1.- Nos juntaremos todos para la cena de nochebuena en casa de los abuelos. Y cuando digo “todos” es porque no faltará nadie: hijos, nietos, parejas, cuñados, primos, los abuelos de la otra rama del árbol familiar, y algún amigo que no es consanguíneo pero al que acogeremos esa noche para que no la pase solo. Veintitantos, quizás treinta personas, venidos de varias provincias y alguno del extranjero.
2.- Muchos llegaremos a cenar directamente desde los bares donde llevaremos brindando con amigos desde la mañana, todo el día de bar en bar repartiendo abrazos y besos a conocidos y a desconocidos simpáticos. Algunos empalmaremos una semana de celebraciones, entre comidas de empresa, cervezas con padres del colegio de los niños, quedadas con viejos compañeros del instituto y con los del pádel.
3.- Al llegar a casa de los abuelos, entraremos en calor repartiendo abrazos apretados y besos sonoros. Pasaremos a saludar a los vecinos, que están ya muy mayores para salir.
4.- Como seremos muchos en la cena, nos sentaremos muy juntitos para caber todos en el salón. Y como a lo largo de la noche nos cambiaremos de sitio una y otra vez, acabaremos confundiendo las copas hasta aceptar que te bebes la que tengas más cerca.
5.- Toda la noche reiremos escandalosamente, gritaremos mucho y cantaremos. Menos los jóvenes, que se irán a medianoche a fiestas en bares o casas de amigos.
6.- Los que aguantemos, brindaremos muchas veces por la navidad, por el año que acaba, por estar juntos. “Por estar vivos”, dirá la abuela, y entonces todos, con una mezcla de tristeza y orgullo, nos acordaremos de las navidades del año anterior: las de 2020, las navidades del coronavirus, las que no pudimos celebrar bien, aquellas navidades en las que renunciamos a juntarnos y decidimos cumplir las prohibiciones pero también las recomendaciones -desoyendo a quienes se empeñaban en “salvar la navidad”-, y las pasamos cada uno en nuestra casa con nuestros convivientes, y brindamos por videollamada y lloramos por videollamada porque nos echábamos de menos después de un año tan difícil, pero no nos reunimos para cenar, solo fuimos de bares con los nuestros y no hubo abrazos ni besos ni comidas de empresa, y las únicas quedadas con amigos fueron reducidas y al aire libre o por Zoom. Brindaremos otra vez, con los ojos brillantes al recordar cómo en las navidades anteriores, las de 2020, nos resignamos ante la evidencia de que ese año las navidades no podían ser navidades normales ni casi normales, porque llevábamos diez meses de pandemia y decenas de miles de muertos y gente con secuelas y mucha ruina económica, y no estábamos dispuestos a que un relajamiento navideño nos trajese una tercera ola más dura en enero. “Y así fue como salvamos la navidad”, recordará el abuelo; así fue como salvamos la navidad, sí, pero la navidad de 2021, y de paso salvamos el año 2021 o al menos no lo empeoramos, y sobre todo salvamos muchas vidas, cientos, quizás miles que no agonizaron en UCIs saturadas en enero y febrero, y tal vez salvamos a algunos de los nuestros, a los abuelos, al primo diabético, al hermano que parece muy sano hasta que lo tienen que intubar, al que pudo ser diagnosticado y tratado a tiempo de cualquier otra enfermedad por no estar desbordada la sanidad, y por eso brindaremos felices en las siguientes navidades, las navidades de 2021, ya sin mascarillas ni distancia, vacunados, minimizada la capacidad de contagio del virus, en vías de recuperación la economía, recobrada mucha de la normalidad, y orgullosos todos por habernos comportado con responsabilidad en las anteriores navidades, con más responsabilidad que nuestros gobernantes.
Venga, vamos a salvar la navidad, que sí, pero la navidad de 2021.