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ISIS, una responsabilidad conjunta

Tras cada atentado de ISIS, visiones del mundo en dos ejes. Choques de civilizaciones, revisiones de las cruzadas, relatos simplistas y fáciles de digerir que plantean una relación de efecto-causa sencilla y monolítica. Sin embargo, ISIS no se puede combatir sin comprender que esta ideología no es producto de un sólo factor, sino de una multitud de factores que han contribuido, conjuntamente, a la espiral de violencia que se vive globalmente.

Las raíces: la destrucción de Irak y Siria

ISIS (o Daesh, como se conoce al grupo en árabe) se autodenomina el Estado Islámico de Irak y Siria, y es en esta región donde tiene su origen y donde centran sus aspiraciones territoriales. No se puede entender su nacimiento, en primer lugar, sin la invasión de Irak por parte de Estados Unidos y sus aliados, la desmantelación de las fuerzas armadas y la fragmentación del país que se llevó a cabo con la justificación de unas armas de destrucción masiva que nunca aparecieron.  

Tampoco se puede pasar por alto hasta qué punto ha contribuido al auge de ISIS, y sigue alimentándolo, la represión desatada por el régimen de Asad y sus aliados contra manifestantes pacíficos en 2011. A estas alturas cualquier analista que trabaje sobre la región sabe que el régimen sirio liberó entonces de prisión a decenas de combatientes extremistas forjados en Afganistán e Irak (mientras continuaban detenidos líderes de manifestaciones pacíficas), para radicalizar las protestas y crear un “nosotros contra ellos” en el que no hubiese más alternativa que Asad o ISIS. 

La impunidad que no deja de aumentar en Irak y Siria, donde se libra una guerra en la que están implicadas de un modo u otro todas las potencias mundiales, continúa siendo el caldo de cultivo perfecto para cualquier forma de extremismo. La injerencia estadounidense en Irak, que llevó a la destrucción del país y al nacimiento de ISIS, y la rusa en Siria, reprimiendo cualquier alternativa a la dictadura de los Asad y reforzando a los elementos más extremistas, a la que se suman campañas militares como las de la Coalición Internacional, conforman un escenario de represión, impunidad y abusos extremos que dibujan a ISIS como única alternativa. La supuesta “guerra contra el terror” que todos dicen librar es, de hecho, el paraguas que permite a ISIS crecer y multiplicarse.

Las dictaduras de la región, la otra cara del terror

Otra de las claves del auge de ISIS hay que buscarla en las dictaduras y gobiernos autoritarios de la región. La falsa dicotomía que plantea que hay que elegir entre las dictaduras o el caos, ese relato en el que no hay terceras vías, ni aspiraciones democráticas y de derechos humanos en Oriente Medio y Norte de África, sirve tanto a Daesh como a los gobiernos autoritarios de estos países y debilita a los agentes de estas sociedades capaces de neutralizar a ambos.

Sisi en Egipto, los Jalifa en Bahréin, o Asad en Siria no son el opuesto de Daesh sino su némesis, dos caras de la misma moneda del terror y la impunidad que se necesitan y se retroalimentan. Es en este marco como deben abordarse los regímenes que reprimen a sus poblaciones, en vez de ser presentados como alternativas al terrorismo. El apoyo diplomático, económico o discursivo a estas dictaduras sólo refuerza la impunidad y alimenta ideologías como la de ISIS.

Arabia Saudí, Irán y la sectarización de todo

Mención aparte merecen los líderes regionales, Arabia Saudí e Irán, que funcionan como un espejo, ambos buscando avanzar su hegemonía a costa de las dinámicas internas de cada país. Tan importante como analizar el papel de Arabia Saudí en alimentar el extremismo es abordar la responsabilidad conjunta de los principales actores regionales, Arabia Saudí e Irán (sin menospreciar otros como Israel o Turquía) en el aumento del sectarismo en la región y en el mundo.

Países como Yemen, Irak, Siria, Líbano o Bahréin son víctimas de la lucha por la hegemonía de ambos países, que revisten todo lo que tocan de un discurso identitario y sectario. Cuestiones internas de cada país –económicas, políticas o de justicia social–, claves para entender las aspiraciones y legitimidades de cada pueblo, quedan así enterradas bajo el relato en clave de sunnitas contra chiitas que sirve a los intereses de ambas potencias. Este relato binario es el principal refuerzo del ideario de ISIS.

¿Y Europa?

A estas alturas parece obvio que ISIS es más que un proyecto territorial. Es un imaginario que trasciende fronteras y que representa un fenómeno que es ya, también, europeo. En un contexto en el que Daesh ya no precisa de comandos organizados desde Oriente Medio, sino que cualquier persona con sus propias frustraciones y odios puede cometer cualquier acto de terror en cualquier lugar y adjudicarlo al grupo (ver 'Daesh reivindica… todo'), es importante atajar no sólo las vías de captación sino también los procesos que permiten que esa ideología resulte seductora.

La célula responsable de los atentados de Barcelona estaba conformada por más de una decena de jóvenes, algunos menores de edad, que en su mayoría se habían educado y tenían arraigo en España. ¿Qué hace que personas nacidas o residentes en Europa, algunas de ellas muy jóvenes, encuentren respuestas en predicadores que incitan al odio y la destrucción del otro?

En el contexto español y europeo, es clave el empoderamiento de las comunidades musulmanas frente a imanes de las corrientes más extremistas, la mayoría procedentes de otros países que los financian para expandir su ideología en el resto del mundo. Esto implica apoyar a los sectores que defienden la convivencia frente a predicadores con discursos incendiarios y con capacidad de generar un caldo de cultivo favorable a que jóvenes resentidos den el paso de sumarse a actos de terrorismo, buscando una trascendencia que no lograrían a través de la delincuencia común.

Es importante reconocer que no existe un colectivo que aúne a ISIS y al resto de musulmanes, y por eso no es justo exigir a los musulmanes de España y del resto del mundo que salgan masivamente a condenar las acciones de ISIS (hay quien llega al delirio de reclamar a los musulmanes un perdón público por los siete siglos de Al-Andalus). Sí es útil, sin embargo, que la población de confesión musulmana se manifieste, al igual que el resto de la ciudadanía, contra las acciones de grupos como Daesh, y les planten cara públicamente, sobre todo porque son sus principales víctimas y es importante que se sientan empoderados frente a los extremistas.

Apelar a la unión ciudadana en la convivencia pacífica y el respeto de las diferencias sigue siendo la herramienta más poderosa frente al extremismo, el discurso que desmonta el relato épico de sus hazañas y victorias. Combatir el ideario de grupos como ISIS implica defender, de forma irrenunciable, el Estado de Derecho, combatiendo las tentaciones autoritarias de los gobiernos neoliberales frente al extremismo. También lo es el evitar los relatos simplistas y comprender la complejidad de los procesos a los que nos enfrentamos, que contienen dimensiones locales, regionales y globales. Frente a relatos monolíticos que adjudican el monopolio de la violencia a un solo actor, frente al “nosotros contra ellos” en clave civilizacional del que se alimentan estos grupos, reconocer los diferentes niveles en los que se forma y alimenta la violencia de la que se nutren grupos como ISIS es clave para combatirlos.