una canción a coro. No han tenido un amigo trans. Mucho menos un hijo. No han abrazado largamente a una amiga trans sintiendo su dolor, su desamparo, su frío o su miseria; y otras veces su alegría, su locura, su posicionamiento político y su amor.
Apuesto el poco dinero que tengo a que jamás han hablado con adolescentes trans, que no saben con qué sueñan, de qué hablan, a dónde van cuando se juntan. O por qué tantos, ya adultos, dejaron de soñar, estrellándose contra la falta de empatía. Se decía que España era un buen lugar para ser trans –aunque, ojo, nunca tanto para ser una trans migrante. Si solo alguna vez en su vida hubieran cruzado de la acera de sus prejuicios y privilegios, si se hubieran dado una vueltecilla por la realidad, no se atreverían a llamarles patriarcado, puteras, misóginos, proxenetas, individualistas, juguetes del capitalismo, mujeres con barba, hombres con vestido.
Si hubieran compartido algo al menos con los que sufren, no intentarían enfrentar los derechos de unas personas vulnerables con los derechos de otras personas vulnerables, a ver quién gana –así tarde o temprano va a ganar el fascismo–. Si al menos hubieran ido a ver las cifras de desempleo, mortandad y calidad de vida de las personas trans, que existen, en lugar de comportarse como bots de Vox agitando el miedo por cosas fake, otro gallo cantaría: ¿Cuántas mujeres trans han violado a otras mujeres en un baño mixto? ¿Cuántas veces un baño ha impedido una violación? ¿Cuántas mujeres trans han violado a otras mujeres en las cárceles? ¿A cuántas mujeres trans han eliminado de carreras deportivas? ¿Cuántas mujeres embarazadas van a dejar de ser nombradas porque se nombre también a los hombres gestantes? ¿Me pasan las preocupantes cifras?
No se atreverían a hablar de un “lobby trans” empeñado en invisibilizar a las mujeres hasta su extinción y poniendo en peligro el sujeto político mujer si alguna vez hubieran considerado a una mujer trans una mujer. Duele que el debate acerca de abstracciones teóricas como ésta se ponga por encima de las sensibilidades, que el lenguaje transexcluyente de su argumentación esté hiriendo y maltratando en la práctica al colectivo trans y que siga sin ser escuchado, comprendido, reparado cuando acusa transfobia en medio de la discusión. Tanta ilustración para tan poco disimulo. No se atreverían a acusar de individualismo capitalista a nuestras identidades subalternas si las conocieran de cerca o si hubieran sentido alguna vez cómo abrazan nuestras redes y comunidades de afectos para la supervivencia.
Por eso estamos tan tristes últimamente. Y sí, qué inoportuno es todo este sentimiento, que Izquierda Unida expulse al Partido de Falcón, ahora que se acerca el 8M y mira cómo estamos, divididas, haciéndole el juego al patriarcado, dicen. Y yo, no sé qué decir. A mí hay cosas que me parecen más inoportunas. La transfobia, por ejemplo, me parece súper inoportuna: tenemos la ciudad sitiada por carteles de Hazte Oír; Vox tiene a sus treinta energúmenos tirando odio desde los poderes del Estado contra la comunidad LGTBQI+ y podrían llegar más lejos en cuanto se acabe el Gobierno de coalición y se seque el oasis del Ministerio de Igualdad; la ultraderecha se ha fortalecido en Europa y en Polonia, por ejemplo, se ha decretado a la tercera parte del país “libre de gays”; hay presidentes del “mundo libre” como Bolsonaro que normalizan cada vez que abren la boca la homofobia; se extienden por el mundo las criminales prácticas de reconversión para “curar” la homosexualidad.
¿Y qué ocurre en medio de ese horror que promete más horror? Pues que un bloque variopinto que incluye a gente de izquierda y de derecha, del feminismo y del antifeminismo, está excluyendo y discriminando a personas para apuntalar unas teorías sobre otras. Y, entonces, cuando deberíamos estar afianzando derechos, garantizando vidas, guardando pan para mayo, más aún desde los movimientos y organizaciones por la inclusión y contra la discriminación, haciendo de la diversidad motor y riqueza de nuestra revolución, se pretende jerarquizar derechos, luchas y hacer un mero cambio de cromos en el álbum de la desigualdad.
Nos pueden interesar más o menos las teorías de unos y de otros, pero hay a quienes no les interesan nuestras vidas. Y eso es lo más peligroso. Se acerca el día de la mujer trabajadora. Y muchas tenemos claro quiénes son aquí las mujeres proletarias que soportan la peor exclusión y la violencia desde todos los frentes, los crueles y los simpáticos. Tenemos claro quiénes son en realidad las verdaderas expulsadas del reino.