This transformation of everyday life includes moments of magic and an inevitable experience of profound loss. Any discussion of digital culture that merely catalogue its wonders and does not acknowledge these two central themes is propaganda and fails to do it justice.
1.- Regla de etiqueta NÚMERO 1 (y quizás única) en redes sociales: no escribas nada que no le dirías a una (esa) persona a medio metro de distancia.
2.- Recuerda siempre, pero siempre siempre (como dice el bolero), que al otro lado de la pantalla hay –no siempre, en stricto sensu, pero ese es otro tema– una o varias personas. Personas con nombre y apellido, DNI, pasaporte, número de contribuyente fiscal, trabajo, familia; personas que han podido tener un día estupendo en la oficina o un día de mierda coronado por un tráfico del demonio que los ha hecho perder media tarde y parte de la noche y les ha destrozado los nervios.
Una persona igual a ti. Eso sí, por más familiaridad que creas tener con esa persona debido al contacto a través de redes sociales, si te detienes un momento a pensarlo, a menos que sea un amigo cercano o un familiar, e incluso en esos casos, sabes muy poco de la vida y circunstancias de esa persona, así como del momento que está atravesando en ese preciso instante. Piensa en eso antes de dirigirte de forma airada, contestar enfadado o de creerte con derecho a exigir algo, lo que sea.
3.- Si tu trabajo y/o actividad en redes sociales te han convertido en una celebridad o, por lo menos, en un personaje público relativamente reconocible, no respondas NUNCA a un ataque violento en redes sociales. NUNCA. Que tu audiencia te odie o te quiera desde la distancia que tú has elegido y delimitado.
4.- Evita en la medida de lo posible intercambios electrónicos supuestamente privados –emails, mensajes de WhatsApp, DMs en Twitter, mensajes de Messenger, etc– que, capturados en un screenshot, podrían prestarse a equivocaciones o malentendidos. O que, vistos a través del filtro de malicia de alguien que quiere dejarte en evidencia, pudieran colocarte en una situación comprometida, bochornosa o peligrosa. En Internet nada es privado y todo puede hacerse público con un par de clicks.
5.- No dejes que Facebook, Twitter o YouTube monopolicen tu dieta informativa. De lo contrario, tu visión del mundo se verá tremendamente reducida y correrás el riesgo de caer en una burbuja de autoconfirmación, donde estarás peligrosamente aislado de ideas o fragmentos de realidad que contradigan o cuestionen tus prejuicios. Pocas cosas más peligrosas para nuestra vida online que ver confirmados los propios prejuicios veinticuatro horas siete días a la semana.
6.- Tu yo digital, el yo que has construido en todos esos perfiles de redes sociales, también eres tú. Es una arista más del variado cúmulo de expresiones que constituyen tu identidad de cara al resto. No es un yo escindido ni un yo desgajado. Es una parte de ti y como tal lo lee e interpreta la gente, la que te conoce en persona y la que te conoce solo a través de interacciones digitales. (Ver también punto 1).
7.- A menos que tu trabajo sea el de influencer, y hay relativamente pocas personas que puedan decir eso de sí mismas sin tener que aguantar la carcajada, las redes sociales son desde el punto de vista profesional una manera de promocionar el trabajo que haces y que es accesible para la audiencia en otra plataforma (online u offline), una sobre la que, con suerte, tú tienes algo más de control. Si, por ejemplo, tu trabajo está relacionado con las artes, la cultura o alguna industria creativa; si eres escritor, periodista, fotógrafo, cineasta, videoartista, etc, deberías entender que Facebook o Twitter o Instagram o TikTok no son sino una vitrina.
Un gigantesco escaparate sobre el que no tienes mayor control. Los usuarios a quienes te diriges no te pertenecen y, si lees la letra pequeña que nadie lee, verás que el contenido escrito, en audio, imágenes o video que produces para estas plataformas tampoco. No trabajes para ellas, porque, de manera indefectible (salvo contadísimas excepciones), trabajarás gratis y, con ello, abaratarás el costo y valor de tu trabajo.
8.- Evita discutir en redes sociales. No están diseñadas para ello. La discusión o conversación que tiene como objetivo el intercambio honesto de pareceres y nace de un esfuerzo sincero de acercamiento o convencimiento del otro es muy muy difícil en redes sociales. De nuevo, no están diseñadas para eso.
La mayoría de veces discutir en redes sociales es como jugar al fútbol en una mesa de ping-pong. La ausencia de contexto, la dificultad para expresar matices, la predilección por mensajes cortos, directos y sin dobleces que caracterizan el intercambio en redes sociales hacen que la audiencia y el algoritmo premien siempre el golpe seco y directo antes que la elaboración de un argumento.
9.- Elimina todas las alertas y notificaciones del teléfono que no sean absolutamente imprescindibles. En mi caso, WhatsApp, Messenger y Gmail. Los teléfonos, como bien han explicado el activista Tristan Harris y la periodista Kara Swisher en más de una ocasión, son máquinas tragamonedas de atención. Están diseñados para capturar y sorber hasta la última gota de ella. Pese a que muchos lo intentamos, con mayor o menor suerte, es prácticamente imposible evitar el uso excesivo del teléfono.
Le hemos entregado un número tan elevado de tareas –pedir un taxi, manejar nuestras cuentas bancarias, ubicarnos en la ciudad, gestionar nuestra vida social y comunicación con amigos y familiares, entre las más básicas– que siempre tendremos una excusa para sostenerlo en la mano.
Pero sí podemos poner ciertos cortapisas que, al menos, harán más difícil caer en ese agujero de conejo en el que nos internamos cada vez que ponemos el dedo en la pantalla. Sin alertas y notificaciones es posible reducir el número de veces que nos llevamos la mano al bolsillo para jalar la palanca del tragamonedas. Al menos a mí me está funcionando.
Este artículo fue publicado originalmente en el blog 'No hemos entendido nada'. Puedes leer el original aquí.'No hemos entendido nada'No hemos entendido nada'aquí