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La izquierda, ante el reto de aclarar su 'target' electoral

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, conversa con el líder de Vox, Santiago Abascal, durante los actos del 12 de octubre.

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La semana que termina ha sido una de las de más alta intensidad política de los últimos años. Sin tiempo para análisis sosegados, tras la hecatombe en la que se sumió la izquierda el pasado 28 de mayo, todo está ya configurado para unas elecciones generales que podrían completar el cambio de ciclo político en el conjunto del Estado español. La campaña electoral que tenemos por delante se polarizará sobre las figuras de Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, con Yolanda Díaz y Santiago Abascal en un segundo y, a la vez, determinante plano de conformación de los futuros escenarios de gobernabilidad. 

En este contexto, el actor que quede tercero en la liza será clave. Por tanto, los incentivos para la generación de candidaturas de unidad son muy obvios en términos de rendimiento electoral. Las pasadas elecciones autonómicas dejaron ejemplos como el de Huesca, paradigma de la ineficiencia por fragmentación de la llamada izquierda alternativa: cuatro candidaturas a la izquierda del PSOE obtuvieron el 18% del voto y ningún representante electo. No es el único ejemplo. En territorios clave como la Comunidad de Madrid o la Comunidad Valenciana, Podemos es ya una fuerza extraparlamentaria por no lograr superar las barreras de entrada preestablecidas en cada uno de estos territorios. 

Como es sabido, en las elecciones generales del próximo 23 de julio la circunscripción electoral es la provincia. El sistema D’Hondt es un sistema proporcional que funciona bien en circunscripciones grandes y peor en circunscripciones pequeñas. Y tenemos muchas provincias pequeñas, de por sí sobrerrepresentadas en nuestro sistema electoral. De nuestras 52 circunscripciones, 37 eligen 6 diputados o menos y solo 6, las de mayor población, eligen más de 10 diputados. En fin, demasiados obstáculos si el actor que parte como cuarto en la liza y debe aspirar a ser tercero lo hace, además, dividido: no hay demanda que soporte semejante exceso de oferta. 

El bloque de la derecha ha entendido el mensaje y hay, al menos, tres elementos que lo demuestran. En primer lugar, Ciudadanos ya se ha echado a un lado, para no entorpecer ni provocar pérdidas en los restos electorales, lo que, con una estimación de voto inferior al 2% según las encuestas, resulta racional en términos de rendimiento electoral y beneficiará, casi en exclusiva, al PP, que acaparará, como ya hizo el pasado 28 de mayo, el caudal de voto de ese autodenominado espacio liberal en casi todo el país. En segundo lugar, la ausencia de roces entre Vox y PP y la división de roles desde el punto de vista del mensaje es complementario en términos de comunicación política (qué tiempos aquellos en los que Abascal empezaba y terminaba sus alegatos con aquella coletilla de la “derechita cobarde”). En tercer lugar, hay una casi perfecta coordinación en el reparto del target electoral; haciendo suya la máxima de Lenin, caminan separados para golpear juntos: no se pisan y cada uno tiene claro su público. Si dividiésemos la autoubicación ideológica del electorado de 1 a 10, siendo 1 extrema izquierda y 10 extrema derecha, Feijóo está orientado al 5, 6 y 7 sociológico (tras su visita de esta semana a Barcelona hay quien diría que, incluso, al 4) y Vox se dedica con especial ahínco al 9 y al 10. Rara vez se tocan, lo asumen y saben que ahí está su máximo potencial de movilización. 

Sin embargo, en el campo de la izquierda las cosas no están tan claras. En primer lugar, Podemos y Sumar siguen negociando y no terminan de despejar la incógnita de una candidatura de unidad que, en realidad, todos dan por hecha por exigencias del guion. Más bien su principal reto radicará, cuando la rubriquen, en ser creíbles, ilusionantes y, en consecuencia, tener capacidad para sacar de la apatía en su electorado. Un electorado que, a estas alturas, sabe ya que la cosa va de listas, nombres y equipos: quienes vinieron a hacer política “de otra manera”, quienes dieron ejemplo renunciando a ciertas prebendas asociadas a la representación institucional, quienes hablaron de los cargos revocables, conviene que no fracasen ahora justo en eso. En segundo lugar, hay ruido en cuanto a los mensajes y la atribución de los méritos y deméritos del gobierno de coalición. Y, en tercer lugar, hay síntomas de descoordinación en cuanto al target: si el PSOE aspira al voto útil, virará su discurso hacia la izquierda, intentando pescar más allá del 3 sociológico. Eso tiene dos riesgos: el más serio, el achicamiento del espacio natural de Yolanda Díaz y su consecuente caída en términos de rendimiento electoral en muchas de esas circunscripciones que, como hemos dicho, son pequeñas y están muy competidas. Como efecto colateral, existe la posibilidad de que un perfil de votante volátil, más minoritario pero relevante, ubicado en torno al 5 sociológico, pase a manos de un Feijóo que se esforzará por seducirles. 

Tras el 28 de mayo, es comprensible que haya cierto shock postraumático en el bloque progresista. Es lícito que todos sus integrantes piensen en el 23 de julio y también en el día después. Pero conviene que lo hagan por ese orden. De lo contrario el electorado, siempre sabio, puede tener la tentación de pensar que su papel es secundario. Y, si algo se comprobó el pasado 28 de mayo, fueron los contundentes efectos de la desmovilización

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