La izquierda y su nueva comunicación política

Es un clásico de la comunicación política el debate entre si la opción más acertada es la reflexiva, profunda y analítica o la desenfadada, audiovisual y superficial. Podemos primero, e Izquierda Unida después, ambos a rebufo del modelo comunicativo dominante en el 15M, comenzaron a desarrollar esta última opción. Si ya resultó algo desconcertante y controvertido en algunos sectores aquello de los tuits a base de GIF's y los vídeos de gatetes, ahora vemos que el estilo ha llegado nada menos que a algunos sectores gubernamentales bajo la gestión de Podemos.

Un ejemplo polémico ha sido el vídeo de la tarta de cumpleaños protagonizado por los altos cargos del Ministerio de Igualdad. Ni que decir tiene que situaciones similares, unos minutos de relajo en la oficina para sorprender con una tarta de cumpleaños a un compañero, son frecuentes en muchos trabajos. Lo discutible de aquel vídeo es que fuese grabado, editado y difundido por Podemos y desde el propio entorno del ministerio por las redes; y que la destinataria de la tarta y protagonista homenajeada del cumpleaños fuese la jefa que las había nombrado.

Es decir, alguien pensó que ese acto privado (celebrar un cumpleaños), por mucho que se hiciese en un ministerio por empleados públicos, era merecedor de ser difundido entre los ciudadanos gestionados por ese ministerio. O dicho de otro modo, y como algunos defensores argumentaban, se pretendía mostrar una administración humana, alegre, desenfadada, alejada del tono gris y áspero que, según ellos evocaría un ministerio tradicional y gestionado por la derecha.

El culto a las redes es constante, y en parte comprensible en la medida en que los líderes políticos saben que desde ellas pueden tener una vía de comunicación directa con el ciudadano sin la servidumbre de la mediación de los medios. El problema surge cuando analizamos qué contenidos difunden en esas redes. Por ejemplo, se está optando por difundir tuits “informando” de reuniones de trabajo con su correspondientes fotografías.

¿De verdad eso supone informar de algo? ¿Acaso no sería mejor informar del resultado de esas reuniones? Tradicionalmente se ha abusado de informaciones políticas desde el poder que se limitaban a promesas de futuro. Es verdad que era humo, puesto que solo eran declaraciones de intenciones, pero al menos les situaba políticamente y les hacía rehenes de esas promesas en caso de incumplimientos, pero contar que se reúnen es lo más vacío que se puede contar. Seguro que ninguna gran empresa multinacional incluye esa información a sus accionistas como prueba de su eficacia directiva.

Una de esas reuniones de las que nos informaban era de la ministra y su equipo directivo con “influencers”. Plantearse que el mero hecho de ser influencer te convierte en valioso, puede ser peligroso, porque si queremos apostar por una sociedad de gente con valores, formada y cualificada, considerar meritorio ser exitoso en las redes como para ser objeto de reunión ministerial, puede no ser el mejor referente. Se me ocurren demasiados influencers y youtubers que son la antítesis del sentido común y la decencia.

Para este nuevo patrón de comunicación política, el éxito en las redes es sinónimo de éxito político. Es lo que sucede cuando son los responsables de comunicación quienes dirigen las organizaciones. La política se considera acertada o no en función de likes o retuits. “La ministra de Igualdad, @IreneMontero, batiendo récords en TikTok”, tuiteaba Podemos el 26 de febrero con dos muertes por violencia machista. “ÉPICO. Irene Montero revoluciona TikTok con un VIRAL LGTBI que lleva más de 1 millón de visitas en 24h”, decía el tuit. Pues qué bien.

La vicepresidenta del Parlamento balear y diputada de Unidas Podemos Gloria Santiago, una gran activista audiovisual en redes, defendía esa nueva forma de hacer política en una columna de Eldiario.es: “La política de Instagram”: “Cuando nació Podemos supo recoger el pensamiento milenial y planteó una forma de llegar a la gente genuina e inexplorada hasta ese momento y a la que después se sumaron el resto de partidos con más o menos éxito. En adelante, ganarán el relato quienes asuman que ya no sólo se hace política desde un atril o un despacho, sino que también con un tuit, una storie o con un vídeo lanzado a las redes”.

Pero quizás lo del “tuit, storie y el vídeo” no sea tan milagroso. Podemos ha sido quién más lo está explotando y, en resultados electorales, hay tres partidos bastante viejunos que tienen más apoyo ciudadano. De modo que creo que sería necesaria más humildad. Y de explotación de las redes, lo que más han triunfado ha sido la ultraderecha subida al caballo de las fake news, desde Vox a Bolsonaro. Quizás un modelo comunicacional sin contraste de veracidad, sin reflexión, sin argumento, dominado por memes y GIF's, no sea el mejor caldo de cultivo para un ciudadano crítico e informado.

“La batalla por llegar a la gente joven sigue en disputa pero en esta sociedad con un reconocido déficit de atención, lo que pueda contarse de manera rápida y cercana siempre tendrá más acogida que otras fórmulas tradicionales. (…) Ante una realidad donde los jóvenes muestran su día a día en las redes sociales, el viejo estereotipo del político lejano, inalcanzable y misterioso ya no va a funcionar”, continúa Santiago. Es indiscutible el desencanto y decepción de los jóvenes con los partidos políticos. La sensación es de que ninguno refleja sus ideas, por cierto, sensación en todas las franjas de edad.

Pero quizás sea debido al agotamiento de un sistema político en el que no se perciba una relación entre la voluntad popular y el poder político, rehén de un poder económico que no votamos. Puede ser muy largo debatir cómo afrontar eso, pero mucho me temo que no será con Instagram, ni Twitter, ni vídeos virales en internet. El tener éxito en las redes no es sinónimo de eficacia política, y menos todavía prueba de convencimiento político. Sobre todo si somos nosotros los que simplificamos y vaciamos el mensaje en aras de la búsqueda de sonrisas. Me temo que GIF's con rictus y aspavientos de un actor por muchos retuits y likes que generen no crean compromiso ni difunden ideas ni, muchos menos, consiguen votos.

Para la nueva política es un éxito conseguir 3.000 de esos likes, pero el censo electoral español es de casi 37 millones, de los cuales 3 millones votaron a Unidas Podemos. No parece que tres mil likes de entre toda esa gente sea una barómetro político representativo de nada. Sobre todo porque no les hemos aportado a los tres mil ningún elemento argumental o dato con el que puedan trabajar para difundir nuestro ideario.

Del mismo modo que no se puede convocar políticamente desde las redes con el único argumento de “tenemos comida, bebida y mucha música”. Basta observar que en los comentarios lo que te preguntan es si la cerveza es gratis.

Afortunadamente dentro de Unidas Podemos no todo es surfeo en redes. Encontramos intervenciones políticas documentadas, elaboradas y argumentadas. Desde Pablo Iglesias en la sesión de investidura a Enrique Santiago el pasado 26 de febrero. Y seguro que muchos de los que recurren a esa superficialidad que critico tienen capacidad intelectual y política para hacer otras cosas.

Sin duda las nuevas tecnologías están ahí, las nuevas formas de comunicación también, la necesidad de hacer llegar el mensaje sigue siendo fundamental. Y es verdad que muchas veces, ese formato árido y aburrido inutiliza la mejor de las propuestas y proyectos, pero, como siempre que sucede en comunicación, el debate entre forma y contenido está presente. El culto a lo superficial, vacío y frívolo en aras de un éxito de difusión de nada servirá si estamos difundiendo humo, si no estamos promoviendo valores, si estamos en el gobierno y no estamos avanzando en realidades concretas. “Mejorar la vida de la gente”, dicen desde Unidas Podemos.

Hemos de recordar que esas mejoras se deben ver fuera de las redes y el ciudadano tiene que notar que se concreten en medidas. La izquierda no debe caer en la trampa de lo superficial y vacuo, por muy exitoso que pueda parecernos, lo intrascendente sirve para los que no quieren cambiar las cosas, no necesitan movilizar ni crear espíritu crítico, basta con tener a la gente entretenida. Nosotros queremos, como diría Silvio Rodríguez, “alzar al perezoso”, no divertirlo para que nos aplauda. Continúa la diputada balear de Podemos: “Tendrán que seguir llegando políticos y políticas que comprendan que en una reunión de amigas se habla del Satisfayer, que engrosen el currículum con experiencias de viajes por el mundo, que hayan crecido ayudando a limpiar montes y playas de plásticos, que encarnen los nuevos modelos de familia o relaciones alejadas de la monogamia heterosexual, que sepan de Instagram, de Tic Toc y del poder las influencers para bien y para mal”.

Creo que el sentido de superioridad es preocupante. Parece que fue a partir de la generación milenial cuando empezaron los valores solidarios y el compromiso. Añade Santiago: “Los Boomers y los X trajeron unas formas e ideas un tanto rígidas del saber y del estar, con demasiadas limitaciones, con un sentido de la propiedad como pilar básico, con el beneficio económico en el centro de sus prioridades y pensando en un modelo único de familia”.

¿Pero quién le ha dicho que antes del 2000 no hubiera gentes desprendidas del sentido de la propiedad y del beneficio económico y con múltiples modelos de familia? Tan preocupante son esas generaciones que creen que no tienen nada que aprender de los jóvenes, como esos jóvenes que creen que todo lo bueno nació con ellos y que antes todo era un erial. Decir “niñato, cállate” es tan patético y soberbio como el “ok Boomer” de los milenials.

Y termina así la diputada de Podemos: “Frivolizar la cultura milenial o la Z es estar en otro planeta, lejos de cómo piensa y siente la gente del 2020 y por tanto, dudo que quienes critiquen las nuevas formas de hacer política, puedan hacer buena política”. En realidad es todo lo contrario, no se frivoliza ninguna cultura moderna, o posmoderna, se critica la frivolización. Porque una de las características del avance de las sociedades es la crítica, incluso de “las nuevas formas de hacer política”. Si eso no se puede hacer porque eso supone no hacer buena política, quizás los reaccionarios sean esos que dicen que no se les puede criticar.