La polémica en torno al nombramiento del Consejo de RTVE, y especialmente de su presidencia, merece alguna reflexión sobre el papel de la izquierda y los trabajadores de la Corporación.
La discusión comienza con un acuerdo entre PSOE y Unidos Podemos para proponer a Andrés Gil tras discutir sobre las opciones de Arsenio Escolar y Ana Pardo de Vera. Todos ellos son personas de trayectoria profesional valiosa e independiente. Tienen ideología de izquierdas, nadie lo oculta y en su derecho están, como cualquier profesional, desde un juez a un médico, y no por ello se debe presumir que actuarán con menos rigor en su profesión.
Es entonces cuando, tanto desde los trabajadores de la Corporación como desde otras opciones políticas, comienzan las críticas a todos ellos y, en especial, al nombre elegido por consenso, Andrés Gil. Los trabajadores afirman que el presidente debería formar parte de RTVE, algo que, en mi opinión, no tiene ninguna justificación. En la historia de RTVE, solo uno de los presidentes, Jordi García Candau, formaba parte de la plantilla. No se elige al director de Correos de entre los carteros, ni se busca al director de la Guardia Civil en los cuarteles. Los trabajadores son representados por sus delegados sindicales y estos podrán tener un papel en el Consejo, sin ninguna duda. Creo que algunos no somos sospechosos de ignorar el papel de los trabajadores, pero el presidente de RTVE ejerce su labor pensando en todos los ciudadanos, no representa a los trabajadores de RTVE ni hay razón para que deba salir de entre ellos. Otra cosa son los cargos intermedios, jefe de informativos incluido, que parece razonable que salgan de la plantilla y con el visto bueno de ella.
Otro argumento que se utilizó en contra de las propuestas del PSOE y Podemos es la apelación al consenso. Dijo Gabriel Rufián en un tuit: “Que todos cuenten con ERC para echar a manipuladores de RTVE. Que nadie lo haga para meterse en un despacho a intercambiar cromos. Es sencillo: un nombre de consenso con el OK de los trabajadores y provisional hasta el concurso público. Hasta entonces, absténganse de llamarnos”.
¿Qué entiende Rufián por consenso? ¿Un candidato con el que estén de acuerdo además de la izquierda, el nacionalismo, el independentismo, y la derecha del PP y Ciudadanos? ¿De verdad creen que eso es posible, además de motivo suficiente para vetar un candidato propuesto por los dos partidos de ámbito nacional más a la izquierda del hemiciclo? Quizás lo que ERC y Rufián querían decir con consenso es que debían estar ellos en ese acuerdo y que no les habían consultado. Es una reacción lícita, pero que no lo llamen consenso, que digan que ellos también deben dar el visto bueno al candidato y que no les han preguntado. Y si ellos estuviesen en el acuerdo, ¿ya no sería un “intercambio de cromos”?
El brindis al sol del “consenso” para vetar a los candidatos de izquierda también lo esgrimieron algunos sectores de los trabajadores de RTVE para vetar a Andrés Gil y, cómo no, no podía ser de otra manera, consiguieron el aplauso y la defensa encendida de los tertulianos televisivos de la derecha, que ahora sí se entusiasmaron con las luchas de la plantilla -sorpresa, porque esos no son nada sospechosos de atender la opinión los trabajadores.
Los opositores al candidato de Unidos Podemos y PSOE que, en llamadas vacías a un consenso imposible y denuncias de pasteleo entre partidos y cambios de cromos, han impedido la llegada a la dirección de RTVE de la opción más progresista que nunca tuvimos, y deberían pensar hasta qué punto su ingenuidad y su maximalismo serán aprovechados por la derecha. De momento ya tenemos como candidato al director de Radio3, responsable de cerrar el programa Carne Cruda, un periodista que como recuerdan Arantxa Tirada y el Nega en su libro La clase obrera no va al paraíso, hizo de censor en Radio3. Aunque eso sí, como bien nos recuerda Diego A. Manrique, que algo de RTVE sabe, no en vano “entró en R3 como recomendado del aparato franquista”.
El sistema de elección del presidente de RTVE es el que es, un acuerdo de partidos, como lo es la elección del presidente del Gobierno. Si queremos cambiarlo habrá que trabajar para ello en un futuro, aunque no sé yo cuál es la fórmula infalible de concurso público que designa un candidato virginal sin ideología (miedo me da saber qué es un candidato sin ideología). Que desde la izquierda entremos a llamarlo pasteleo o busquemos brindis al consenso con la derecha es una ingenuidad que solo sirve para que, una vez más, nos adelanten por la derecha.