El frío se nos ha instalado en el corazón y ha congelado nuestros sentimientos. Atrincherados en los problemas y comodidades cotidianos nos estamos convirtiendo aceleradamente en la presa fácil de los políticos más conservadores e intransigentes de la reciente historia de Europa.
Hemos blindado nuestra sensibilidad con vallas, para que las dificultades de otros no nos incomoden. Y asumimos como inevitable que padres, madres e hijos mueran ahogados todos los días frente a nuestras costas, o se dejen la piel a jirones atrapados en las concertinas o sean víctimas de las mafias. Y todo por la mala fortuna de haber nacido en el lugar equivocado. Es importante no olvidarlo, salvo esa pequeña pero gran diferencia, ellos son nosotros.
Y cuanto más crecen sus problemas, más altos son los muros (físicos y mentales) que estamos dispuestos a levantar. Quizá preferimos no verlo, quizá ya olvidamos lo altos que fueron durante cuarenta años los Pirineos, esa frontera natural que separaba la libertad de la dictadura, el derecho de la tiranía, la cultura de la estulticia. Esa valla infranqueable que en ese caso nos colocó a nosotros en la zona oscura de la frontera.
Malos tiempos para la ética, malos. Y peores los vientos que nos llegan de Estados Unidos. Aún no ha tomado el mando y con un puñado de tuits Donald Trump está intentando desestabilizar a su vecino del sur, nuestro querido México. Ellos también son nosotros, pero tampoco parece que ni Europa ni España se estén dando cuenta de que hay que ponerse de su lado y enfrentar las consecuencias, por duras que sean. No podemos dejar que el mundo se convierta en una insensata partida entre Putin y Trump.
Enredados en estas reflexiones hace unos meses que en la Fundación porCausa, en la que colaboro, nos enteramos de que la asociación What Design Can Do con Ikea y Acnur convocaban un concurso de ideas en torno a los refugiados y decidimos presentarnos. De la mano de Lucía Gutiérrez, una joven y brillante arquitecta que forma parte de nuestro equipo, elaboramos un folleto a la manera de la marca sueca con instrucciones para desmontar una valla como la de Melilla, o Ceuta, o México, o esa más sutil que muchos tienen en la cabeza. Allí se puede ver qué herramientas hacen falta, cuántas personas, en qué orden debemos trabajar y cuáles son los elementos a desmontar. Incluso en qué cajas planas, apilables y reciclables debemos empaquetarlo todo para su traslado.
Creo que la idea era buena. En vez de usar el diseño para construir refugios para los damnificados por la guerra, decidimos denunciar la hipocresía que triunfa a este lado de la valla. En vez de consolar nuestra conciencia repartiendo mantas, decidimos desmontar las fronteras. Evidentemente o no entendieron la ironía o simplemente la despreciaron. Se presentaron 631 proyectos y el nuestro no debió entusiasmar al jurado, lo colocó en el puesto 614. Si esto al menos sirve para que reflexionemos unos minutos sobre la arquitectura del mal (como la definía ayer Manuel Jabois en un estupendo reportaje), todo un honor.